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Se sentía extraña sin su chaleco, en el salón de la biblioteca del hotel. Con ese viejecito que había venido a darles el taller de escritura, mirándolos a todos con una mirada inquisitiva, como si se tratara de una evaluación.

Clara tenía el gesto como si aquel fuera a ser su primer día de clases. Aquella actitud estaba llamando la atención de Lorenzo. Él se encontraba en el fondo, con la pierna cruzada, los pensamientos ordenados, bajo su control. Tenía los dedos acomodados seductoramente cerca de la boca y era el causante de que el resto de la sala estuviera envuelto en un aroma elegante.

—La escritura, es el arte de mostrarle nuestro mundo a la gente. Poder admirar lo que es invisible ante los ojos, pero que rige toda nuestra vida.

Nuevamente el silencio se hizo presente y cada uno de los asistentes percibió el montón de hojas blancas frente a ellos, como una especie de amenaza.

—Me alegra mucho saber que estas épocas hacen cosquillas a la nostalgia, y la nostalgia, a su vez, despierta la inspiración. Usted... ¿no es la recepcionista del hotel? —cuestionó el hombre recordando su rostro del registro.

Clara tardó un instante en reconocer que estaban hablando de ella, y al final sonrió apenada antes de responder.

—Sí, pero es que Michelle me permitió que estuviera aquí para escuchar y tomar el taller... si no le molesta.

El hombre se quedó un segundo analizándola y después levantó sus pobladas cejas.

—Nadie nunca está de sobra en la escritura. Todos tienen algo que decir, y lo harán de una forma única e irrepetible.

La chica asintió, acomodando sus hojas tan solo para ahuyentar la atención.

—Duro primer día, ¿no? —susurró Ryan dirigiéndole una sonrisa cómplice.

En realidad, él también daba la impresión de estar en su primer día de clases, ese instante en el que estás seleccionando al que será tu mejor amigo durante tus días de estudio.

—Para comenzar, haremos un breve relato con las siguientes características. Tiene que haber nieve, por supuesto, para sentirnos dentro de esta bella época. Tiene que haber un corazón roto y un ave, cuyo nombre tiene que rimar con París. Adelante, futuros escritores. Tomen asiento en cualquier lugar de esta biblioteca, el que más les inspire un aura de magia.

Todos se levantaron para acatar las órdenes del profesor.

La biblioteca del Villa era pequeña, pero llena de lugares para acurrucarse a deleitar las letras. Gozaba de dos pisos, en el de arriba se observaba toda la parte baja, quedaba abierto, como en un balcón interno. También se encontraban  sillones distribuidos estratégicamente, para aquellos que prefieren no ser molestados, y otros en los que uno tenía la facilidad de sentarse a conversar sobre un libro o perderse en compañía de otro amante de las historias.

Clara había estado platicando con Ryan un poco antes de entrar, así que ambos dieron por hecho que se sentarían juntos. La rubia podía observar a la lejanía, la mirada de Lorenzo, que era inquisitiva y la perseguía sin ser molesta o aterradora.

—Se llevaron todos los asientos buenos —dijo el chico observando al rededor—. Creo que solo quedan cubículos individuales.

El joven tomó asiento en un pequeño escritorio de una sola silla. Clara estaba a punto de hacer lo mismo, en el de al lado, pero al final, otra asistente que estaba agachada abrochando su zapato, retomó el sitio que parecía vacío.

Clara se quedó confundida un segundo, sin saber hacia dónde moverse, hasta que percibió que alguien movía la mano para llamar su atención.

—Aquí hay un sitio —susurró Ramiro señalando la zona en la que estaba.

La chica le dirigió una sonrisa de disculpa a Ryan y se alejó para encontrarse en el área de sillones azul oscuro. Por una columna con plantas, no se notaba, pero detrás de la misma, había otro sillón vacío que daba de frente a Ramiro.

—Nos tocó el mejor sitio —comentó él, con un tono de suprema paz.

Era verdad, porque el frío empezaba a sentirse incómodo, en las puntas de los dedos, en los huesos. Pero el lugar que eligieron, tenía una chimenea tan cerca que no sufrieron ni un poco de incomodidad durante el rato en el que intentaban redactar su relato.

—Me cuesta mucho trabajo hilar las palabras —comentó el chico con un gesto tímido—. Creí que iba a ser más fácil.

Antes de responder, la rubia giró su propia página, para que admirara el montón de tachones que había sobre la misma.

—No tienes que decirme, estoy igual. Siempre estoy leyendo historias, no sé por qué escribir una no me sale —confesó Clara.

—¿Te gusta leer?

—Muchísimo.

Por un momento, el rostro del chico se pintó con aquella cálida sensación de encontrar a alguien que piense como tú, o que tenga los mismos gustos.

—¿Qué estás leyendo ahora?

—Terminé hace poco uno que me gustó mucho, sobre una princesa en los fiordos. Ahora estoy leyendo  sobre una exploradora en la India que descubre el tesoro perdido de...

—¡La leyenda de Kusumari! —gritó en susurro el chico.

Se veía muy guapo emocionado. Así que Clara también mostró un gesto empapado de magia.

—Es justo ese.

—Yo también lo estoy leyendo, me parece de lo más lindo. ¿Te gustó la parte en la que pelea con el tigre al inicio?

—Es la mejor —respondió ella mirando alrededor.

Todas las miradas estaban siendo atraídas por su conversación, desafortunadamente, también la del profesor. Así que Clara le hizo un gesto a Ramiro antes de que les llamaran la atención.

—Mejor hablar de esto luego —dijo ella avergonzada.

—Estoy de acuerdo, ¿a qué hora sales mañana?

—Estoy de acuerdo, ¿a qué hora sales mañana?

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A Holly Jolly Love Story ❄✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora