Capítulo 12

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Jennie se las ingenió para convencer a Lisa de ir montada en Roma durante el viaje de regreso. Lisa había estado renuente al principio, pero una vez que se comprobó que la yegua era tan apacible como Héctor y que no intentaría morder a la reina, fue que partieron rumbo al hogar.

Hogar. Sonaba tan cálido evocar la imagen de ese precioso castillo que portaba su nuevo estandarte. Jennie había pasado muchos veranos en él, con Lisa y Emil, pero en ese entonces su hogar había estado en Zedora. Ella siempre había amado esos veranos, pero cuando llegaba la hora, ella y Emil abordaban su barco y retornaban a su reino. Ya no podía referirse a Zedora como su hogar y la idea la entristecía. Lo extrañaría. El castillo en el que había nacido y crecido, las caballerizas reales que le brindaron refugio de sus lecciones de etiqueta, las extensas y abiertas planicies donde las manadas de caballos salvajes todavía pastaban ocasionalmente. Posó la mirada en Lisa, cuya postura había mejorado un poco luego de aceptarle gentilmente sus consejos, y de pronto ya no sintió pesadumbre.

No, decidió Jennie, ella siempre recordaría su hogar, en donde pasó sus años de formación, pero el hogar ahora estaba con Lisa y ese pensamiento fue acompañado de esperanza y anticipación. Se sentía como un nuevo comienzo.

Sin embargo, Lisa no se sentía esperanzada o ansiosa por llegar. Mientras más se acercaban al castillo, más consciente era de lo que necesitaba hacer una vez que se reuniera a solas con Estefan. Las manos se le aferraban con fuerza a las riendas y se sentía llena de una pesada aprehensión. Iba a tener que abordar el tema de la anulación del matrimonio con el padre de su esposa.

Era algo difícil de pensar, pero Lisa sabía que no podría seguir evadiendo el asunto. Sus ojos se giraron hacia Jennie quién cabalgaba a su lado, y por supuesto, le dolió mucho más al mirarla, por lo que desvió la vista así como esos funestos pensamientos.

El día que habían pasado juntas había estado muy bien. Dejando de lado su cuerpo adolorido y las menciones sobre su familia, podía decirse que habían tenido un buen día. Cosa que le hizo darse cuenta con espanto que ni siquiera había sabido en qué consistían los días buenos antes de que se casara con Jennie –Sus días pasados habían sido bastante similares exceptuando su creciente ansiedad por la boda que se le vino encima. Todo en ese entonces había sido trabajar, planear, organizar, delegar, revisar, la entera consecuencia colectiva de ser la persona a la que todo mundo buscaba a la hora de tomar decisiones,

Lisa podía entender por qué Emil se había marchado. Algunas veces lo envidiaba porque en el fondo ella sabía que nunca podría irse como él. Su padre le había enseñado bien a nunca eludir sus responsabilidades. Aún si había estado descuidando sus deberes últimamente en pos de la boda, Lisa no podría dejar todo atrás. Eso era para lo que había nacido y Jennie ahora era su responsabilidad; tenía que pensar en lo que era mejor para sus intereses y actuar conforme a ello.

Casi saltó fuera de su piel cuando sintió una mano tocándole la pierna.

"¿Lisa?"

"Cristo". Se permitió, tratando de . Su corazón se sintió como si quisiera escapársele de la caja torácica mientras Roma le resoplaba.

"Te ves afligida". Le explicó Jennie, con el semblante preocupado. "¿Qué ocurre?"

"Nada". Le dijo Lisa automáticamente, la respuesta sonó hueca incluso para sus propios oídos.

"Debe haber algo para que tengas esa cara. Sabes que puedes hablar conmigo. Dime qué te perturba".

Jennie tendría que enterarse tarde o temprano, pero Lisa no quería decirle nada hasta que hubiera tratado primero con Estefan, lo que significaría que tendría que seguirle contestando con verdades a medias. Lisa casi suspiró. Sentía como si se la pasara mintiéndole a Jennie. No era fácil –Nunca le había mentido antes en su juventud porque no tuvo la necesidad de hacerlo. Todo había sido mucho más simple en aquella época.

El destino de la reina (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora