Lyra Blair Black, o más bien Weasley, va a entrar a su primer año en hogwarts en el que conocerá a muchísimos nuevos amigos y forjará su reputación en hogwarts ayudando a Harry a salvar la piedra filosofal.
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—Bueno si me lo ofreces no me voy a negar —dijo Lyra levantándose junto con Harry del asiento. —Deme un par de ranas de chocolate.
Ron se quedó callado y sentado algo colorado.
—Serían tres galeones señorita —dijo la mujer del carrito con una sonrisa.
—¡Pero estamos locos! —exclamó Lyra al escuchar el precio —¡Por Merlín! Ya no tengo hambre, pero gracias, supongo.
E indignada se sentó junto a Ron, cruzada de brazos.
—Lyra, por algo mamá nos ha hecho bocatas —susurró Ron cediéndole el suyo.
—Y por que no me lo habías dicho antes —Agarró el bocata con mala cara.
La pelirroja, cruzada de brazos, empezó a desenvolver el bocata del papel con el que lo había guardado su madre cuando de repente delante suya escuchó la voz de Harry decir:
—Dénoslo todo.
El pelinegro puso sus compras en el asiento que tenía a su lado ofreciéndoles todo lo que quisieran a los dos Weasley. Ron parecía contentísimo y comía sin cortarse ni un pelo, igual que su hermana que si su hermano no se lo hubiera impedido hubiera tirado su bocata por la ventanilla del tren.
—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Raquel y Ron, cogiendo un envase de ranas de chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?
—¡Que va! —exclamó Lyra cogiendo una cajita —Si fuera de verdad ni de broma me la comía. Estas están buenísimas.
—Además vienen con cromos de brujas y magos famosos—dijo Ron con una sonrisa —Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.
—Sin embargo yo sí que los tengo todos —se burló Lyra con una sonrisa pilla mientras terminaba su chocolate.
Ron la miraba con una expresión de odio mientras que Harry agarraba el cromo de su ranita de chocolate.
—¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry enseñándoles la carta.
—¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —exclamó Ron.
Pasaron un buen rato comiendo las grajeas de todos los sabores. En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró un muchacho rubio de cara redonda. Parecía muy afligido.
—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?
