Padres e hijos

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Si algo le costaba trabajo a Miorine era fingir tener emociones y pensamientos diferentes. Esto representaba una clara desventaja dentro de su entorno usual donde la hipocresía y las máscaras estaban a la orden del día. Miorine nunca había podido fingir que le agradaba alguien y tampoco podía evitar hablar cuando se le presentaba una injusticia o escuchaba algo que faltaba a la verdad. Esto le ganó su fama de soberbia.

Por otro lado, había aprendido de manera muy cruel que de nada le valía ser honesta puesto que la mayoría de las personas que conocieron sus verdaderos sentimientos llegaron a traicionarla más de una vez. Por lo tanto, llegó a la conclusión de que si no podía fingir tener otros sentimientos, lo mejor que podía hacer era ocultar lo que realmente sentía. Por años esto la mantuvo protegida, pero afectaba seriamente sus relaciones sociales las cuales eran cada vez más indispensables en sus presentes circunstancias.

Cuando la chica llegó al salón de segundo de secundaria ese día, los compañeros de Suletta ya se encontraban ahí.

— Buenos días— saludó mientras esbozaba una sonrisa e iba a sentarse a su lugar.

Aunque en un inicio había seguido las sugerencias de Suletta a regañadientes, comenzaba a darse cuenta de que aquellas normas de cortesía no eran necesariamente muestras de hipocresía y a veces le ayudaban a comunicarse mejor. Por lo pronto, tenía que admitir que saludar a sus compañeros era un poco mejor que no decir nada e irse a su lugar mientras esperaba que nadie la viera.

Los demás chicos le devolvieron el saludo. Era como si de verdad tuvieran gusto de verla. Sabía que en realidad quien les importaba era Suletta, pero de todas formas aquello la hacía sentir bien.

Mientras acomodaba sus cosas escuchó que Ojello y Nuno murmuraban algo desde sus bancas. Ojello se le quedó viendo antes de susurrarle algo a su amigo, aunque trató de ser discreto, la chica lo notó de inmediato.

— ¿Sucede algo?— preguntó Miorine.

Los dos muchachos se sobresaltaron y la vieron intimidados. Los otros compañeros voltearon con curiosidad; Chu-chu frunció el entrecejo y les dirigió una mirada ligeramente hostil.

—No es nada, sólo que notamos que hoy no llevas puesta tu bandana — mencionó Ojello.

Por las fotos que había visto, Miorine sabía que Suletta de ordinario se hacía un peinado peculiar con una bandana negra y otros accesorios para el cabello. Sin embargo, cuando a Miorine le tocaba ser Suletta, se hacía una trenza o una cola de caballo (en realidad prefería traerlo suelto, pero no le era tan práctico). La joven dedujo que sus compañeros ya se habían dado cuenta de algo, pero decidió disimular.

—Así es—contestó.—¿Se ve mal mi cabello?

—No, no. —dijo Nuno.— Es sólo que... Ojello tiene la teoría de que los días en que estás de mal humor no usas la bandana.

Todos voltearon para ver qué contestaba. Era obvio que los demás pensaban lo mismo. No era de extrañar, Miorine ya estaba familiarizada con la forma de ser de Suletta y desde luego, ella no podía replicar ese tipo de personalidad. Se había estado esforzando para no causar problemas y buscaba ser cordial con los amigos de la chica, por un tiempo esperó que aquello sería suficiente y que nadie se daría cuenta de que estaba pasando algo raro. Ahora que había sido descubierta, tenía que pensar en algo que no hiciera quedar mal a Suletta.

Se encogió de hombros antes de contestar.

— No estoy necesariamente de buen o mal humor. Simplemente hay días en los que no tengo ganas de usar la bandana. Pero si algo en mi actitud los ha hecho pensar que estoy de mal humor o los he ofendido sin darme cuenta, les pido disculpas.

Más allá del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora