CAPÍTULO 11

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Kamila

Una fuerte luz me hace abrir los ojos. Mi cabeza duele. Me incorporo lentamente mirando a mi alrederdor. Estoy en el bosque y... ¿Qué tengo en la muñeca?. Un reloj. Pero no marca la hora, marca... el tiempo que me queda. ¡Diablos! he estado inconsciente dos horas. ¡Mierda! ¿Por dónde demonios empiezo?.

Bueno, podría empezar por quitarme los zapatos, los condenados pesan una tonelada y son demasiado altos como para caminar con ellos sobre este suelo cubierto de ramas y piedrecillas. Mientras me saco los tacones, veo un arma en el suelo y la tomo al instante; reviso si tiene balas, y sí, si tiene, pero solo dos. Si consigo salir de aquí se las meteré a Edward por el culo con todo y pistola. Me guardo el arma en el escote y emprendo la caminata sin saber siquiera hacia donde voy.

                              ☆☆☆

Cuando pienso que moriré de sed, diviso un pequeño arroyo a un par de metros de mí y corro hacia él a pesar de que los cortes en las plantas de mis pies me piden a gritos que pare. Bebo del agua como si mi vida dependiera de ello, porque realmente así es; no he comido ni bebido nada desde que Edward me saco de Los Ángeles y la falta de alimentos ya me esta pasando factura.

Continúo caminando a pesar del dolor en las heridas de mis pies, no puedo perder ni un minuto. Miro el reloj para revisar que tiempo me queda: cinco horas. ¡Carajo!. No me detengo, camino por horas, ignorando el dolor en mis pies. La rabia comienza a apoderarse de mí al ver las cámaras de seguridad instaladas en los árboles.

─¡Hijo de puta! ─grito mientras le lanzo una piedra a una de ellas. Grito hasta desgarrarme la garganta en un vano intento por desahogarme y, cuando estoy a punto de gritar de nuevo, escucho un rugido.

¿Que diablos ha sido eso?.

No me quedo para averiguarlo, comienzo a correr y agarro con fuerza el arma por si me veo en la necesidad de defenderme. Freno de golpe al ver a al animal frente a mí: un enorme oso pardo. No se mueve, solo me mira fijamente y luego desvía su mirada y se marcha. Camino lentamente hacia atrás, sin perderlo de vista, pero no doy ni dos pasos cuando mi pie izquierdo queda atrapado en una trampa para osos. Todo fue tan repentino que no logro contener el grito al sentir los dientes de la trampa perforar mi piel y me regaño mentalmente por ser tan torpe. Acto seguido pierdo el equilibrio caigo al suelo, de espaldas, torciendome la muñeca en un torpe intento de sostenerme con la mano al caer.

Se me ha caído la pistola y en un abrir y cerrar de ojos tengo al oso corriendo hacia mí. Me arrastro como puedo hacia atrás, tratando de ignorar el dolor en mi pierna; ni siquiera me molesto en liberarme de la trampa, sé que sería una mision imposible y en estos momentos mi prioridad es evitar ser el almuerzo de ese oso. Se abalanza sobre mí e inca sus dientes en mi muslo. El dolor me abraza y estoy a punto de rendirme cuando, con los ojos bañados en lágrimas, veo la pistola a solo centímetros de mí, la tomo y, con las manos temblorozas, disparo, atinándole a la cabeza. Jalo el gatillo una y otra, y otra vez a pesar de saber que el arma solo tenía dos balas.

Empleo la poca fuerza que me resta para sacar al animal de encima de mis piernas y me arrastro lejos de él. La sangre sale a chorros de la herida de mi tobillo, donde la trampa aún sigue prendida de mi pie, y ni hablar de la de mi muslo, el oso a rasgado mi piel hasta el punto de casi desprender un trozo, la herida es casi tan grande como la palma de mi mano y sangra tanto que me veo en la obligación de quitarme el vestido para usarlo como venda. Los mareos gracias a la perdida de sangre no tardan en aparecer y trato de hacerlos a un lado para seguir avanzando.

No se cuanto tiempo llevo caminando, solo se que con cada paso el dolor en mis heridas empeora, el vestido antes blanco ahora se encuentra completamente teñido de rojo. El sol está cayendo y tengo frío. Solo me quedan veinte minutos, y cuando estoy a punto de tirar la toalla veo, no muy lejos, el costado de la mansión de Edward, separado por una enorme cerca. El dolor queda en segundo plano cuando la adrenalina se hace presente y me apresuro para llegar lo antes posible y, cuando estoy solo a un par de metros de la cerca, siento algo clavarse en mi brazo, como una picadura de abeja. Inmediatamente llevo mi mano hacia el sitio, sacando el pequeño objeto: un dardo.

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⏰ Última actualización: Sep 08 ⏰

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