Capitulo 16: Medidas desesperadas

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— Rápido, la necesito ahora— la voz suplicante salía de la boca de aquella mujer, necesitaba un escape.

— Ya sabes lo que debes darme antes.

Su cara neutra combinada con ansiedad daban a entender que no era la primera vez que pasaba por eso. No quería, pero lo necesitaba, la ansiaba con todas sus fuerzas.

— Pero... ¿No dirás a nadie?. — habló temerosa.

Fue cuando sintió las toscas manos de aquel hombre acariciando sus piernas con lascivia, y sintió muchas ganas de vomitar.

Lo necesitas, se dijo.

— Pero linda, — se acercó a su oído para susurrar— todos aquí saben que eres una puta.

Al decir esto la volteó con fuerza pese a sus quejidos. El iba a conseguir lo que quería, y ella no se lo iba a negar, estaba seguro de eso.

La joven de piel blanca y cabellos de oro derramaba lagrimas de dolor y rabia por sus sonrojadas mejillas, era igual de zorra que su madre.

El tipo parecía no acabar, y aquello solo lastimaba su delgado cuerpo. Mientras que solo se escuchaba en aquel viejo y sucio baño la respiración agitada de él, donde denotaba pura satisfacción.

— Tan putita y tan rígida... ¿Ah?. —ella solo sollozaba— ¿No te gusta?— una nalgada la hizo gemir de dolor y asco, pero este no lo tomó así.

Que pare ya, Dios mío. Solo podía pedir clemencia y suplicar perdón.

El hombre fue relentizando sus movimientos y ella notó que por fin todo había acabado.

Salió de ella y se compuso su pantalón, ella solo bajó su pequeña falda y acomodó su ropa interior. El tipo se le acercó de nuevo y ella comenzó a temblar, pero este solo dejó una pequeña bolsita en el valle de sus senos y le sonrió de manera perversa.

— Tu pago, vida mía— le acarició la mejilla y limpió una de sus lágrimas, para luego salir de aquel lugar.

La joven solo se deslizó lentamente por la pared, y sacó la bolsita de donde estaba. Sus movimientos eran erraticos y automáticos.

Tomó en su uña del dedo meñique una pequeña cantidad, seguida de otra, y otra más. Mientras, sus espasmos se calmaban, su respiración se relentizaba y ella ya no lloraba, solo sonreía. Y eso le gustaba.

Sal ahora, necesito atender a alguien.

Eres una perra igual que tu madre.

Nunca te quise, debí abortarte cuando pude.

Las mujeres lindas no tienen futuro mi amor, es hora de que lo entiendas.

Todo pasaba como una película, y esa era la parte que más odiaba de eso. Quería olvidar, quería ser libre de todo eso, quería que vieran más de ella que solo una cara y cuerpo bonito. Ella lo merecía.

— Yo soy fuerte, yo soy fuerte, yo soy... — y su voz se quebró.

No era fuerte, nadie lo era. Pero ella no lo entendía.

Unos golpes en la puerta se escucharon, pero ella ya sabía quien era. Siempre venía luego de todo. Parecía brujo.

— Aquí estoy, cariño. — susurró dolido, ella no sabía como su corazón se rompía al verla así— aquí siempre estaré, Rebecca.

***

Leya

Cuadros y más cuadros, generación tras generación. Esta gente tiene una afición por ellos mismos demasiado grande.

Antes de despedirnos | EN PROCESO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora