El bosque de la bruja

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La primera noche que dormí en su casa fue una pesadilla.

No precisamente por el peligro de compartir espacio con una depredadora descarriada como era Ahri. Ya hubiera querido que se arrastrara hasta mi cama en mitad de la noche para drenarme algo más que mis recuerdos.

No, eran los más de 200 metros de altura en donde se ubicaba su apartamento, los que me dificultaban la respiración y el ritmo de mi sueño. De nada sirvió la comodidad suprema del cuarto de invitados, cortesía de la vastaya, que incluso decoré con mis pertenencias y algunos pósteres comprados por el camino.

Por eso, en vez de pegar el ojo, me quedé pensando en la propuesta musical que me hizo, y en la que depositaba todas sus esperanzas para un futuro mejor que la librara de la ruina laboral causada por Katarina.

Y es que su empresa estaba muerta, o por lo menos, desarticulada por un buen tiempo.

A falta de directivos o representantes y la renuncia de muchos empleados asustados, Lunar Elegance clausuró sus operaciones mientras duraba la investigación policial. Y si bien nos encargamos de ocultar las pruebas del delito que delataran a Ahri, además de sabotear al FBI, eso no frenó el tsunami mediático que la masacre produjo.

Todos los canales locales hablaban de un atentado terrorista, el más sanguinario y atroz en veinte años. Al mismo tiempo que relacionaban el triste episodio con la figura pública de Ahri, o mejor dicho, con Madison Atwood, la directora del departamento de diseño que sobrevivió, por el azar del destino.

La mañana siguiente, mientras nos disponíamos a abordar la limusina, con un parabrisas y un chasis completamente reparados, sufrimos el primer feroz acoso de la prensa.

—Miss Atwood —la llamó una reportera que invadió sin vergüenza su distancia personal— ¿qué nos puede decir del traumante episodio de violencia que vivió? ¿Es cierto que los criminales iban por usted?

—¿No le parece probable que se haya vuelto blanco de terroristas por su extraordinario parecido a Ahri del videojuego...?

—¿Es cierto que ahora viven juntos por seguridad?

Así se sumaron más periodistas al contingente, cada quien con preguntas más rebuscadas, cuya única intención era sacar alguna declaración valiosa de la boca de la kumiho. Y no solo fracasaron, sino que recibieron algún que otro empujón de parte de su servidor, pues ella esperaba que cumpliera mi papel de guardaespaldas y la condujese sana y salva al estacionamiento.

—¡Ahri, por favor, dame un autógrafo! —preguntó un impertinente, y creo que no era reportero, sino que había fanáticos y gamers mezclados en la turba. No lo culpo, yo también quería mi autógrafo.

Subimos a la limusina, y mi rol cambió al de chofer.

—¿Hacia dónde vamos hoy? —pregunté animado, pero en realidad me moría de sueño.

—A Maryland.

—Entendid... ¿Qué? ¿Por qué tan lejos?

De pronto, la actitud reservada y tímida de Ahri, casi evasiva, pues no hizo contacto visual conmigo, me dejó muy confundido.

—No-no puedo decírtelo... Hasta que lleguemos.

—Qué extraño... Ayer te veía muy locuaz y abierta emocionalmente a contarme todas tus intimidades, y hoy ni siquiera puedes revelarme tus planes. ¿Qué pretendes?

—Es que... —respondió, y advertí que luchaba para que las palabras salieran de su boca— si te lo cuento me odiarás.

—Tarde o temprano me enteraré, y seguro te odie más por habérmelo ocultado. Así que mejor suéltalo ahora, y adelantemos el drama para que no sea molesto durante el viaje.

K/DA: La invasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora