CAPÍTULO 10

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Kamila

─¿A dónde vamos?. ─pregunto a sabiendas de que no me dirá un carajo.

─A cenar. ─para mi sorpresa sí me responde, y luego me empuja dentro de su auto.

Poco tiempo después llegamos a un restaurante finísimo, un camarero nos trae la carta y Edward pide una botella de vino espumoso.

─¿Qué quieres comer?. ─me pregunta luego de que el camarero se hubo marchado.

─No tengo hambre. ─mentira, muero de hambre, no he comido nada desde esta mañana y ya son pasadas las ocho de la noche, simplemente no me provoca satisfacción alguna comer con él. Por supuesto mi respuesta no es la que esperaba y al instante de escucharla su buen humor se va al carajo. El camarero llega a tomar nuestra orden y Edward pide para ambos, pasándose por las nalgas mi negativa a comer.

─Come. ─me ordena cuando llega la comida.

─Soy alérgica al marisco. ─y a tí.

─Escucha, estoy tratando de ser bueno contigo pero me lo estás poniendo muy difícil y mi paciencia no es infinita.

─Yo no te dije que me secuestraras así que o me devuelves a Los Ángeles o te aguantas.

─¡No te secuestre, maldita sea, soy tu padre!. ─a pesar de que exclama en voz baja, el sonido de su puño golpear contra la mesa llama la atención de varios comensales pero estos enseguida se voltean y siguen en lo suyo.

─Un padre no le apunta con un arma cargada a su hija. ─contraataco subiendo un poco el tono de mi voz pero sin que nadie logre escucharme. ─Perdiste el derecho de proclamarme tu hija hace mucho tiempo así que ahora no te las quieras dar de padre ejemplar que ambos sabemos que “amor” no es precisamente lo que sientes por mí.

Ninguno tocó su comida luego de esa conversación, por llamarla de alguna manera, el pagó la cuenta y regresamos a su palacio de cristal. Me encierro por voluntad propia en la habitación que dispuso para mí y me lanzo sobre la cama; me quedo estancada en mis pensamientos en un vano intento por lograr dormirme, han pasado tantas cosas en los últimos días que, a pesar de estar físicamente agotada no logro encontrar la paz del sueño.

De repente escucho el rugido del motor de un auto, como no tengo nada mejor que hacer decido acercarme al balcón y chismear un poco. Es el auto de Edward, está saliendo de la mansión. Todas mis alarmas se activan automáticamente pues sin el incordiando con su ridícula presencia tendría algo de espacio para buscar alguna forma de escapar de aquí. Soy capaz de caminar hasta Los Ángeles con tal de alejarme de él y volver con Damon y papá.

Salgo de mi habitación sorprendiéndome de que no estuviese cerrada con llave, sino hubiese tenido que forzar la cerradura. Por suerte no me topo con ninguno de los esbirros de Edward, al parecer están todos custodiando la planta baja. Al final del pasillo una puerta llama mi atención, es la única puerta negra de la casa, manipulo el picaporte y cede fácilmente al no estar cerrada con llave. Me adentro al oscuro lugar, al parecer es una oficina. Su oficina. Camino hasta el escritorio y reviso en los cajones, ni siquiera se que es exactamente lo que estoy buscando, solo algo, lo que sea, que me ayude a salir de aquí.

Por más que busco y rebusco solo logro encontrar lo que parece ser el expediente médico de Edward, al principio pienso en hacerlo a un lado pero descarto la idea al recordar lo que Damon me dijo en una ocasión mientras entrenábamos: Todo lo que puedas conocer sobre tu enemigo es una ventaja a tu favor para saber como y cuando atacar; así que lo saco del portafolios y me acerco a la ventana para que la luz de la luna me permita hecharle una ojeada pues preferirí no encender la luz temiendo alertar a los hombres de Edward.

Imperio de mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora