Quiero volver a donde estás

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Desde hacía tiempo había dejado de importarle qué horas eran. No sabía cuánto llevaba sin comer y sin dormir. Permanecía encerrada en su cuarto sin dejar que entrara la luz. Pasaba mucho tiempo debajo de las cobijas, a veces se ponía a jugar videojuegos para olvidar, otras veces dejaba que los recuerdos la torturaran. Veía obsesivamente los mismos datos en la computadora, al punto que con cerrar los ojos podía recordar toda la información con exactitud.

"Desastre en Itomori", "Un cometa impactó a las 8:00 de la noche...", "...más de 500 muertos y cerca de 1200 heridos...", "un desastre imposible de predecir..."

Tenía los ojos hinchados por la falta de sueño y el exceso de llanto. Apretó la cobija a su cuerpo, era lo único que la ayudaba a dejar de temblar. No recordaba cuántos días llevaba sin ir a la escuela. Su padre tampoco había ido a visitarla, seguramente pensaba que era sólo un berrinche. Ella sabía que no podía estar en ese cuarto para siempre, en algún momento tendría que hacer ese dolor a un lado y seguir adelante como siempre lo había hecho cuando le daban esos ataques de tristeza. Sin embargo, esta vez no tenía las fuerzas para levantarse ella sola. Comenzaba a pensar que lo mejor sería rendirse.

Alguien tocó la puerta de su cuarto. Todo en el mundo real se sentía tan lejano que apenas pudo escuchar el golpeteo a pesar de estar a sólo un par de metros de la puerta. Seguramente sería la cocinera o Rajan exigiéndole que probara bocado. No tenía hambre, los seguiría ignorando. Volvieron a tocar la puerta. Tal vez debería de decirles que no insistieran, pero se sentía demasiado débil como para eso. Se ocultó aún más entre sus cobijas como si eso pudiera protegerla. Cerró los ojos. Estaba demasiado cansada, quizá debería dormir. Consideró recostarse en su cama en vez de continuar sentada en el suelo.

La puerta se abrió tan intempestivamente que casi da un brinco. Abrió los ojos pero se arrepintió al instante al ver la luz saliendo de la puerta; en el umbral se dibujaba una silueta que no alcanzaba a distinguir.

—¿Miorine? ¿Estás bien?— preguntó la silueta.

Era una voz familiar.

—Este lugar es demasiado oscuro. Necesitamos los rayos del sol—dijo otra voz.

Escuchó pasos y de pronto otro haz de luz la golpeó. Miorine bufó como un gato. Era demasiada luz y la luz dolía. Cerró los ojos y trató de esconderse lo más posible entre su cobija.

Alguien tocó su hombro suavemente.

—¿Miorine? Somos nosotros, vinimos de visita— dijo la primera voz, ahora se oía más cercana a ella.

Entreabrió los ojos, Nika se encontraba sentada junto a ella.

—¿Nika?—preguntó con una voz ronca apenas audible.

—Creo que tendremos que limpiar este cuarto— dijo la otra voz.

Miorine volteó en su dirección.

—¿Lilique?—luego dirigió la mirada al umbral de la puerta.

Till se asomaba en silencio.

— ¿También tú? ¿Qué están haciendo aquí?—preguntó.

Nika le dirigió una sonrisa.

—Nos preocupamos porque llevas varios días sin ir a la escuela, así que vinimos a ayudarte.

—¿Qué?

En esos momentos no estaba de ánimos para ver a nadie, pero se sentía tan cansada y sorprendida que ni siquiera tenía fuerzas para exigirles que se fueran. Algo le decía que no lo iban a hacer.

—Till, nosotros nos encargaremos de ella por ahora, tú ya sabes qué hacer—dijo Lilique.

El muchacho asintió y cerró la puerta tras de sí.

Más allá del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora