El segundo hombre

96 19 315
                                    

Después de acordar con Nicolás de quedarnos durante cuatro meses, había mucho por organizar. Sin embargo, antes de abordar esos detalles, necesitaba tener una conversación con Maggie. Al llegar a la oficina, solicité a Isaac que me anunciara. Mientras esperaba a su lado, Isaac se comunicó con Maggie. Después de unos segundos, me indicó que podía pasar.

—No necesitas anunciarte para entrar a esta oficina, Jona —me dijo Maggie, poniéndose de pie mientras nos dábamos un rápido abrazo de saludo.

—Esta oficina sigue igual que la última vez que la vi, pero ahora huele a ti —comenté sin responder a su observación.

—¿Cómo estás? —me preguntó, sentándose en el borde del escritorio mientras yo tomaba asiento en una de las sillas frente a ella.

—Estoy bien, Maggie. Estoy procesando muchas cosas; aún no me acostumbro a abrir los ojos y estar aquí, no me acostumbro a muchas cosas.

—Es lógico, Jona. ¿Y Nico? ¿Cómo se siente?

—Él está bien. Es de otro planeta.

—Es encantador, Jona.

—Sí, lo es —dije mordiendo mi labio.

—¿Qué tienes pensado hacer?

—Maggie, me voy a quedar por Anette.

—Lo siento, Jona —dijo avergonzada.

Resoplé.

—Esto se salió de las manos, Maggie.

—Lo sé, Jona. Me equivoqué y lo siento, pero llevaba meses pensando qué hacer con esa cartera de clientes.

—Esto no puede volver a pasar. En esta ocasión, yo estoy aquí, pero si no estuviera, otra sería la historia —mi voz sonaba dura.

—Tenías tanto tiempo sin regañarme —dijo como una niña pequeña.

—Es más que un regaño, es preocupación. No puedes dejar que pasen cosas como estas.

—No volverá a pasar, Jona.

Es extraño, pero Maggie nunca comete errores como estos; jamás se le hubiera pasado algo así. Es como si la vida hubiera acomodado todo para que me quedara, como si me estuviera empujando a seguir aquí.

Durante el primer mes, básicamente me puse al día con Anette, me reuní con los clientes y me empapé de todos los casos. Recibí visitas, invitaciones a eventos y rechacé cada una. Durante este mes, no vi a Claris ni supe nada de ella. Solo tenía un enfoque: sacar la cartera lo mejor posible.

—Jona, Arturo Carazo volvió a llamar, y el cardenal Fabricio me solicitó una cita contigo para esta semana —indicó Nico.

—No conozco a ningún cardenal Fabricio.

—Bueno, él afirma que sí.

—Pero no te dice qué es lo que quiere.

—No, Jona, pero ha sido insistente. Incluso le dije que yo lo atendía, pero dijo que solo contigo.

—Dile que mañana al filo de la tarde.

—De acuerdo, y sobre Arturo...

—No he pensado en eso. Que espere.

—¿Por qué no aceptas una reunión? Tú, él, Maggie y ambos contadores. Así aclaras tus dudas.

—No sé, Nico. Voy a pensarlo. Es una decisión que no puedo tomar tan rápido.

Estoy en pleno proceso de asimilar todo lo que ha ocurrido. La idea de adquirir Carazo Luna me atraía, pero debo tomar decisiones fundamentadas en el beneficio de la empresa. El sueño de mi padre siempre fue tener el dominio completo de ambos bufetes; solía repetir que eso nos colocaría en otro nivel, por otra parte, estaba Nico que me gustaba su trabajo y debía empezar a soltarlo, pero eso requería contratar otro asistente.

Claris Olsen y los Fantasmas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora