Capítulo 7

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Jennie sintió un nudo en el estómago como siempre que llegaba a casa de su madre. Últimamente no le ocurría porque la vieja casa de campo estuviera hecha un desastre, sino porque su madre siempre parecía encontrar las palabras justas que le ponían los nervios de punta.

Notaba su crítica hasta en el más simple de sus comentarios. En cuanto aparcó frente a la casa, Ella saltó del coche y cruzó corriendo el jardín descuidado y lleno de malas hierbas para darle un abrazo a su abuela, que había salido al porche a recibirlos. Después corrió a jugar a un viejo columpio hecho con un viejo neumático que colgaba de una rama de árbol.

—Gracias por quedarte con Ella, mamá —dijo Jennie bajando la ventanilla del coche e intentando no mirarla. Pero era imposible. Su pelo era tan oscuro como la túnica que llevaba— No sé a qué hora volveré. Probablemente después de comer.

Jennie había decidido no decirle a su madre que saldría aquella noche hasta que volviera de hacer compras. Le diría que se había encontrado con una amiga que la había invitado a salir porque otra amiga no había podido ir con ella.

—¿Por qué tienes tanta prisa? —Preguntó Shelby bajando los destartalados escalones— ¿No puedes pasar a tomarte un café?

—Lo haré cuando vuelva. No quiero llegar muy tarde porque ya sabes que el aparcamiento se pone imposible cuando hay rebajas.

—Estás muy guapa hoy —dijo su madre, llegando junto al coche— Como siempre. No creía que necesitaras ropa nueva.

Jennie forzó una sonrisa.

—Voy a buscar regalos para Navidad, pero también me gusta comprarme algo a principio de temporada —dijo, apretando los dientes—Si no, acabas teniendo un aspecto pasado de moda.

—¡Como yo entonces! —rió su madre.

—Yo no he dicho eso.

—No tenías que hacerlo. Sé que parezco haber salido directamente de los sesenta, pero eso es lo que soy.

Nadie se lo habría imaginado, pensó Jennie irónicamente.

—Tengo que irme, mamá —dijo— Cuida de Ella. No la dejes alejarse demasiado de casa —su madre vivía en una parcela en el valle de Yarramalong, donde había una vegetación muy frondosa. Y serpientes.

—No le pasará nada.

Jennie suspiró, se despidió con la mano y se marchó. Su madre siempre decía lo mismo, y también lo pensaba. Todo y todos estaban siempre bien para ella. Excepto su hija, claro. Su hija era una histérica frígida que no sabía cómo relajarse ni divertirse.

Tal vez tuviera razón, pensó Jennie por primera vez en su vida. Iba a ir a una cena de gala en Sidney con su autora favorita y, ¿estaba contenta por ello? ¡No! No hacía más que pensar en lo que podría o no pasar cuando Lisa la dejara en casa.

Al menos su madre estaba siempre contenta. Lo estuvo hasta cuando su marido la dejó.
Debía sentirse feliz, pensó Jennie mientras conducía hacia Tuggerah: tenía una bonita casa, una hija fantástica y un negocio floreciente. Y una buena madre, aunque fuera algo irritante a veces. Y tampoco debía seguir preocupada por lo que pasaría por la noche. Era una mujer adulta y podía controlar las cosas. Si Lisa se insinuaba, podría manejar la situación. No había motivos para no relajarse y pasarlo bien.

El problema era que siempre le costaba relajarse; era como si estuviera condenada a estar siempre en tensión por todo, como si las cosas nunca fueran completamente bien o no estuvieran lo suficientemente limpias.

Jennie hizo una mueca. Estaba harta de aquello. Harta de sí misma. Menos mal que no estaba lejos del centro comercial. Ir de compras era lo único de lo que disfrutaba de verdad, pues tenía buen gusto con la ropa y sabía lo que le sentaba bien. Kai siempre se sentía orgulloso de ella cuando lo acompañaba a las fiestas de Navidad de la empresa. Con un poco de suerte, Lisa también se sentiría orgullosa de ella cuando fuera a recogerla esa noche.

Princesa de Hielo | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora