Capítulo 11

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La siguiente misión de Lisa era mostrarle que el sexo no sólo podía tener lugar en la habitación, pero primero tenía que dejarla dormir un poco, y dormir ella también. Tenía que asegurarse de estar en plenas facultades para el siguiente asalto.

Jennie se despertó al sentir una leve caricia en su hombro. Por un momento pensó que era Ella, despertándola después de haber tenido una pesadilla. Pero no era su hija la que la miraba, sino Lisa.

Estaba sentada en el borde de la cama, mirándola.

—¿Qué... qué hora es?

—Sobre las dos. Has dormido un par de horas.

—Oh —dijo Jennie débilmente, asaltada repentinamente por los recuerdos y las emociones.

Aún estaba asombrada por lo que había pasado, pero empezaba a pensar que el champán había tenido mucho que ver en hacerla tan receptiva a Lisa. Un dolor intenso y rítmico en la sien le indicó que tenía resaca.

Lo peor era la vergüenza de haberse dejado seducir tan fácilmente después de lo que le había dicho. Su único consuelo era que estaban en casa de Lisa, y que Ella no tendría que presenciar la caída de su madre.

—Oh, no —dijo Lisa, moviendo el dedo— Nada de eso.

—¿Nada de qué?

—De arrepentimiento.

—Pero estaba borracha, Lisa —insistió, cubriéndose los pechos con la sábana— El dolor de cabeza que tengo es la prueba —sabía que estaba exagerando, pero tenía que encontrar una excusa para su comportamiento.

—No estabas borracha cuando llegamos.

—¿Entonces por qué tengo resaca?

—A veces el sexo produce dolores de cabeza. Es por la subida de la presión sanguínea y la relajación repentina posterior. Tengo analgésicos en el baño. Espera y te traeré algo.

Hasta que no se levantó de la cama y fue al baño, Jennie no se dio cuenta de que Lisa estaba tan desnuda como ella aún. Se quedó mirando su trasero desnudo, sorprendida por los arañazos que tenía.

«¿Eso se lo he hecho yo?» «Tengo que haber sido yo.»

—¿Estás más descansada? —preguntó.

Era la evidencia de la pasión salvaje que recordaba, tan salvaje como sus orgasmos.

Lisa volvió enseguida con un vaso de agua y unas pastillas en la mano, pero ella no se fijó hasta que no se las puso delante de la cara. Esa vez, se quedó mirando su pecho.

¿Es que a ella no le daba vergüenza andar por ahí desnuda así?

—Ten —le dijo.

Para poder tomarse las pastillas, Jennie tuvo que soltar la sábana que le cubría los pechos, y su repentina desnudez la hizo estremecerse.

—Tengo... tengo que ir al baño —dijo ella.

—Adelante.

—Pero no tengo bata...

—No la necesitas. El baño está ahí mismo —había una nota retadora en su voz.

Jennie tomó aliento y retiró la sábana. En realidad era ridículo sentir vergüenza. Lisa la había visto ya desnuda. Pero aquello era distinto, y ligeramente excitante, tenía que admitirlo. Sentir cómo la miraba caminar desnuda, sentir sus ojos sobre ella... Y saber cuánto la deseaba.

¿Era eso lo que había vuelto a acelerarle el pulso? ¿Ser consciente de que Lisa la deseaba? ¿O era su propio deseo?

Jennie sacudió la cabeza mientras se lavaba las manos.
¿Qué podía hacer? ¿Pedirle que la llevara a casa? ¿Dejar que hiciera con ella lo que quisiera?

Se miró al espejo del baño y sus ojos le dijeron que no había duda: se tenía que quedar y aprender qué más había en todo aquello. Para volver a la cama necesitó más coraje que para salir de ella, pero Lisa no estaba allí.

Esperó un par de minutos, y al ver que no volvía, decidió ir en su busca. Pero no quiso hacerlo desnuda; no era tan valiente. Su ropa no estaba en el suelo, donde la había dejado, y no encontró ninguna bata por ningún sitio.

Al final se cubrió con una toalla y salió descalza al pasillo. Miró en el estudio, ella no estaba allí, pero Lisa tenía razón: estaba sucísimo. Tampoco estaba en el salón y no la encontró hasta llegar a la cocina, donde estaba haciendo café y unos sándwiches calientes.

Al ver que se había puesto unos boxers de seda negros, Jennie se sintió un poco más aliviada, aunque ver a Lisa pasearse por la cocina con sus pechos al aire no era algo a lo que pudiera acostumbrarse.

—¿Mejor? —dijo ella sonriéndole.

—Un poco. ¿Qué ha pasado con mi ropa?

—Tu vestido está colgado en mi armario, y tu ropa interior está ahora mismo en la lavadora. Enseguida la pondré en la secadora.

—Oh, gracias, pero no tenías que hacerlo.

—Pensé que te gustaría que alguien se preocupara por ti, para variar.

Jennie no sabía qué decir. Nadie se había preocupado por ella. Se había cuidado sola de pequeña, y cuando se casó con Kai, fue ella la que llevó los pantalones en casa desde el principio.

A ella le gustaba así, pero había tenido que trabajar mucho para ser la encargada del hogar, haciendo todo el trabajo de casa, controlando el dinero y ocupándose de las facturas.

Tras su muerte, se quedó sola y tuvo que encargarse hasta del jardín, pues entonces no tenía dinero para pagar a nadie para que se ocupara de ello, como ahora.

Lisa sonrió.

—¿Por qué no te sueltas el pelo? Deja que te lo suelte yo.

Jennie se puso muy nerviosa al sentirla detrás de ella, tocándole el pelo, y se quedó muy quieta y tensa mientras Lisa le quitaba las horquillas y le acariciaba el pelo para dejarlo caer sobre sus hombros.

Cuando se inclinó para besarla en el hombro, se puso aún más tensa.

—Relájate —le dijo ella— No muerdo.

—¡Entonces deja de actuar como una leona hambrienta! —le espetó Jennie.

Lisa se echó a reír, pero volvió a lo que estaba haciendo en la encimera de la cocina, dejándola enfadada consigo misma.

Había decidido quedarse, ¿no? Pues entonces no tenía ningún sentido responderle bruscamente.

—Lo siento, Lisa —le dijo ella, sentándose en una de las banquetas frente a la barra de la cocina— No tenía que haberte dicho eso.

—No, no —repuso ella sonriendo— Tenías razón. Estaba actuando como una leona hambrienta; la verdad es que me encantaría devorarte entera aquí mismo, pero creo que puedo esperar. Espero que te guste tu sándwich.

—Gracias. Me gusta todo.

—Oh, muy bien, señorita recatada, pero se me había olvidado que tienes que quitarte la toalla mientras comes.

Jennie la miró boquiabierta.

—¿Quieres que esté aquí sentada, desnuda?

—Si yo juego, tú también —le dijo, e inmediatamente los boxers cayeron al suelo.

Jennie abrió la boca aún más.

—¿Por qué empiezo a sospechar que ya has hecho esto antes?

—¡Nunca! Al menos, no aquí. No he traído a ninguna mujer a esta casa desde que la compré. Llevo célibe semanas y semanas mientras acababa ese horrible libro.

A Jennie le gustó pensar que no se había acostado con ninguna mujer recientemente, aunque tal vez ése fuera el motivo por el que la había perseguido con tanto interés.

Princesa de Hielo | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora