Gym Bro IV

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— ¿Qué lo tocas a mí novio? —Le dice Amanda a la otra chica pegandome a su cuerpo.

Sonreí al verla ¿Me estaba celando? Agarré su cintura y con la otra mano, su mentón haciendo presión.

— Que celosa. —Dije dejando un beso en su mandíbula y ella entreabrio sus labios.

Me arrastró por el boliche hacia donde estaban sus amigas y ella volvió a bailar, pero esta vez, me bailaba a mí. Miré hacia abajo para ver lo que hacía. Me va a matar.

Se había dado la vuelta, me estaba dando la espalda, había puesto sus manos en las rodillas y ah no.
Su culo se movía pegadito a mí, se me hizo difícil respirar por un momento.
¿Qué hago?
No puedo verla así, no la puedo tocar.
No, es Amanda.
Controlate, Enzo.

Mis manos, totalmente por instinto y sin permiso de mi cabeza, agarraron sus caderas pegandola más a mí.
Esto es un peligro, en cualquier momento se podía dar cuenta de que tengo la pija durísima.

Se separó de mi riéndose y se me acercó al oído.

— No es gratis presumirme a mi.

Gratis va a ser la culiada que te voy a pegar si me seguís haciendo esto.
¡Basta, no! ¡Es Amanda!

Miré sus ojos, sonreí de lado y le agarré el cuello acercándola a mí.

— Vos te me haces la linda. —Le digo fuerte por la música en el oído.

— Y vos me tenes altas ganas. —Me guiña el ojo y yo niego, haciéndome el difícil.— ¿Ah no? Te lo pruebo.

La miré como se alejaba de mí y se acercaba a un tipo pegándose en la espalda de él y acariciando su pecho. No, ya estaba muy borracha. Me acerco a ella, probablemente estaba rojo de la bronca pero no podía distinguir si el calor era de la calentura o la bronca.

Agarré su mano y la empecé a arrastrar mas o menos hasta la salida del boliche pero no quería hacer nada con ella ahora, igual. Estaba muy borracha para eso. Ella no protestó en ningún momento solo se iba riendo.

Pare un taxi y le iba a dar la indicación pero ella se adelantó diciendo el nombre del edificio.

— Tengo frío. —Dice acurrucandose en mi pecho.

Hace cinco minutos me estaba moviendo el culo y ahora esta hecha una nena. Me desate el buzo de la cadera y se lo extendí. Al final sirvió para algo.

— Toma, ponetelo.

— Sos tan bueno, Enzo. Yo quisiera tener un novio como vos. —Se pone el buzo y apoya su cabeza en mi hombro.

— Estas tan en pedo, tonta. —Me reí pero no puedo negar que sentí un cosquilleo en todo el cuerpo cuando me dijo eso.

Cuando habiamos llegado al edificio, nos metimos al ascensor y ella se apoyo en una de las paredes sin parar de verme.

— ¿Qué? ¿Te gusto? —Sonreí nervioso sin verla, no me daban los huevos. Para qué mentir.

— Tus ganas. —Ahí estaba mi Amanda, otra vez.

La acompañé hasta su departamento y ella me invitó a entrar, porque dijo que no se podía dormir todavía con lo mareada que estaba, entonces nos habíamos tirado en el sillón a ver una película que puso ella.
No tardó mucho en poner sus pies en mis piernas.

— Me duelen. —Dice con un puchero y mi corazón empieza a aumentar el ritmo.

Sentí que de repente mi boca estaba entreabierta y no podía emitir palabra alguna, entonces, le saqué sus botas y la cargué con que tenía olor a pata. Pero la verdad que Amanda, siempre, siempre, siempre tenía olor exquisito. El olor a coco que ella irradiaba siempre me invadía. Ella se rió y me empujó el hombro con su pie.

Tomé su pie derecho en mi mano y empecé a hacerle masajes. Ella gimió y yo sentí el calor llegarme desde la espalda hasta los cachetes.

— Y esas son solo mis manos. —Le guiño el ojo y ella se ríe, pero también esta roja. Punto para mí.

El masaje en los pies ya había terminado pero ella no quería que termine, lo note cuando se quejó. Yo tampoco la quería dejar de tocar y masajeaba sus piernas.
Cuando ya estaba llegando al borde de su vestido, quité la vista de la tele y la ví a ella, que me estaba mirando a mí.

— No pares. —Dice sin gesto alguno.

— Andá. —Le digo con la mano y la suelto cruzandome de brazos mientras me río.

Me sorprendió completamente cuando se sentó y se subió a horcajadas de mi cuerpo. Me limité a alzar una ceja y mirarla desde abajo.

— ¿Vos también querés? —Se esconde en mi cuello y respira ahí haciendome soltar un suspiro.— Porque te puedo hacer masajes también. —Pasa una mano por mi abdomen y me hago un poco para atrás así la veo.

— Te pinta esa. —Le sonrío y ella se muerde el labio.— Pendeja linda. Decime ¿Hace cuánto me querés comer la boca?

— ¿Hace cuánto se te para la pija cuando me ves el orto?

24 [Enzo Fernandez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora