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Hace demasiado tiempo, exactamente 4 años que Miguel y yo estamos en una relación.
Hubo problemas, como cualquier otra pareja, pero al final del día siempre lo solucionábamos, olvidando nuestras diferencias.
Hoy es el día que finalmente cumplimos los 4 años juntos, 4 años desde que nos confesamos el uno al otro.
—Te amo, Athena.
(...)
El sol perturbaba mi sueño, obligándome a abrir los ojos y levantarme desorientada con la boca seca, el cuerpo sudado y dolor de garganta.
Mi cuerpo me exigió agua así que rápidamente tuve que ir al baño a beber del grifo un poco de esta.
Caminé descalza por el suelo de madera que era la base de mi habitación y enrollé mis dedos en la cuerda que sobresalía de una parte del suelo.
Tiré de ella hasta que un pequeño cuadrado se hizo en el suelo; la entrada a mi habitación.
Me obligue a despertarme más de lo que estaba para no caer y romperme la espalda en el proceso de bajar aquellas escaleras.
Ya abajo me permití relajarme mientras caminaba por el largo y viejo pasillo viendo los antiguos cuadros que colgaban de las paredes.
Mi padre compró esta casa hace más de seis años, y seguía estando igual que la primera vez que la vimos. Y no era algo que me disgustaba, al contrario, ese toque misterioso y obsoleto era lo que hacía esta casa especial.
Los silbidos de los pájaros me sacaron de mis cavilaciones.
—¿Qué debería de desayunar? ¡No hay nada! —suspiré.
—La frase del año. —murmuró mi papá después de entrar por la puerta que conectaba el jardín y la cocina.
Hice una mueca mirando sus pantalones, los cuáles de color azul pasaron a ser un marrón sucio.
—¿Qué te dije de usar pantalones limpios y nuevos para arreglar el jardín, papá? —me quejé con las manos en la cintura y un diminuto puchero.
