Tachihara
Primero sentí una molesta sacudida, tan débil que apenas fui consciente de que era mi propio cuerpo quien la recibía, como un pequeño látigo de adrenalina al sufrir una emoción fuerte frente algún estímulo.
Luego, la sacudida me agujereó el pecho dejándome sin respiración. Un calambre despiadado, tan bestial que por un momento, pensé que había acabado en el infierno y que ese sería uno de los muchos castigos que recibiría a lo largo de la eternidad. No fue así.
Abrí los ojos de golpe, tan adolorido que se me salieron pequeñas lágrimas. Mi espalda se arqueó débilmente y, antes incluso de que fuera consciente de que mis pupilas se habían clavado en algo conocido, en una superficie lisa y blanca que me ocultaba la visión del cielo oscuro en el que me había sumido segundos antes, un borbotón de manos se precipitaron sobre mí, agarrando mi cuerpo y empujándolo hacia abajo.
Revolví la cabeza un poco, aturdido y aún sintiendo el asfixia y el fuerte dolor en el pecho que me había masacrado por dentro. Cuando alcé la mirada un poco, empecé a reconocer cosas, cuerpos que se movían a toda velocidad a mi alrededor, voces entre aliviadas y preocupadas, algunas, incluso desesperadas. La gente vestía en bata blanca y un hombre, con una tarjeta plastificada colgada de la ropa, apartó unas placas de metal de mi vista, frotándolas entre sí y soltándolas sobre una superficie de metal próxima a él.
Me incliné hacia delante, intentando levantarme, pero unas manos me agarraron del cuello y me colocaron con brusquedad una mascarilla en la cara, ajustándomela bien. Cuando me di la vuelta o, intenté hacerlo, vi las manos de una mujer cargando con una bolsa de un color rojo oscuro en la que se leí claramente, cero negativo. La colgó de una barra, a mi lado y observé medio ido como el líquido rojizo se escurría por un tubo transparente que se dirigía hacia… mi brazo. Una aguja lo atravesaba sin piedad sujeta por un trozo de esparadrapo. Unas repulsivas ventosas estaban pegadas a mi cuerpo, conectadas por cables cuyos extremos se hallaban sujetos a un aparato en el que se dibujaba una extraña línea amarilla que iba de arriba abajo. Un pitido insistente resonaba por toda la habitación
Mis ojos viajaron por toda la estancia, confusos, hasta clavarse de nuevo en la aguja clavada en mi brazo… y luego más allá, en el lugar que recibía una ligera presión por un montón de vendas que otra mujer hacía rodar sobre mi muñeca, apretándola con fuerza. Observé como el médico que había cargado con las placas de metal, arrojaba un montón de sábanas raídas y ensangrentadas a una minúscula papelera y luego, se volvía hacía mí, mirándome con curiosidad.
-Ha recuperado la estabilidad, doctor. – oí la voz femenina y suave de una chica a mí izquierda.
-Ya lo veo. Dios santo, ¿Cuánta sangre ha perdido? Se le ha parado el corazón durante más de un minuto.
-Sí, casi se va.
-¿Quién lo ha traído?
-Su padre, o padrastro. Al parecer lo encontró aún consciente, justo cuando acababa de cortarse, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Aún así, habrá que hablar con él. Su madre también está fuera, junto con sus primos o amigos, no lo sé.
-Hay que llevarlo a la unidad de cuidados intensivos. Me preocupa el tiempo que su cerebro haya podido estar sin oxígeno.
-Ha recuperado la conciencia, doctor. – el hombre de la bata se volvió hacia mí. Se inclinó levemente, mirándome fijamente.
-¿Cómo se llama? – preguntó.
-Tachihara. Tachihara Akutagawa, doctor.
-Hola, Tachihara ¿Cómo estás? – me costó cierto trabajo darme cuenta de que el hombre se estaba dirigiendo a mí. - ¿Puedes hablar? ¿Me entiendes?
-Hum… - fue lo único que pude decir. Tenía la boca dormida. No sentía los labios y mi lengua se movía patosamente dentro de mi boca.
-¿Puede haberle afectado tanto la falta de oxígeno como para dejarle alguna secuela mental?
-No. Ha estado muy poco tiempo sin oxígeno. Está bien. Solo está aturdido, es normal. – el hombre se alejó de mí, más tranquilo. – Quiero que lo lleves a UCI. Hay que vigilar los puntos, puede que los rechace y también, hay que vigilarlo a él. Podría volver a repetirlo. En cuanto recupere la consciencia plenamente, quiero que lo vea un psiquiatra.
-¿Y su familia, doctor?
-Hum… no quiero que lo presionen. Está débil. Creo que será mejor que no lo vean hasta que descanse y hable con el psiquiatra. Él dirá si es necesario o no ingresarlo en un psiquiátrico después de esto. - ¿Psiquiátrico… un manicomio?
-No… - murmuré, pero ninguno pareció escucharme. De repente, la camilla en la que estaba tumbado empezó a moverse. La habitación empezó a dar vueltas con demasiada rapidez como para que mi vista cansada pudiera seguir sus movimientos.
Salí de la estancia, siendo arrastrado por dos enfermeras. Sí. Eran enfermeras, las reconocí. Entonces, estaba en el hospital.
Que desagradable.
Salir de ese hermoso sueño oscuro para aparecer aquí, de nuevo, en la cruel realidad. Quería volver allí. Quiero volver con Ryunosuke, allí dónde parecía quererme como algo más que solo sexo ocasional y sin futuro. Allí era su Muñeco, otra vez. Había sido tan feliz cuando me lo había dicho.
Sigues siendo mi Muñeco.
Lo decidí rápido. Volvería a verlo. Volvería a aquella maravillosa oscuridad fuera como fuera, aunque tuviera que enfrentarme a todo el hospital provincial, me daba igual. Volvería con Ryunosuke.
Pero esa idea tan clara desapareció de mi mente en cuanto los vi, en mitad del pasillo, desde la camilla. El doctor estaba hablando con ellos. Mamá estaba llorando. Ougai la estrechaba entre sus brazos. Jouno sollozaba en silencio entre los brazos de Tecchou que miraba al doctor con los labios temblorosos. Y todos se volvieron hacia mí en cuanto pasé por allí, arrastrado en la camilla.
Mamá se precipitó hacia delante, llorando, gritando mi nombre.
-¡Tachihara… Tachi, oh dios mío! ¡Mi niño! – Ougai la agarró por los hombros, tirando de ella para que no se acercara. - ¡Suéltame! ¡Es mi niño, mi niño! ¡Mi hijo, mi Tachihara! – y rompió a llorar con más fuerza, cayendo al suelo de rodillas, gritando “Mi niño, mi niño…”
Desvié la mirada hacia la izquierda, esquivando aquella escena.
Mierda, que mal hijo soy.
Sentí unas horribles sacudidas en el estómago de puros remordimientos.
Mi madre no era la mejor madre del mundo. Era demasiado sobreprotectora, tomaba las decisiones por mí, era quisquillosa, despistada e hipócrita… pero era mi madre. Y me había arropado las frías noches de invierno cuando era un niño. Me había felicitado y hecho regalos cuando había sacado buenas notas. Me había contado cuentos cuando no podía dormir por la noche a los nueve años. Me había llevado a mi primer parque de atracciones, al acuario, al zoológico. Me había hecho ella misma mi disfraz de Halloween. Siempre había organizado mis fiestas de cumpleaños ella sola. Me había apoyado cuando tenía problemas y me había regañado cuando había hecho algo que no debía. Me había educado. Me había criado…
Mi madre no era perfecta, pero era mucho más de lo que se merecía un hijo que se acostaba con su propio hermano a espaldas de su madre y se cortaba las venas como un cobarde, intentando huir de las consecuencias de sus actos. Tantos niños solos en el mundo y yo, acaparando a una mujer que no merecía tener a semejante niño egoísta por hijo.
Soy un monstruo egoísta, pero…
-No deberías desviar la mirada, chico. – oí a la enfermera que sostenía el gotero, arrastrándolo junto a mi camilla. – Es lo mínimo que le debes a tu madre. – me dijo. Tuve ganas de gritarle. De replicarle ¿Qué demonios sabes tú sobre mí? ¿Te crees muy valiente, muy fuerte? Lo siento, pero yo no lo soy. Lo siento… Pero no tienes derecho a criticarme si no puedes ponerte en mi lugar.
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Mío para abandonar.
Fanfiction[Segunda temporada de "Tuyo para jugar"] Ryunosuke en Kawasaki vuelve a su vida delictiva, sin darse cuenta de lo mucho que necesitara a Tachihara en su camino. Por otro lado, Tachihara se encuentra sumergido en una profunda soledad. Ya no puede apo...