El afortunado siempre fui yo

145 23 392
                                    

Salí de la oficina y me encontré a mi madre discutiendo con Adria. Puse mi mano en mi frente con total desagrado.

—Señor , me disculpo, pero la señora no me ha querido escuchar.

—No te preocupes, Adria, es mi madre.

La cara de Adria realmente fue muy cómica; podía ver el susto en su rostro al escucharme decir que es mi madre.

—Lo siento tanto, de verdad —dijo avergonzada.

«No tienes por qué pedir disculpas, tú estás haciendo tu trabajo.»

«Madre, Julián, hola, pasen —les dije dirigiéndome a ellos.»

Mi madre avanzó hasta mí y besó mis mejillas.

—Es el colmo que tu asistente no sepa quién es tu madre, Jonathan —me dijo mientras se sentaba en uno de los sofás.

—Jonathan, no puedes darle una foto tuya a cada asistente, Estela.

—Gracias, Julián, acabas de decir algo acertado. ¿Cómo están? Les pregunté a ambos.

—Bien, estamos muy bien. Estela quiso venir a saludarte. Estaremos algunos días por acá.

—Así es, porque si mi hijo no se interesa por buscarme, me toca a mí salir en su búsqueda.

—Madre, por favor, no empecemos con eso —le reproché, ya sintiendo desagrado.

—Está bien, está bien. Y tú, ¿cómo estás? Me enteré hace unas semanas de que retomaste la dirección del bufete.

—Sí, es cierto. Lo necesitaba —contesté.

—Pero todos sabemos que Maggie estaba haciendo un excelente trabajo —comentó Julián.

—Sí, eso es indiscutible, Julián. Sin embargo, no fue eso lo que me llevó de vuelta.

—De todas formas, es positivo que estés al mando nuevamente —intervino mi madre.

Conversamos un poco más sobre ellos y los negocios, hasta que mi madre, dirigiéndose a Julián, le pidió amablemente:

—Julián, ¿podrías dejarnos solos un momento, por favor?

—Claro —respondió, poniéndose de pie y depositando un beso en la frente de mi madre antes de salir de mi oficina.

—¿Por qué lo sacaste? —pregunté sorprendido cuando Julián abandonó la habitación.

—Cielo, ¿Cuánto tiempo tienes sin hablar con Lucía? —preguntó, ignorando mi pregunta

—Hace mucho, desde que me vine a Perú.

De repente, un fuerte remordimiento se apoderó de mi alma y corazón. Mi maldito egoísmo, una vez más, me acorralaba sin permitirme respirar.

—¿Pasa algo? —pregunté con un hilo de voz.

—Hace unos meses, Lucía y su familia regresaron a su pueblo.

—¿Está bien?

—Sí, está bien, pero no soporta vivir en la casa sin ti, así que se fue.

—¿Cómo sabes eso?

—Hablé con Claris —me dijo, cruzando la pierna.

—Santo cielo, parece que todo el mundo habla con ella —comenté con un tono de desagrado.

—Hijo, no sé qué pasó entre ustedes, pero si pudieras llamarla, ella te explicaría mejor.

Era como si el maldito fantasma del pasado se empeñara en no dejarme avanzar; cada vez que estábamos en un buen momento, aparecía alguien recordándome que había dejado un montón de cosas sin resolver.

Claris Olsen y los Fantasmas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora