Capítulo 8

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El timbre de la última clase resonó por el pasillo, marcando el final de otro día interminable

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El timbre de la última clase resonó por el pasillo, marcando el final de otro día interminable.

Acomode mis cosas lentamente, esperando a que todos salieran del aula antes de levantarme. No me importaba llegar tarde a casa; de hecho, lo prefería. Menos tiempo allí significaba menos posibilidades de dolor.

Cuando salí de la escuela, el cielo ya comenzaba a oscurecerse, y se veía bellísimo.

El aire era frío y húmedo, aquella, una combinación que se sentía perfecta, para el peso que llevaba en el pecho.

Caminé sin rumbo fijo, hasta que mis pies me llevaron automáticamente hacia el parque detrás de la escuela. Mi lugar de escape, mi rincón, donde podía perderme en mis pensamientos, sin que nadie molestara.

Me senté en el banco de siempre, la madera dura y fría contra mi espalda.

Cerré los ojos y traté de bloquear el mundo exterior, pero las voces en mi cabeza eran más fuertes.

Recordé la discusión de anoche con mi padre, sus palabras llenas de odio aún resonando en mi mente. -¡Nunca serás nadie! ¡Sos un fracaso, igual que tu madre!-

Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas antes de que pudiera detenerlas.

Volvía a iniciar aquél ciclo interminable de dolor y desesperación, un pozo del que no podía escapar.

Abrí la mochila y saqué el cuaderno donde solía escribir. Las páginas estaban llenas de garabatos y pensamientos oscuros, reflejos de mi alma atormentada.

Pasé los dedos por las cicatrices en mis muñecas, mis recordatorios constantes de todos esos intentos de escapar de toda esta mierda. Cada línea, cada marca, una historia, que no podía contar, que nadie más conocía.

No había nadie a quien pudiera contarle mi verdad, nadie que entendiera, nadie a quien le importara de verdad. Nadie.

El parque estaba vacío, salvo por el sonido lejano del tráfico y el canto ocasional de un pájaro.

Todo aquél silencio, toda esa soledad, me daba una extraña sensación de confort. Era como si el mundo me hubiera olvidado, y por un momento, podía dejar de fingir. Podía ser solo Alex, el chico roto que no encontraba su lugar en el mundo.

De repente, escuché pasos acercándose. Me tensé, preparándome para cualquier cosa. Para mi sorpresa, era una compañera de clase que apenas conocía. Se acercó tímidamente, su expresión estaba llena de preocupación.

-Hola, Mía - dijo suavemente. -¿Puedo sentarme? -

Mía...

Asentí sin decir nada, sorprendido de verla aquí. Ella se sentó a mi lado, manteniendo distancia. Hubo un largo silencio antes de que ella hablara de nuevo.

- He notado que siempre te vas solo después de la escuela - dijo, mirando al suelo. - Pareces... bueno, no pareces estar bien.-

Sus palabras, aunque simples, me golpearon profundamente. Nadie antes se había preocupado lo suficiente como para notar... mi... no lo sé, ¿soledad?... y mucho menos para mencionarlo. No supe qué decir, así que simplemente asentí de nuevo.

Mi corazón grita tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora