Prólogo.

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11/09/2019

No sabía en dónde estaba o que estaba pasando, pero todo me resulta horriblemente familiar.

Escuchaba gritos, sollozos e insultos muy cerca de mi, pero me era imposible ver qué pasaba, lo único que veía era a la oscuridad misma. Estaba sentada en una silla con las manos y piernas atadas, mi rostro completamente tapado con lo asumí que era una bolsa negra, mi garganta ardía como si hubiese estado gritando por horas hasta el punto de quedarme casi afónica, y sentía mis mejillas húmedas por las lágrimas que aún brotaban de mis ojos.

Los gritos se volvieron más fuertes, las súplicas y disculpas más constantes, como si la persona que las estuviese diciendo estuviese verdaderamente arrepentida... O asustada.

Mi desesperación aumentó al momento de escuchar golpes y quejidos de dolor cada vez más reconocibles. Forceje inútilmente el amarre que tenía en las manos mientras trataba gritar, pero no podía, simplemente las palabras no me salian.

Seguido de esto, alguien me dió una fuerte cachetada haciéndome voltear la cara hacia otra parte — ¡¡Ya quédate quieta mocosa!! - me gritaron con una voz notoriamente fingida muy cerca del oído.

Alguien agarró la parte de arriba de la bolsa justo en dónde estaba mi cabello y sujetándose de eso, me jalaron bruscamente de atrás a delante hasta tírame al piso.

No tuve ni tiempo de asimilar o siquiera reaccionar ante lo último cuando me volvieron a levantar solo que esta vez me sostenían de los brazos dos personas, uno de ellos me quito la bolsa casi arrancando mi cabeza, y me por fin pude ver algo que no fuese solo un fondo negro... Aunque ahora desearía que jamás me la hubieran quitado la bolsa.

Los sollozos no tardaron en salir de mis labios, mis manos temblaron y mi cabeza se movía de un lado al otro tratando de creer que todo esto no estaba pasando, que yo no estaba otra vez en ese lugar, viendo y permitiendo que los lastimaran de nuevo.

Mis padres estaban tumbados en el suelo, rodeados de gente con máscaras quiénes los apuntaban con armas de fuego que me era imposible identigicar a primer vista. Mi papá sangraba a chorros con heridas profundas y abiertas por todo el cuerpo, su miraba estaba pegada al techo, su respiración era lenta y pesada como si solo respirar le costará. Mi mamá por otro lado se encontraba casi ilesa, claro, con la ropa rasgada y uno que otro moretón, pero en un mejor estado que el de mi papá.

Su miranda demostraban pánico y terror, mientras que la de mi papá mostraban dolor, agonía y mucho cansancio.

Cerré con fuerza mis llorosos ojos y me repetí constantemente a mi misma que esto no era verdad, que esto no estaba pasando y que todo volvería a la normalidad.. Hasta que unas manos heladas me aprestaron las mejillas lo suficientemente fuerte como para hacerme daño y obligarme a volver ver hacia al frente.

— No cierres lo ojos preciosa, que esto a penas comienza - me susurro una voz masculina.

Voltee mi rostro con dificulta, este traía una máscara negra que solo dejaba ver sus ojos azules y su asquerosa sonría. Un escalofrío recorrió mi espalda al darme cuenta de lo que pasaba...

— No, no de nuevo.. - pronuncie con un nudo en la garganta - ¡¡por favor déjenlos en paz!! - grite desesperada con lo poco de voz que me quedaba.

Ellos se rieron a carcajadas. Mi madre alcanzó a escuchar mi súplica y con aún más miedo que yo, pidió envuelta en sangre que ni siquiera era suya — ¡¡Haganos los que quieran, pero déjenla a ella afuera de esto!! - escucharla gritar de esa forma tan desgarradora me destrozó el corazón.

Una rosa marchitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora