Jennie hizo un gesto de desagrado al ver cómo la pareja que aparecía en la pantalla de la televisión empezaba a arrancarse la ropa el uno al otro.
—Como si la gente de verdad se comportase así —murmuró para sí mientras alargaba la mano para tomar el mando a distancia.
Si había algo que Jennie no soportaba, eran las escenas de sexo explícito de las películas. Aunque se daba cuenta de que probablemente no fuera la espectadora típica, Jennie estaba bastante segura de que el sexo no era como lo mostraba Hollywood.Frunció el ceño cuando el hombre levantó a la mujer, ya medio desnuda, la sentó sobre la encimera de la cocina y la penetró. O hizo como si la penetrara, porque la cámara enfocaba a sus caras. Cuando empezaron los gruñidos y gemidos, Jennie pulsó con firmeza el botón de apagado. Ya había visto bastante de esas ridiculeces, muchas gracias. Era hora de subir a comprobar si Ella estaba dormida. Eran más de las nueve y al día siguiente tenía que ir al colegio.
Jennie no había acabado de subir las escaleras cuando sonó el teléfono. Echó a correr y, al llegar arriba, se asomó un momento por la puerta de Ella para comprobar que estaba bien.
Estaba dormida. Perfecto. Llegó a su habitación, cerró la puerta para no despertar a la niña y descolgó el teléfono.—Hola —saludó, esperando que fuera su madre. Sus amigas estaban todas casadas y tenían hijos, así que estaban todas muy ocupadas a esas horas como para hablar por teléfono.
—Hola, Jennie. Soy Gail —dijo una voz femenina al otro lado de la línea—. Gail Robinson.
—Hola, Gail. ¿Qué tal?
—Me he torcido el tobillo —dijo la mujer, desanimada—. Me he resbalado en una cuesta empinada. Llevo un buen rato sentada con un bloque de hielo encima del tobillo, pero sigue hinchadísimo. Me va a ser imposible ir a casa de Lisa Manobal mañana.
Jennie frunció el ceño. Lisa Manobal era una de sus últimos clientes. Sarah, la asistente de Jennie, la había atendido mientras ella estaba de crucero por el Pacífico Sur con Ella en las últimas vacaciones escolares. La señorita Manobal era soltera y tenía una casa en Terrigal enorme, de suelos cerámicos que se tardaba siglos en limpiar. También quería que le cambiaran las sábanas y las toallas, y que le hicieran la colada, la plancharan y colocaran, cosa no habitual.
El servicio que su empresa ofrecía era de cuatro horas de trabajo y cubría la limpieza de suelos, baños y cocina. Nada de coladas, porque requería mucho tiempo, ni de limpieza de ventanas, que podía ser peligrosa.
Pero, al parecer, esa mujer había convencido a Sarah para encontrar a alguien que se encargara del trabajo extra igualmente. Gail tardaba cinco horas en hacerlo todo y «Totally Clean Enterprises» recibía ciento cincuenta dólares por ello, y Gail, ciento veinte. Sus tarifas eran muy competitivas.
—Siento dejarte tirada con tan poco tiempo —dijo Gail disgustada.
—No te preocupes. Conseguiré a alguien.
—¿Un viernes?
Jennie sabía por qué Gail era escéptica. Los viernes eran los días de más trabajo para las limpiadoras, pues todo el mundo quería tener su casa limpia para el fin de semana. Aunque Jennie tenía un par de personas a las que recurrir si estaba desesperada, temía que, al no haber recibido el estricto curso de formación de la empresa, no lo hicieran del todo bien con una cliente tan exigente.
—No te preocupes —le dijo—. Lo haré yo misma. Y Gail, no te preocupes por el dinero. No dejarás de cobrar.
—¿Lo dices en serio?
—Sé muy bien lo justa que estás de dinero en este momento.
El marido de Gail había perdido su trabajo hacía pocas semanas y necesitaban de verdad el dinero que ella ganaba.
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Princesa de Hielo | Jenlisa G!P
RandomJennie Kim es una joven de treinta años, viuda, madre y dueña de una empresa de limpieza. Totalmente centrada en su trabajo y su hija, Jennie huye de las relaciones y, especialmente, del sexo. Lisa Manobal, una seductora escritora, llegará a su vida...