Capítulo 9

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En algún momento, ella sacó el tema de sus libros, pero Lisa trató de evitar hablar de su trabajo o de su «héroe». No quería pensar en Hal esa noche; era difícil ignorar los pensamientos sexuales que tenía al mirar a Jennie, y más si pensaba en Hal y en todas las ideas que le daría. ¿Podría tentarla a acostarse con ella por dos millones? ¿Por cinco? ¿Por diez?

Lisa apretó los dientes y se concentró en la conversación para no quedarse en silencio y empezar a pensar en ella.
¡Demonios, pero la deseaba de verdad!
Su cuerpo estaba duro como una roca de deseo, y su resolución de no tocarla era cada vez más débil.

—Ya no queda mucho —dijo ella con cierto alivio cuando llegaron al puerto. Lo mejor sería salir del coche cuanto antes e ir a un lugar público.

El tráfico era muy denso en el puente, pero era fluido. Lisa conocía el camino y llegó sin problemas al restaurante junto al puerto en el que se celebraría la entrega de premios.
Por suerte, el restaurante tenía un aparcamiento privado a escasos metros de la entrada.

—Será mejor que te hable de Chae Rin antes de que la conozcas —dijo ella, deteniendo el coche.

—¿Chae Rin?

—Es mi agente. Es una mujer encantadora bajo ese exterior tan duro, pero tiene la boca un poco grande. Además, está pasando por una fase de vestuario «gitana—gótica» que puede resultar algo chocante. Si ella me hubiera elegido la ropa esta noche, ahora llevaría unos pantalones de cuero negros y camisa de seda blanca acompañada de un gorro rojo. Tendría un aspecto de lo más parecido al de un pirata del Caribe.

Jennie se echó a reír y sus ojos marrones chispearon divertidos.

—Me alegro de que Chae Rin no te vistiera hoy. Lo que llevas es estupendo. Ese traje debe haberte costado una fortuna.

—Pues sí, pero el que tú llevas tampoco habrá sido barato. Me habría gustado que me dejaras pagártelo, Jennie. No deberías tener que gastarte dinero sólo por querer hacerme el favor de hacerte pasar por mi novia esta noche.

A Jennie le sentó un poco mal la frase de «hacerte pasar por mi novia», aunque en realidad, tenía que haberla tranquilizado.
Suponía que aquello sería vanidad femenina, pero... ¿Y si era algo más? Y si fuera una leve esperanza de que por fin se estaba convirtiendo en una mujer sexualmente normal?

Durante el camino, el incidente de sus pezones casi se le había olvidado, al igual que el calor que Lisa había generado en ella al tomarla del brazo. A pesar de haberse relajado por fin, y de estar disfrutando de su compañía, empezó a desear en secreto que se le insinuara al llegar a casa, sólo para ver cómo reaccionaba su cuerpo.

El que Lisa hubiera dicho que esa velada consistía en hacerse pasar por su novia implicaba que no iba a intentar nada. Su insistencia en que fuera a limpiar su estudio no tenía nada que ver con un interés personal. Sólo quería que limpiara su estudio; ella no le gustaba ni un poco. Jennie empezó a desear haber aceptado su oferta de que le pagara el doble. Pero pagarle el vestido seguía fuera de toda cuestión.

—No empieces de nuevo, Lisa —le dijo con una fría mirada.

El problema que tenían las mujeriegas experimentadas, decidió ella, era que las mujeres caían rendidas ante sus encantos superficiales.

Cuando Lisa salió y fue a abrirle la puerta, Jennie tuvo que contener un gruñido. No le quedaba más remedio que aceptar su oferta, y tomar su mano para salir del coche con una sonrisa forzada.

—Gracias —dijo con educación, mientras su corazón golpeaba sin piedad.

—De nada. El placer es mío —respondió ella, agarrándole la mano.
Jennie tuvo un momento de respiro mientras Lisa cerraba el coche, pero cuando empezaba a recuperar el aliento, ella volvió y le rodeó la cintura con el brazo.

Ella se quedó helada.

—No tengas miedo —le dijo Lisa— Es sólo para disimular.

¡Qué frase tan conveniente! Durante años, ella había actuado como un maniquí, diseñada y vestida para estar atractiva, pero sin ser una mujer de carne y hueso.
Normal que a Lisa no le gustara.

—¡Lisa! ¡Lisa!

Una mujer delgada y rubia, vestida de negro con una ropa rarísima, corría hacia ellas. Llevaba un enorme collar de cuentas y un maquillaje muy pálido, excepto por sus labios rojos. Cuando Jennie la vio más de cerca, pensó que rondaría la cincuentena.

—Chae Rin —murmuró Lisa— Ten paciencia.

—Hola —los ojos de la agente brillaron al recorrer a Jennie de arriba abajo— Sabía que no vendrías sola, Lisa Manobal.

—Decidí no entrar en la guarida del león sin un escudo protector —dijo ella con sequedad.

Chae Rin se echó a reír.

—Estos saraos son un poco eso, ¿no? Eres una mujer valiente, querida —le dijo a Jennie— Las fans acosan a nuestra Lisa deseosas de autógrafos, y de algo más... —añadió con un guiño travieso.

—Me lo imagino —replicó Jennie, divertida.

—Lisa —dijo Chae Rin después de una risotada— preséntame a tan deliciosa criatura.

—Esta deliciosa criatura es Jennie, Chae Rin. Jennie, ella es Chae Rin Lee, mi brillante agente literario.

—¡Vaya cumplido! Hola, querida —le dijo a Jennie—. Vas a dejarlos alucinados en Estados Unidos. Vas a llevártela contigo, ¿verdad, Lisa? No me digas que no, o me desmayaré aquí mismo.

—Me encantaría que viniera conmigo —dijo, estrechándola aún más contra su cuerpo— Pero Jennie tiene una empresa que dirigir y a una hija que cuidar, así que no creo que pueda dejarlo todo para venir a Estados Unidos. ¿O sí, cariño?

Jennie sabía que aquello era una farsa sobre todo lo de «cariño». Pero en el momento en que Lisa la estrechó aún más, se le hizo un nudo en el estómago.

—Tal vez —dijo, intentando contener la sensación líquida que le recorría todo el cuerpo.

—Haz que vaya contigo, Lisa —insistió Chae Rin.

—No creo que pueda hacer que Jennie haga nada que ella no quiera —dijo con una carcajada— Es muy decidida.

Jennie se echó a reír también, pero con risa histérica.

—Haz lo que Hal en tu segundo libro —sugirió Chae Rin— Puedes raptar a la chica y mantenerla como tu prisionera hasta que haga lo que tú quieres.

—Tal vez lo haga, pero ahora será mejor que vayamos dentro. Chae Rin, ¿puedes ocuparte de Jennie unos segundos?

—Claro —respondió la agente—. Ven, querida, iremos a buscar nuestra mesa. Les pedí que nos pusieran en una de las pequeñas, porque a Lisa no le gusta conversar con gente que no le importa. Esperemos que no nos hayan metido en algún rincón...

Nada de eso. En el restaurante no había rincones, pues era semicircular, con enormes ventanales con vistas al puerto. Probablemente, la suya era la mejor de todas las mesas, redonda, y muy cerca de una ventana con una vista increíble del puerto y de la Opera. La mesa estaba cubierta con un mantel blanco, copas de cristal caro y un precioso centro con una vela encendida.

Princesa de Hielo | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora