Capítulo 2

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Jennie nunca había leído nada igual, tan absorbente que le costaba dejar de leer. En los últimos meses se había leído los cinco libros que componían la colección hasta el momento. Por desgracia, había acabado el último hacía pocos días y se lo había pasado a su madre. Le costaba dormir cuando no tenía un buen libro entre manos, y el que había sacado de la biblioteca el día anterior resultaba soso, comparado con el fascinante mundo de Hal Hunter.

—Seguro que me vendrá bien limpiar esa casa mañana —se dijo—. Acabaré agotada y dormiré bien.

Entonces se le ocurrió que debía llamar a Lisa Manobal para informarle de los planes del día siguiente. Podría resultar un poco extraño que una persona distinta apareciera en su puerta al día siguiente sin avisar.
Jennie puso en marcha el lavavajillas y subió al piso de arriba. Esa vez fue a la cuarta habitación de la casa que había convertido en un pequeño despacho cuando puso en marcha la empresa. No era muy grande, pero sí lo suficiente como para que cupiera su ordenador.
Enseguida encontró el archivo del cliente y marcó su número.

—¿Sí? —contestó una voz profunda, impaciente y algo gruñona.

—¿Señorita Manobal? —preguntó Jennie, sentada en su silla, con su voz más formal—. ¿La señorita Lisa Manobal?

—Soy yo. ¿Y usted quién es?

—Mi nombre es Jennie. Jennie Kim, de...

—Basta. Sé que es tu trabajo, pero estoy harta de llamadas de telemarketing a todas horas del día y de la noche. Este es mi número privado y lo uso para llamadas personales. Si quiero algo, voy y lo compro, directamente en la tienda. Ni siquiera compro por internet. Y tampoco contesto a encuestas. ¿Se lo he dejado claro?

Como el agua, pensó Jennie, sintiéndose a la vez comprensiva y molesta. A ella también le molestaba recibir llamadas de vendedores telefónicos, y había empezado a dejar a un lado la educación cuando llamaban por las tardes. Pero ella podía haber tenido la decencia de asegurarse de que iba a intentar vender algo para decir eso... Jennie abrió la boca para identificarse cuando oyó el inconfundible clic de fin de llamada.
Giró la cabeza y se quedó mirando el auricular. ¡Le había colgado! ¡Qué imbécil!
Después de colgar de un golpe, Jennie se quedó un minuto entero sentada en la silla masticando su rabia. Nunca en su vida le habían colgado el teléfono. ¡Nunca!
Su mente le decía que no se lo tomara de modo personal, pero era complicado no hacerlo. Ella había sido muy, pero que muy maleducada.

¿Qué hacer? Probablemente volviera a colgarle el teléfono si intentaba llamarla de nuevo, y si lo hacía, a ella le sentaría fatal. Jennie echó un vistazo a su hoja de datos. No tenía dirección de correo electrónico, o no había querido dársela. Estaba claro que era una de esas personas celosas de su intimidad. O no le gustaban los ordenadores. O internet. Tal vez escribiera a mano.
Tenía un número de fax; podía enviarle un fax explicándole los cambios del día siguiente, pero Jennie se rebeló contra aquello. No quería darle a Lisa Manobal ese trato correcto que ella no le había dado por teléfono, aunque desconociera su identidad.
No, se presentaría delante de su puerta por la mañana y observaría con gran placer su rostro avergonzado cuando le explicara quién era.

Jennie sintió un nudo en el estómago cuando cruzó el puente que llevaba a Terrigal. Tal vez no hubiera sido tan buena idea no haber llamado a Lisa Manobal la noche anterior. Tomó aliento y trató de relajarse diciéndose que no tenía por qué ir mal. Aquello no era más que otro trabajo de limpieza, y además, sería cosa de una vez, por suerte.
Sintiéndose un poco mejor, Jennie observó desde lo alto de la colina la playa de Terrigal. Hacía siglos que no iba por allí. Cuando iba con Ella a la playa, normalmente iba a Wamberal o a Shelly's Beach. La playa de Terrigal estaba muy protegida por su forma cóncava, y sus aguas eran muy tranquilas; ideal para familias y turistas, pero poco apropiada para una niña de nueve años amante del surf. Pero tenía que reconocer que era preciosa, sobre todo en los días de sol. Aunque era primavera, ya había gente bañándose y aún más tomando el sol en la arena dorada. Era fácil de comprender por qué la gente de Sidney compraba casas allí, con vistas al mar y a la línea de la costa.

Princesa de Hielo | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora