La bruja de las montañas

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Un estruendo de voces reinaba en la cafetería principal de la Academia Asticassia a la hora del almuerzo. Las mesas estaban repletas de jóvenes que aprovechaban el descanso para disfrutar los platillos del día y platicar con sus amigos. Con tanto movimiento de estudiantes, no era de extrañar que pasara desapercibida una mesa ubicada al fondo del salón, justo al lado de uno de los grandes ventanales que dejaban entrar la luz. Precisamente ahí se encontraba una joven completamente alejada del resto.

Miorine Rembran revisaba su teléfono mientras de vez en cuando tomaba un bocado de su platillo. Casi no acostumbraba comer en la cafetería y cuando lo hacía, no solía poner mucha atención a lo que estaba comiendo.

—Disculpa, ¿puedo sentarme aquí? Todos los lugares están ocupados.

La joven despegó la vista de su celular y vio a una chica de cabello negro y azul sosteniendo una bandeja. No recordaba su nombre, pero era su compañera de clase y según lo que había escuchado, se trataba de una estudiante becada. No pertenecía a ninguna familia influyente, ni tenía contactos importantes. La sospecha de que aquello sólo fuera una excusa para acercarse a ella hizo que Miorine se tomara su tiempo antes de contestar. Un vistazo al resto de la cafetería confirmó lo que le decía la chica; Miorine se limitó a asentir y volvió a sus asuntos en el celular.

Por suerte, su compañera tuvo la sensatez de no tratar de entablar una conversación. En apenas unos cuantos meses de haber entrado a la academia, Miorine Rembran ya se había ganado la reputación de ser una persona de mal genio y todos actuaban en consecuencia. Dicha reputación volvió a confirmarse minutos después cuando recibió un mensaje de su padre.

—¡¿Es en serio?! ¡Maldito viejo, ni si quiera me consultó!—, exclamó.

Su compañera se asustó ante tal arrebato, pero Miorine la ignoró; tenía cosas más importantes en qué pensar. Le acababan de informar que ese día cenaría con su padre. Como si no fuera suficiente presión comenzar con un nuevo semestre en la escuela. Ir con ese hombre la hacía enojar y ahora su día estaba completamente arruinado. Miorine se levantó de un golpe y tomó su mochila. No podía lidiar con este asunto en la cafetería.

—Señorita Rembran, su comida...— dijo la otra chica tímidamente

—No tengo hambre— respondió antes de retirarse.

Tras ese mal trago, la joven pasó el resto de las clases jugando videojuegos en su celular para descargar el estrés. Desde hacía tiempo que los maestros habían decidido simplemente ignorarla al igual que los compañeros. Salvo la gran indiferencia que mostraba ante las clases, no podían decir nada en su contra, en realidad. La chica entregaba todos los trabajos a tiempo y contestaba correctamente los exámenes. Sus calificaciones eran las mas altas de su generación. Para todos era evidente que ella no pertenecía a ese lugar, de hecho Miorine llevaba buen rato exigiendo entrar a la universidad de una vez en lugar de perder el tiempo en primero de preparatoria. Tras meses de insistir, no tenía muchas esperanzas de ser escuchada, pero quizá, si hacía uso de buenos argumentos, podría convencer a su padre en la cena de esa noche.

***

— No.

La negativa era de esperar, se repetía la misma escena. Con la diferencia de que a Miorine ya se le estaba acabando la paciencia.

— ¿Al menos podrías explicarme el por qué? He demostrado que tengo la habilidad para tomar cursos a nivel universitario. Es ridículo que me quede en la preparatoria. A mi edad, mi madre ya-

— Tú sólo debes limitarte a obedecer mis órdenes— la cortó su padre sin siquiera voltearla a ver.

— ¡¿Por qué lo haría si no tienen ningún sentido?!

Más allá del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora