La iniciativa musical

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A día de hoy no recuerdo por qué acepté su propuesta.

O sea, verla en aquella posición vulnerable, indefensa, con los ánimos al filo del colapso, sonriendo apenas para cumplirme y ablandar mi corazón entumecido, fue una imagen harto convincente.

Ahri, la zorro de nueve colas, en cuyas cinemáticas demostraba una destreza física incomparable y un poder mágico abrumador, se hallaba ronroneándome casi al oído, rozando su pelaje esponjoso con mis piernas. Era evidente que no llegaría más lejos, por eso no me hice el difícil.

Pero, maldición, hubiera querido verla de rodillas y suplicando después de lo que me hizo. Tenía suerte de que no fuese rencoroso.

—Entonces, ¿cuándo empiezo?

—Mañana mismo —sentenció.

A pesar de mi confianza, y de la tierna e inocente alegría que la inundó cuando recibió mi conformidad, guardaba ciertas reservas respecto al trabajo. ¿Qué podría ofrecerle yo, un simple mortal, a un personaje de videojuegos con estadísticas superiores en todos los ámbitos?

Si ella quería podía hechizarme para que me cortase el cuello.

Por supuesto, había sido testigo de una fracción de mi poder de invocar objetos de videojuegos, y tenía presente que era capaz de transportarla a Runaterra; así que su valoración final no es del todo imprecisa. Definitivamente podría sacar partido de eso, y tuvo el tacto de no mostrarse interesada.

Con ese panorama que se abría ante mi agotada cabeza por la intensa jornada volví a mi hospedaje. Tenía varias llamadas perdidas, y pocas ganas de dar explicaciones, así que me dormí de inmediato.

La mañana siguiente comenzó muy temprano, pues Ahri me quería puntualmente en el vestíbulo del edificio. Según ella tenía una sorpresa para mí, y a pesar de mis aprensiones, supo aprovechar sus encantos de vastaya para que la siguiera a un misterioso lugar.

Aquel día se había vestido muy elegante, como una profesional del modelaje. Llevaba una blusa rosada que dejaba a la admiración de los más lujuriosos la zona en que sus pechos se tocaban; encima, un gabán del mismo color beige que sus ajustados pantalones.

De pronto, noté que tenía orejas humanas de las que colgaban aretes de oro. Pero supuse que se trataría de alguna clase de magia de ilusión como la que usaba para ocultar sus colas.

El detalle del choker dorado en su cuello me hizo fantasear con la idea de que podría ser bien sumisa en la cama.

El detalle del choker dorado en su cuello me hizo fantasear con la idea de que podría ser bien sumisa en la cama

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—Honestamente, te arrancaría los ojos y te castraría por mirarme así... Pero eres lo único que me queda en este mundo. Considérate dichoso.

Ella vio mi expresión de perro hambriento tras el espejo retrovisor, mientras conducía un Bravado Buffalo invocado del GTA V, por las calles de Manhattan. Su chofer había muerto, así que hasta que contratara uno nuevo y repararan la limusina me había pedido como favor reemplazarlo.

K/DA: La invasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora