A Jimin lo traicionaron. La realeza lo engaño y llegó a un punto donde tocó fondo. Decidió tomar venganza, pero al contrario de lo que pensarían, no lo haría solo, Min Yoongi lo apoyaría, aquel hombre que le juró amor y al que inevitablemente aprend...
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La luz iluminaba todo a su paso, podía ver todo lo que había a su alrededor, pasto, flores, árboles y varios animales que en ocasiones lo seguían. Siempre que visitaba ese prado se sentía libre y a gusto, a pesar de que ir a ese lugar especial significaba cruzar por aquel peligroso bosque, pero a él no le daba miedo, su nana le había dicho que las criaturas malas solo atacaban a los niños malos y él siempre obedecía a su nana.
Park Jimin, un pequeño niño de seis años, con una hermosa cabellera rubia como el oro, un rostro tan angelical que podrías jurar que te encontrabas frente a un miembro de esa raza y sobre todo unos inimaginables ojos cual atardecer, porque, aunque predominaba un azul celeste, se podían distinguir rayos violetas y naranjas, tal cual como el cielo antes de anochecer.
—Entre las sombras de la oscuridad, saldrá aquel ser al que todos temen, así que guarda silencio pequeño, porque ni el amor te salvara, sin embargo, preocupación no has de tener si el bien has de hacer, pues esta criatura solo atacará a aquellos que hagan maldad —cantaba mientras recorría los lugares que ya se sabía de memoria—, ¡oh! Doro casi no te veo amiguito —le hablaba a su amigo, un gato negro que lo seguía a todos lados como su fiel y único amigo.
—Pensé que te habías quedado con nana, sabes que me da miedo que te llegues a perder, eres mi mejor amigo, no sé qué haría si te perdiera. —hablaba con una voz tan dulce. El gato respondió con un maullido.
—Creo que debemos irnos a casa, Doro, es la hora de la comida y nana nos regañara si llegamos tarde. —tomando al minino en sus pequeños brazos, emprendió camino hacia su hogar.
Mientras caminaban, lograron ver una procesión de soldados que protegían algo. Diamante, eso era lo que protegían. Todos esos soldados lucían muy intimidantes para el niño. Eran soldados del reino donde estaba su hogar.
Un hogar humilde, poco alejado de la capital del prospero reino Triantáfylla, pueblo que no aprobaba la existencia del pequeño Jimin. Se sabía que no era hijo de Elia, se decía que era un demonio disfrazado de ángel, que había acabado con la vida de sus verdaderos padres.
—¡Nana! Ya llegamos— gritaba mientras cruzaba la puerta de su lugar seguro.
—Qué bueno que llegaste Min-min, ayúdame a poner los platos para que comencemos a comer, hoy hice tu comida favorita.
—¿De verdad, nana? — soltó a Doro y exclamo con emoción. Elia asintió contagiada por la emoción del pequeño. Se sentía afortunada de tenerlo en su vida, poco le importaba lo que decían en el pueblo sobre su pequeño.
—Nana, ¿por qué cuidan mucho a los diamantes? —pregunto mientras llevaba los platos a la mesa.
—Porque la gente puede recibir magia con ellos. —Elia sabia sobre el robo de magia, no por nada las criaturas mágicas se protegían, cualquiera que pudiera tener un diamante y con suficiente inteligencia podía robar cualquier núcleo de magia que quisiera.