—¿Te suena si tenías algo más en su casa?
—No, creo que eso era todo. Y aunque así fuera, no quiero darle más problemas ahora mismo. Creo que ya he hecho bastante.
Mientras Marc me tiende una bolsa llena de retazos de mi vida en pareja con Paulina, me dedica una mirada lastimera que me indica que no sabe cómo sacar el tema. No le culpo. He sido un imbécil con Pau y mi mierda ha acabado salpicando a todos. Paulina no quiere saber nada de mí —y no me sorprende—, Arantxa está cabreadísima conmigo por haber jugado con los sentimientos de su mejor amiga y Marc está entre la espada y la pared. Por una parte, empatiza con Pau —y tampoco se atreve a contradecir a su novia, porque corre el riesgo de perder una oreja—, pero por otra ya me ha dicho que en el fondo cree que es mejor así.
Tras la discusión que tuvimos la semana pasada, cuando no pude decirle a Pau que la quería, quedé con ella al día siguiente para intentar arreglar las cosas, pero todo se torció aún más. Claramente, venía con su discurso ya preparado, porque no me dejó decir prácticamente nada. En esencia, me dio un ultimátum. Me dijo que a ella no le iban las medias tintas y que no creía en esa "tontería de darse un tiempo", pero que también era consciente de que a veces era muy intransigente, así que me sugirió que nos viéramos varios días aquella semana como amigos, sin contacto físico, y eso hicimos. Y funcionó, nos ayudó a aclararnos. El problema es que lo hizo demasiado bien.
El primer día que quedamos tras ese reto se me hizo raro no darle un beso en los labios o no darle la mano —supongo que me había acostumbrado—, pero cuando al cabo de un rato me di cuenta de que no lo necesitaba, de que al día siguiente me pasaba lo mismo o cuando al cuarto día me canceló la cita y no me sentí decepcionado, no me quedó más remedio que ponerme a pensar. Y lo hice. Mucho. Pensé en clase, pensé mientras afinaba la guitarra, pensé mientras me duchaba y pensé mientras intentaba conciliar el sueño. Y no me quedó más remedio que afrontar la verdad: Paulina tenía motivos para sospechar. La quiero, pero no estoy enamorado de ella. La quiero por todo el tiempo que hemos pasado juntos, por la relación que hemos formado y por lo bien que me lo paso con ella, pero eso es todo. La quiero, pero no de un modo que le pueda bastar; no lo suficiente como para seguir con ella.
La bronca que tuve ayer con Paulina cuando compartí con ella mis reflexiones fue de proporciones épicas. Primero se echó a llorar, luego me insultó, después de eso lloró un poco más y no fue hasta que se calmó que pudimos hablar con relativa tranquilidad.
Me dijo que, en el fondo, siempre supo que yo no estaba implicado emocionalmente al cien por cien, que era consciente de que ella había forzado en cierto modo la situación al decirme lo que sentía por mí de manera tan abrupta, pero que no esperaba que fuera a comportarme como un pusilánime —en sus propias palabras— y a aceptar sin más, si realmente no había nada más por mi parte. Y tiene razón. Aquella tarde en la playa me lo pasé muy bien con ella y físicamente siempre me ha parecido atractiva, así que actué por impulso. No me detuve a pensar en lo que implicaría besarla aquel día entre las olas, ni tuve la cabeza fría ni la decencia suficientes como para hablar con ella después y decirle que seguía teniendo dudas. Debí hacerlo. Debí haber sido más valiente. Me habría quedado a dos velas, sí, pero no estaríamos en esta situación.
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The F word
Teen FictionEdu quiere ser músico. Cassie quiere ser astrofísica. Edu cree en su guitarra. Cassie solo cree en sí misma. Cassie sabe que la vida no es sencilla y que a menudo te recibe con una patada en los ****. Y Edu... Edu solo sabe que Cassie es la persona...