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Ryunosuke

Estaba completamente seguro de que era el mejor sexo que estaba echando en su vida. Atsushi se moría de placer, se derretía, literalmente, entre sudor y gemidos. Sobretodo, jadeaba y gimoteaba como un loco, agarrándose a mi espalda con las manos sudorosas. Tenía su cara a tres palmos de la mía. Su aliento chocaba contra mi boca, que prácticamente disfrutaba del sabor amargo de sus labios magullados y el sudor. Su pelo estaba empapado, pegándosele el flequillo a la frente. Yo dejaba que sus brazos me rodearan el cuerpo, sintiendo sus músculos apretándome el cuello. Desde luego, era mucho más corpulento que Tachihara, pero apenas tendrían un par de kilos de diferencia.

Y mientras él jadeaba y restregaba sus labios contra los míos, captando mi sabor, yo disfrutaba del calor y estrechez de su trasero presionándomela por todas partes.

-Por fin, Ryu... sí... ¡Ah...! - lo oí jadear. Me reí con suavidad.

-Sí, sí... disfrútalo "héroe"... - apoyé mi frente contra la suya, suspirando, apoyándome en la cama para darme impulso hacía delante, para penetrarlo con más fuerza, más efusividad.

Oh, no era Tachihara. Igual que Chuuya, su trasero no tenía ni punto de comparación. No había comparación con el perfecto cuerpo de mi Muñeco hecho especialmente para mí pero... no estaba mal como un plato de consolación.

De repente, el chirrido de la puerta al abrirse me puso el vello de punta. Apreté las sábanas entre mis dedos y giré la cabeza, lanzándole una mirada asesina a mi padre, ahí plantado, con un tono de color verdoso brillando en su piel, observando la escena. Apreté los dientes, aguantando el temblor de ira que me recorrió los brazos. ¡Maldito hijo de puta!

-¿¡Qué mierda haces!? ¿¡No ves que estoy ocupado!? - él tragó saliva. Noté como Atsushi se revolvía entre mis brazos, jadeando, alzándose sobre la cama y mirando a mi padre boquiabierto, ruborizándose escandalosamente.

-Ryu... es para ti... - murmuró mi viejo, desviando la mirada hacia otro lado y alzando su celular frente a mí cara. Atsushi me miró fijamente antes de intentar alejarse de mí, antes de intentar arruinar el momento, de obligarme a salir de su cuerpo. Le di un tirón hacía abajo y volvió a su sitio, ansioso y con el corazón a doscientos.

-¿Y qué? ¡Sigo estando ocupado! ¡Cuelga! - el hombro miró la pantalla, empezando a ponerse blanco como la leche.

-Pero...

-Maldición, ¿Tan inútil eres que no sabes colgar una puta llamada? ¡Dame! - y haciendo un pequeño esfuerzo para alcanzar el artefacto, provocó que Atsushi se revolviera, molesto, le quité el celular a mi padre de las manos, llevándomelo a la oreja con rabia. - ¿Quién demonios es? - y, de repente, un grito estalló en mi cabeza.

Un grito roto, tembloroso e inseguro. Pero un grito que reconocí perfectamente.

-¡Ryunosuke!

Y... silencio.

¡Bum, bum! ¡Bum, bum! ¡Bum, bum! ¡Bum, bum...!

Esa cosa, ese órgano tan oscuro, tan podrido, cubierto de telarañas en mi cuerpo, tan muerto y tan enterrado, el cual hubiera jurado que perdí hacía años y había creído recuperar unos meses en Yokohama, resucitó con una fuerza incluso dolorosa. Empezó a palpitar con tanta fuerza que incluso pude notar como emergí a la superficie, como se sacudía las telarañas y el polvo y como se revolvía bruscamente, golpeándome brutalmente.

-... ¿Muñeco...? - murmuré. Oí como su respiración se volvía irregular en cuanto esa palabra tan conocida para ambos escapaba de mis labios. - Muñeco...¿Cómo...? ¿Por qué...? - me separé de Atsushi rápidamente hasta que nuestros cuerpos dejaron de tocarse. Él me miró con la boca medio abierta, los labios carnosos y brillantes intentando murmurar alguna palabra que no salía. Su expresión irradiaba sorpresa. Al igual que la de mi padre. Entendí enseguida por qué... De repente me había exaltado de una manera imprevisible y mi voz intimidante había quedado reducida a la nada. Me aparté el celular del oído y tapé el auricular con una mano. -Vete. - le dije a mi padre. Él entrecerró los ojos, sin comprender. - ¡Que te largues, fuera de mi cuarto, fuera! ¡Largo! - agarré lo primero que encontré a mano, mi propio celular que llevaba apagado casi tres meses y se lo lancé a la cara. Mi padre cerró la puerta en cuanto el teléfono cayó al suelo después de rebotar en la pared, haciéndose pedazos. Volví a llevarme el teléfono al oído enseguida, sentándome en la cama y apoyando la espalda contra la pared, con la respiración entrecortada y el corazón bombeando alocado. - Muñeco... - sus sollozos suaves sonaban al otro lado de la línea. - ¿Qué ha pasado? - él no me contestó e inmediatamente lo primero que se me vino a la cabeza fue la cara de ese maldito bastardo obsesionado con mi Tachihara. - ¿Ha sido ese imbécil? ¿Sparky? ¿Ha sido él? - los sollozos de Tachihara empezaron a calmarse. - Voy a matarlo. - mi mirada pasó directamente a la pequeña mesa de noche, el único mueble a parte de la armario que había en mi cuarto. Agarré las llaves de mi auto y sin pararme a pensarlo si quiera, me levanté de la cama.

Mío para abandonar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora