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Pesadilla

—Do-shik, ¡Do-shik! ¡Despierta! —abriste los párpados con lentitud.

—¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué estás tan apresurada? —te levantaste con torpeza para sentarte en tu lugar, mirándola con confusión, obviamente estabas adormilado también.

—¡Anda, sopla la vela! ¡Se derrite! —ella te colocó tus gafas, acercándote el pequeño pastelito de cumpleaños a la altura de tu mentón. Tú te apresuraste a pedir un deseo.

¡Que mamá sea eterna!

Soplaste la vela y cuando levantaste la mirada, mamá ya no estaba...

—¿Mami...? —te levantaste, dejando el pastelito en la cama y corriendo fuera de tu habitación. El ambiente comenzó a tornarse oscuro; gotas de agua resonaban en las ventanas, una tormenta se acercaba; el suelo congelaba tus pies, sentías que no podías caminar correctamente. —¿Mami...?
—llamaste su nombre de nuevo unas tres veces más, la buscaste por todos lados hasta llegar a la sala de estar...

—¡Ahrrgh! —un estruendoso sonido.

Te detuviste en seco cuando viste el cuerpo de tu madre cayendo al suelo, el fuerte y repentito ruido del golpe hizo que te aterrorizaras al instante y retrocedieras inconscientemente mientras pegabas un grito ahogado... La imagen de tu madre retorciéndose en lo que intentaba hacer parar la sangre que salía de la raja en su yugular era lo suficientemente traumática como para dejarte inmóvil.

—Ven aquí, maricón —miraste a la dirección de la voz casi al instante, encontrándote con tu padre caminando hacia ti. —Putos malagradecidos... Yo les he dado todo... —él te tomó de los pelos con tal fuerza que comenzaste a forcejear en vano. —¡Ingendros de mierda! —gritaste en cuanto sentiste la afilada longitud del cuchillo de cocina comenzar a rajarte el cuello con tal fuerza que podías escuchar cómo la sangre se acumulaba en tu garganta. Él te siguió cortando el cuello hasta despojar tu cabeza de tu cuerpo.

—¡Ah! —te levantaste enseguida, gimiendo con dolor al sentir un ardor proveniente de todas tus extremidades en especial de tu brazo derecho, donde tenías más jodido.

—¡Do-shik! ¿Qué pasa? —viste a Vincenzo entrar junto a Cha-young y Juseong. El resto observaba por fuera, incluso Han-seo. —Do-shik...

Respirabas con mucha fuerza e inestabilidad, porque la sensación de tu cuello siendo separado de tu cuello seguía ahí y se sentía asfixiante. Temblaste en la camilla y te dejaste caer hacia ella cuando un nuevo dolor en tu abdomen apareció.

—¿Qué hora es?—. Tu tono era todavía más bajo que usualmente, ni siquiera te molestate en preguntar qué hacía tu jefe y su señora en Corea.

—Estás sudando... Llama al médico —no lo miraste, pero sabías que le hablaba a Han-seo.

—¿Qué día es hoy?

Solo... Olvida eso y dime por qué hiciste eso... —Vincenzo tenía un tono tranquilo, pero por su insistencia tenías en claro que estaba más que molesto. Miraste la ventana, calculaste que eran al menos las once o doce de la mañana. —¿Me escuchaste? —él habló con más insistencia y la tensión apareció de inmediato.

No voy a responder eso, señor —Vincenzo suspiró con molestia. —¿Qué día es hoy? —volviste a preguntar, mirándolo con impaciencia.

No hasta que me digas qué mierda pasó ahí —sin duda estaba molesto y eran pocas las veces que lo escuchabas así contigo. Tus ojos miraron los suyos con rabia, una rabia que nunca habías compartido con otro más que contigo mismo, y por supuesto, con tu padre.

˙⌗: Consigliere Kang | Jang Han Seo × lector masculino. (CORRIGIENDO).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora