Capítulo 1: Teoría de la relatividad

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VICTORIA

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VICTORIA

Observo a Kathy moverse por todos lados con una sonrisa exageradamente amable en su rostro. Su largo cabello rubio, recogido en una coleta alta, se balancea sobre sus hombros con cada giro, y su voz dulce se escucha sobre el hilo musical de fondo.

—Vicky, la mesa dos quiere más café —me dice caminando hacia la barra donde estoy organizando el escaparate de los dulces.

—Y yo quiero ser millonaria, que se jodan. —Gruñir es algo que, sin duda, domino a la perfección, parece que eso es lo único que sé hacer últimamente.

—Victoria. —Ruedo los ojos cuando detecto el reproche en su voz.

—En camino. —Finalmente acepto a regañadientes, ella es la jefa y yo necesito el dinero.

Hago una mueca mientras recojo la jarra de café y voy hacia la mesa dos, donde un par de idiotas tratan —inútilmente— de llamar mi atención. No sé exactamente cuándo pasó, pero de un día a otro se hicieron clientes regulares, solo pedían café y siempre se aseguraban de sentarse en mi zona de mesas.

Kathy dice que debería sonreír más, quizá darle mi número a alguno de ellos; yo, por otro lado, solo quiero lanzarles la oscura bebida a la cara y decirles que no vuelvan nunca más.

—Hola, cariño, nos tenías abandonados. —Ni siquiera me molesto en ver cuál de los dos ha hablado, solo quiero servirles el café y volver con mis tartas y pasteles cuanto antes.

—Hoy el lugar está lleno, tengo que atenderlos a todos. —Y eso es todo lo que pienso contestar.

—Pero nosotros somos clientes vip, venimos aquí todos los días —habla el otro chico, el que se encuentra justo a mi derecha—. Tienes que tratarnos con cariño.

«¿De verdad Kathy había sugerido que les diera mi teléfono?».

Capto el movimiento, es pequeño y realmente disimulado, pero lo noto. Su brazo resbala del asiento lentamente y su mano se extiende justo a centímetros de mi trasero con la clara intención de darle un apretón.

«Lo siento, amiga, lo he intentado».

Antes de que pueda darse cuenta, tengo mi mano sobre su brazo poniéndolo en un ángulo triangular, un movimiento casi imposible tras su espalda, mientras con la otra mano dejo el café sobre la mesa y aprieto su cara contra la superficie de esta misma.

El sonido de su rostro golpeando la mesa hace que cada conversación muera en la pequeña cafetería familiar, somos el centro de atención. Ruedo los ojos. «Genial...».

El tipo está gritando, lo hace como un bebé y estoy segura de que está llorando. El tiempo parece congelarse, de repente va demasiado lento, no puedo partirle el brazo lo suficientemente pronto.

Su amigo permanece en shock durante unos largos segundos antes de empezar a gritar también llamando a mi encargado. Por mi parte sé que tras este incidente le deberé a Kathy unas grandes, enormes, bestiales y gigantescas disculpas por crear —otra vez— este tipo de espectáculos en su cafetería.

Victoria - Bilogía InvictaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora