Capítulo 4: La huída.

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13/09/2019

Su gritó de dolor retumbó en mis oídos. Sentí como su agarré en mi cuello desapareció y como pude volver a mover mis articulaciones.

Jamás solte el mango del cuchillo y jamás deje de hundirlo en su ojo.

El trato de quitarme las manos y automáticamente lo hice para evitar que me volviera a tocar, pero por impulso se lo volví a clavar solo que esta vez en el rostro.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete.. Llegó un punto en el que perdí la cuenta de las veces que se lo había enterrado en el rostro.

Mi cuerpo se movía solo y mi cabeza había dejado de funcionar hace mucho. No sé si fue por la adrenalina, por mi instinto o solo porque eso era lo que quería.

Escuche sus gritos, sentí las gotas salpicar hacia mi y sus intentos de jalones para tratar de detenerme.

Pero no lo logró.

Dejé de escuchar sus gritos, deje de sentir sus movimientos y cuándo ya estaba cansada me detuve.

Fue como si volviera a la realidad. A una en dónde no entendía ni mis propias acciones.

Solté el cuchillo, tenía la respiración acelerada e alterada de forma que mi pecho subía y bajaba con desenfreno. De mi frente pasaban las gotas de sudor, mi vista estaba casi nublada y de mis manos en guantadas corría sangre que no me pertenecia.

Tarde un poco en reaccionar, pero cuando lo hice solo ví el cuerpo sin vida de Yamamoto tirando en el suelo.

Inmediatamente retrocedí desesperada alejándome del cuerpo.

Me quedé paralizada, como si me se hubiese convertido en piedra y por más que quiera no pude apartar la mirada. Y ahí estuve, estática observandolo con los ojos aguados, un nudo en la garganta y el cuerpo temblante.

El ya no se movía ni parecía estar respirando, su cuerpo estaba totalmente rodeado de un charco de sangre y su rostro ya ni forma tenía.

Sentí asco, repulsión al verlo de esa manera y más sabiendo que yo lo había provocado.

Las náuseas no tardaron en llegar y empecé a toser de manera exagerada.

Me quite desesperadamente los guantes de las manos, después los lance junto con lo que antes había sido mi máscara y ahora se había convertido en un trapo de tela desgastado, rotó y sucio por la anterior pelea.

Y como si fuese un imán, mis ojos se dirigieron hacia atrás justo estaba el que había sido mi compañero que de igual manera, estaba tirado en el suelo sin mostrar signos de querer moverse.

No aguante más y vomité en el mismo piso de cerámica del banco. En esos instates lo que menos me importaba era manchar el piso o salpicarme algo en la ropa.

En mi mente se reproducia repetidamente sus muertes y sus constantes gritos de dolor ¡Que yo causé!

Yo... Los maté, yo lo hice, acabe con sus vidas, me maché las manos de sangre y ahora..

«¿Te das cuenta? ¡Eres igual a nosotros!»

Soy un monstruo, p... Pero yo no quería hacerlo, fueron ellos. Ellos me obligaron a llegar a esto, todo fue su culpa ¿Verdad? Yo soy inocente. ¡Yo soy la única víctima aquí! Yo..

No merezco existir.

Por primera vez en todo el día me quebré. Llore con todas mis fuerzas, baje la cabeza y apegado mis piernas de mi pecho abrazándome a mi misma.

... Ja es hasta gracioso que por más que intente no ser igual a ellos, acabe así. Defreudandoles mis padres y a mi. Yo prometí que por más fuerte que fueran sus golpes, por más pesados que sean sus insultos y que por más turtuosos que llegasen a ser sus entrenamientos no caería en la trampa, y no me convertiria en eso que ellos tanto querían.

Una rosa marchitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora