𝟬𝟭. the unluckiest girl alive

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╭── ➳ 🕷️ ⦁ 🌊 ⦁ capítulo uno
la chica más desafortunada viva ──

╭── ➳ 🕷️ ⦁ 🌊 ⦁ capítulo unola chica más desafortunada viva ❑ ❂ ──╯

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MIS MANOS ESTABAN LLENAS DE LA TIERRA que usé para enterrar a mi padre. Las limpié en mi vestido celeste y dejé las huellas de la muerte impregnadas en la tela. Mientras caminaba junto al resto de las muchachas hacia la plazoleta, me preguntaba si alguna podría oler el característico olor de las flores del cementerio. O el de la sangre que chorreó de la cabeza de mi padre al golpearse contra la mesa de la cocina.

No me daba miedo la muerte, ya había visto demasiada como para temer el momento en el que a mí también me visitara. Por eso, mi expresión era seria y mi pulso regular al posicionarme junto al resto de las chicas llorosas que podían ser las próximas elegidas para los Juegos del Hambre. La rubia frente a mí temblaba de pies a cabeza, aunque también se podía deber al frío matutino y a la falta de telas abrigadas a pesar de ser el mismo distrito que las fabricaba.

Mi vestido era un rejunte de ropa ajena. El cuello de una camisa raída de mi hermano Sol. La manga derecha de un vestido de mi abuela y la manga izquierda de una camisola de mi madre. La falda era una amalgamación de pantalones de trabajo de mi padre que desechaba a medida que conseguía nuevos. Unos gemelos brillantes de mi bisabuela. Y lo celeste del conjunto era una camiseta de mi hermano Harlow, la última que le vi usar antes de que su nombre saliera en la cosecha de los Juegos.

Supongo que eso no favorecía en nada a mi racha de mala suerte.

Las últimas palabras de mi padre habían sido deseos de muerte. Rogaba que mi nombre saliera en la cosecha para no tener una inútil boca que alimentar. Hacía tiempo que solo éramos él y yo, y creo que temía que la muerte lo atrapara como había atrapado a todos los de mi alrededor. Su mayor miedo se hizo realidad y también su deseo, porque ahora solo hay una boca que alimentar.

La mujer enviada por el Capitolio emergió de la alcaldía con un vestuario lleno de plumas de pavo real. Ese era mi último año en la cosecha y mi nombre estaba más veces que el de nadie porque mi padre me obligaba a solicitar teselas. En su afán por deshacerse de mí, llenó la urna de las chicas con mi nombre a cambio de unos granos que le terminaba dando a las vacas que iba a faenar. Había sesenta y siete Willow Fortunatis perdidos en esa urna de cristal y lo sentí en todo mi cuerpo justo antes de que pasara.

—¡Willow Fortunati!

Todos me miraron. No solo las chicas aliviadas de haber sobrevivido un año más, ni los chicos inquietos por obtener mi mismo destino; sino que todo Panem sabía que a la última Fortunati que quedaba viva solo le quedaban días de vida. Primero Sol, luego Harlow y ahora era yo.

Los agentes de la paz se me acercaron cuando yo no me moví, pero avancé antes de que consiguieran agarrarme. No hay nadie a quien despedir, ni a quien convencer de que iba a volver sana y salva. La única que llorará mi muerte seré yo misma al llegar el golpe de gracia.

Caminé sobre la grava sin amedrentarme ante las miradas ni las cámaras y subí al escenario hasta quedar parada junto a la señora Pavo Real. Aplaudió con alegría y acarició un poco mi hombro antes de pasar a la urna de los chicos. Podría haberla empujado o robado su micrófono para decir algo, pero lo único que saldría de mi boca hubiera sido un grito. Quería estar en la arena, quería que me mataran, quería que sonara el cañón. No tenía nada ni nadie en el Distrito 8, y solo dejaría de ser una carga, un peso muerto, cuando dejara de existir.

—¡Dexter Haywood!

Dexter estaba mucho más nervioso. Se lo notaba en el tic de su mano, se abría y se cerraba sin parar como un mecanismo averiado. Habíamos ido a la escuela juntos, era solo unos meses menor que yo y charlábamos de vez en cuando. O lo hacíamos hasta que Harlow murió y mi padre me prohibió seguir yendo a la escuela. Dexter era amable. Me preguntaba si lo seguiría siendo cuando los Juegos empezaran.

Luego me encerraron en un cuarto de la alcaldía y me quedé parada mientras escuchaba las voces del otro lado de la pared. Dexter y su madre. Él le prometía que iba a ganar y ella lloraba sin parar, sus palabras eran inentendibles. De repente, mis mejillas se humedecieron y creí que se trataba de la sangre de mi padre, pero solo eran lágrimas. Lágrimas por todas las madres que iban a perder a sus hijos, que los iban a ver a morir a través de una televisión. Lágrimas por los corazones que se iban a corromper por la ciega misión de salir victorioso de un baño de sangre. Lágrimas porque iba a morir y no había nadie en la Tierra a quien le importara.

No le temía a la muerte, solo me generaba tristeza que mi mala suerte me hubiera dejado última en su lista de pendientes. Vi a todos morir y ahora nadie me vería a mí. Lloré a todos, pero ni una lágrima caería en mi nombre, más allá de la gente del Capitolio a la que pudiera impresionar y me tomara cariño. Era la última Fortunati viva y nadie quedaría para marcar que estuve aquí. Que una vez hubo una chica que perseguía a los perros de las granjas y cosía sus propias prendas. Cantaba las canciones que le enseñaban su bisabuela y su abuela, y se sentaba abajo de un sauce para oírlo cantar. Había visto morir a sus hermanos y ahora le tocaba a ella.

Nadie sabría que hubo una chica que fue la más desafortunada del mundo. Y a diferencia de mi padre, tampoco habría nadie que cavara mi tumba.

 Y a diferencia de mi padre, tampoco habría nadie que cavara mi tumba

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EVERMORE ✉︎ finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora