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—Claro, cómo no lo vi antes —señaló Brandon sujetando el papel—. Esta no es la letra de un asesino.

—¡Que no es asesino! —defendió Clara quitándole el papel—. Pero... sí, bueno, no tendría sentido que me hubiera escrito esto cuando hoy preguntó de los talleres.

—Hay que volver a la lista. —Gino levantó los hombros y sus amigos asintieron como respuesta.

Abrieron la base de datos y Brandon escribió a un lado de Lorenzo "no". Clara tomó el teclado y lo cambió por un "tal vez".

—Pero...

—Solo por si acaso.

El chico no la rebatió y empezaron a dirigir el cursor por todos los nombres en la pantalla. Ahora tenían otra pista, el baile... y la letra, por supuesto. Clara sacó el libro de registros para mostrarle a Brandon cada uno de los recibos que habían firmado los huéspedes.

—No se parece a ninguna —soltó el chico estirando su espalda—. Aunque no sé si ya es el cansancio.

—Tal vez hace otra letra para sus...

—¿Víctimas?

—¡Ya basta, Brandon!

Gino bostezó tan fuerte que le contagió el gesto a todos los presentes. Clara pudo ver entonces la cara de cansancio en sus amigos. Cerró el libro de registros y sacó un contenedor lleno de bastones de caramelos.

—Tomen uno y vayan a descansar... Gracias, chicos, por todo.

Ambos lo hicieron. Su amiga escuchó cuando arrastraban los pies de vuelta a los casilleros, casi podría jurar que percibía sus pisadas de camino a la estación del autobús.

Ella todavía tenía un rato más para que acabara su turno, así que se puso a escribir en su libreta personal. No escribía historias o poemas. Tan solo eran frases, dibujos sueltos, ideas. Ahora pensaba en cómo encontrar a la siguiente persona... Aunque... ¿qué tal que Lorenzo tan solo cambiaba su letra, e hizo todo aquello para confundirla?

Mordió levemente la pluma, pensando en que su corazón deseaba que aquella fuera la respuesta. Regresó al cuaderno y trazó una letra "L".

Repasó en su mente todas las posibles respuestas. Si a este individuo misterioso le gustaba bailar, la cosa sería tan sencilla como poner atención a las personas que se inscribieran en el taller de danza. Volvió a acomodarse, empezaba a sentirse atormentada por su propia postura, por su propia forma de procesar las cosas.

Ese era otro secreto. Se daba cuenta, como todas las mentes que son diferentes, que su manera de ver las cosas quizá no era la más común. Tampoco era la que convenía en un mundo que te solicita constantemente "ser más realista", pero al final de cuentas era su manera de pensar, y ella no podía hacer absolutamente nada para poder remediarlo.

Dio un suspiro pesado y volvió a revisar la nota de la noche. No, no se estresaría, porque aquello era para disfrutarse. Merecía ese momento.

La mañana la recibió con mayor alegría para su alma. Estaba ilusionada, con el rostro fresco. Había descansado bastante bien y en el camino hacia el hotel había encontrado a una señora que le regaló una de esas charlas que parecen cotidianas, pero que también podrían considerarse milagros navideños.

Se acomodó en su escritorio alegre, porque sabía que ese mismo día los registros comenzarían a llenarse. Los talleres darían luz verde a los huéspedes, y a pesar de tener demasiado trabajo derivado de ello, sabía que las emociones le tomarían de la mano.

—Buenos días, Jeffrey —saludó mientras pasaba por su zona—. ¿Qué tal todo?

El hombre miró alrededor, como indicándole que estaba en turno y la chica tan solo sonrió. A veces era hipnotizante ver a Jeffrey. Se tomaba tan en serio su trabajo, como quizá podríamos tomarlo todos. Los que no lo conocían, dirían que aquello tan solo era un motivo de estrés innecesario, pero los que sí, sabían que el hombre disfrutaba de la teatralidad del asunto. Sin lugar a dudas, era algo que le daba luz a sus días, y al final, eso es lo más importante.

—¡Qué lindo se ve todo! —comentó Clara al entrar al salón. Ahí estaba Brandon, terminando de acomodar unas cajas de regalo enormes debajo del árbol.

—Fácil decirlo cuando no te caíste de esa tarima al poner el moño. ¡No todo tiene que llevar un moño y menos de ese tamaño!

La chica soltó una risa y empezó a pasearse por el sitio.

Había estantes con felpa, para el taller de osos; aroma a galletas, por el taller de velas, y cientos de detalles que le revolotearon el estómago.

Observó, en la esquina opuesta, un recuadrado hecho con piso móvil. Seguramente era para los talleres de danza, así que mostró una gran sonrisa antes de levantar la vista para observar las trampillas para la nieve falsa.

—Todo parece mágico —le dijo a su amigo mientras daba un giro—. ¿Esos son nuestros regalos?

Brandon terminó de acomodar una caja gigante a un lado del pino y procuró retomar el aliento antes de responder.

—¿Estos? Ojalá que lo fueran, pero los pequeños son para los empleados y estos grandes solo son cajas... muy pesadas por cierto. Las llenaron de algo para que no se caigan.

Clara asintió y después dio un saltito, como indicando que tenía algo importante que decirle.

—¿Qué pasa? ¿Ya sabes quién es?

—No... pero tengo la corazonada de que está más cerca que nunca?

La chica mordió su labio, sujetando un bastón de caramelo que acababa de tomar del escritorio.

—Toma —extendió hacia el chico el caramelo—. Guárdalo para mí, porque quiero que sea mi motivación.

—¿Cómo?

—Si lo encuentro, entonces me lo regresas, será como un premio. Si nunca lo encuentro, entonces que sea mi pago por haberme ayudado tanto.

Brandon observó la barra para después introducirla en el bolsillo de su chaleco.

—Pero me diste una ayer, no creas que los botones somos bastones-de-caramelo-nívoros.

No pudo añadir nada más, porque la chica irradiaba ilusión, así que tan solo volvió a su labor y permitió que Clara hiciera lo mismo.

Un nombre tras otro. Tenía en la mente, la lista casi memorizada con los nombres de los sospechosos. Registro que entrara para los talleres, era cotejado por la chica, pero ninguno coincidía... hasta... él.

—Ramiro Ramos.

El nombre saltó de inmediato, porque es el tipo de sonido que se queda en los labios aún después de decirlo. Clara levantó la mirada lentamente, porque recordaba ese nombre de la lista.

Si Lorenzo era como el mar, él era como un lago. No de forma negativa, ¡para nada! Pero el concepto de Ramiro se balanceaba con tanta paz sobre la vida como un violín navideño en villancico. Castaño, de piel pecosa y lentes amplios, sacó de su bolsillo un bastón de caramelo, cuando la mente de Clara ya batallaba con procesar todo.

—Estoy regalando a todos en el hotel, muchas gracias por su servicio... ¿Es todo con mi registro?

La rubia admiró el bastón frente a ella y lo recibió al tiempo que su mente le susurraba la siguiente respuesta.

—Sí, claro... muchas gracias. Su primera clase es hoy, lo esperamos en el salón principal.

El chico se fue y la mirada de Clara volvió al bastón. ¡Era una señal! ¡Por supuesto! Si le había dado el bastón el día que seleccionó dicho detalle para marcar su victoria. Era él, ¡era él y no tenía dudas!

—Señorita, buenas tardes. Quisiera registrarme también para el taller de baile.

¿Lorenzo?

¿Lorenzo?

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A Holly Jolly Love Story ❄✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora