Historia Extra: Frío

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Invierno en el estado de Michigan, tormentoso, helado, desolador. Un temporal anormalmente congelante y abrumador que generaba fuertes vientos que en algunos casos eran incluso capaces de mover algunos vehículos en las calles.

A las 3:00 a.m. era claro que no se vería ni un alma, ni persona, las calles, cubiertas por grandes cantidades de nieve eran tierra de nadie, las luces, incapaces de mantenerse funcionando muchas veces parpadeaban o directamente la de la mayoría de farolas ya no funcionaba.

Esté invierno, fue especialmente arrasador en todo sentido, las temperaturas bajo cero habían alzando el récord de -37°, en otras palabras, esto era ahora mismo un páramo blanco, en el que salir a las calles era prácticamente un suicidio.

Y sin embargo, había alguien a quien esto no pareció importarle.

Una mujer, cubierta por lo qué fácilmente era deducible varias capas de ropa, corría aún cuando los pies se enterraban muchas veces en la nieve. Su aliento era visible, su agotamiento; notorio, lo único que se podía ver bajo la capucha y gorro que llevaba eran sus labios, unos bellos labios finos algunas ves de un hermoso rosa suave y claro, ahora se veían arrugados como sí no hubiera bebido agua en días, pero sobre todo, eran ahora de un ligero azul que parecía intensificarse a cada segundo que pasaba.

La mujer no paraba de correr, no podía detenerse, no quería hacerlo, ya estaba cerca, ya le faltaba poco, solo debía aguantar una calle más para llegar a su destino, pero entonces el sonido de un disparo retumbó entre el sonido del viento, acallando el clima por un breve instante, la mujer no pudo ni gritar solo sintió como un pequeño dolor seguido de como su vista se desplomaba hasta caer a la nieve que amortiguó su caída, así como la del montón de ropa que había estado cargando, toda mezclada de tal forma que parecía ser un balón de fútbol americano, de forma ovalada y conformada por todo tipo de prendas.

La mujer trató de pararse, pero no pudo. Agarrando la nieve con frustración entre sus largos y delgados dedos cubiertos por dos capas de guantes apretó los dientes con una enorme rabia en su ser, una que le hacía hervir la sangre un poco, dándole las fuerzas suficientes para al menos tratar de arrastrarse. Entonces un segundo disparo se escuchó, ante esto ella solo cerró los ojos resignada a morir allí, pero pasado varios segundos parecían haber fallado.

En ese momento siente como alguien la levanta con mucho cuidado para sujetarla del brazo que pasó tras de sí para así poder ayudarla a caminar, ella al girar su vista se dió cuenta que era su esposo, ella con varias lágrimas cubriendo su dulce mirada blanca producto de sus ojos celeste grisáceo, esbozó una sonrisa a punto de decir algo, pero esté rápidamente con su otra mano le pidió con un gesto de su dedo que guardara silencio y con gran dificultad luego de que le hiciera un torniquete improvisado con una de sus propias prendas, fueron hasta el cúmulo de ropa que se había caído, el hombre, de piel casi tan clara como la misma nieve que los rodeaba; claramente difería de su oscuro cabello que parecía el mismísimo espacio debido a los copos que le cubrían, finalmente uno de sus rasgos más característicos eran sus ojos, los cuales poseían una intensa mirada azul marina, diferente al habitual celeste que tendría cualquier persona. Con cuidado recogió el montón de ropa siendo ayudado por su mujer, como sí con ambos brazos de los dos fueran uno, y con una sincronía admirable ella lo acomodó en su brazo libre mientras él con el suyo reviso que su contenido estuviera bien.

Entre todos los trazos de ropa había muy oculto en su interior un pequeño bebé, uno que estaba con algunas manchas de sangre, una pequeña cortada en su mejilla y en su mano izquierda otra herida un poco más grande que era cubierta por una simple bandita con motivo de conejo. Sus ojos se encontraban cerrados, pero en el derecho se podían apreciar unas pequeñas marcas por lo bajo, como si fueran ojeras, pero a su vez arrugas muy diferente a lo que era su lado izquierdo; el cual parecía ser el rostro de un pequeño ángel o un querubín enviado por los cielos, al menos así lo veía aquella pareja que se quedó unos instantes admirando a la pequeña e inocente criatura, la mujer con cuidado lo acercó a su rostro para darle un tierno beso en la frente. En ese momento, finalmente las lágrimas que había estado aguantando, fueron más fuertes y acercando el bebé a su rostro comenzó a llorar desconsoladamente.

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