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Ryan Kelsey era un chico que estaba estudiando su doctorado en una universidad cercana. Decidió quedarse en la zona para las celebraciones, y eligió el Villa como una recomendación

Todos esos detalles no los sabía por averiguación propia, sino porque la chef del Villa, Alhelí, le había contado a todos en la cocina. Por supuesto, después Gino vino con toda la información para Clara. 

Ryan era el tipo de chico que platicaba con cualquier persona en cualquier momento. Que podía pedirte la hora y después relatarte cómo es que fue su infancia o qué tal había estado su vuelo.

Definitivamente distaba bastante de Lorenzo o de Ramiro, que daban una impresión mucho más tranquila, mucho más introvertida.

Clara se había arreglado especialmente para ese día. Compró un brillo labial en la tienda de veinticuatro horas que estaba cerca de su casa. Lamentaba bastante no tener suficiente maquillaje en casa, no porque creyera que aquello era un requisito para todos, sino porque sentía que la razón por la que no lo tenía era porque nunca pensaba lo suficiente en ella.

Se colocó el brillo labial en los casilleros. Admiró el gorro de lana húmedo que siempre portaba y se lo quitó para dejarse admirar un poco más arreglada. Recordó las palabras de Brandon, así que acomodó su cabello y posó un poco ante el espejo.

—¿Qué es esto, Vogue? —dijo la voz de su amigo, espantándola—. Zendaya, por favor, solo unas palabras para el micrófono.

—¡Deja de molestarme! —expresó riéndose—. No te imaginas, Michelle me dejó tomar los talleres nocturnos. Y adivina quiénes están ahí.

—No podría si quiera imaginarlo.

—¡Oh! Pero no te esperas esto... alguien más. —Clara tomó una de las notas mientras mordía su labio—. Ryan Kelsey.

—Estaba en la lista, ¿cierto?

—Así es... ¿sabes lo mejor? Es una clase de escritura la de hoy. Podré admirar sus letras y entonces todo quedará mucho más claro.

Brandon le sonrió. Le gustaba verla tan contenta. Hacía mucho que no la veía así. En realidad, creía que nunca la había visto así. Siempre estaba pensando en el mundo, y la alegría, cuando es propia, se pinta de un color diferente. El mundo le daba un regalo a Clara y se le notaba en los ojos, en ese brillo especial que mostraba.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó el chico tomando el gorro que había puesto en su casillero, para sacudirlo y volver a ponérselo—. Lo olvidaste.

—Iré sola. Además, no podría olvidar el gorro dentro de mi propio casillero —dijo Clara quitándoselo para guardarlo y después cerrar la puerta—. ¿Qué no siempre me estás molestando con eso?

—Pero es tu toque, sin él no eres Clara.

La rubia sonrió y sacó su llave para cerrar.

—Soy Clara siempre y sin importar qué. Vamos, tienes muchos regalos que mover... la fiesta se acerca.

Y así fue, aquel día era tremendamente agotador para todos los empleados que estuvieran involucrados con la fiesta interna del hotel. Habría otra fiesta, por obvias razones, el día de Nochebuena, una dirigida a los huéspedes. Pero esta no iba a estar abierta a los colaboradores, por lo que no habría que solucionar que aquella funcionara sin el personal.

La chica tenía ya elegido un vestido sencillo que utilizaría para la fiesta de empleados. Era un bonito vestido rosa de volantes que tenía guardado desde su graduación de preparatoria. Afortunadamente le seguía quedando, aunque ya hubieran pasado una buena cantidad de años.

Nadie la había visto con él, porque no pudo asistir a su graduación por ir al hospital a despedir a su madre. En otros años, siempre le había dado gripe el día de la fiesta, y en esta ocasión... bueno, algo empezaba a maquinar en su cabeza sobre ello.

—Jugadora de baseball, eso es lo que debería ser la chef —le contaba Gino señalándole una papita cambray que tenía en la mano—. ¿Sabes lo mucho que duele esto en la cabeza?

—Tengo una idea —dijo la chica con un brillo en los ojos—. En la fiesta de colaboradores, ¿me ayudas en algo?

Gino mostró una gran sonrisa. Todo lo que tuviera que ver con ese plan, le fascinaba.

—Cuenta conmigo, ¿qué vamos a hacer?

—Es el día en el que podemos estar más sueltos por ahí, ¿sabes? Quisiera tener un rato de plática con alguno de los chicos, para que me vea con mi vestido. Para ese entonces ya debería estar más segura de quién es.

Gino asintió de inmediato. También notaba esa emoción y el brillo que vio Brandon en la mañana. Ahora, el aire festivo andaba por todos los rincones y estaba abrazando a los empleados del Villa. Ya estaba cada vez más cerca la gran celebración, y eso colocaba risas de más, llantos de más, gritos de más, estrés y relajación, todo al mismo tiempo.

El reloj también avanzaba diferente, aunque, como ese día era optimista para Clara, pudo empujar las manecillas con su pura voluntad, hasta que casi señalaban la hora de salida.

—¿Llegué antes?

Unos ojos azules, como el mismo océano (uno diurno), la observaban, acompañados, como el buen vino, por una sonrisa de sol. Ryan Kelsey.

—¿Disculpe? —respondió Clara saliendo del trance.

—Es que vengo a las clases de escritura, no sé si llegué tarde o si estoy a tiempo—dijo manteniendo su tranquilidad—. Vaya que soy un desastre. Son tan pocos horarios y siempre los revuelvo. La otra vez llegué con mi mandil a la clase de baile, te vi ahí.

—¿Sí? —respondió ella olvidando un momento su porte profesional.

—Sí, sí. Pero seguro tú no, porque me fui antes de que cualquier persona me tuviera que explicar que no era ese tipo de salsa.

Las risas arrullaron la conversación, no por aburrimiento, sino para envolverla en una manta de confianza. Clara miró el reloj sonrojándose un poco.

—No llegó tarde. Faltan cinco minutos —explicó señalando el horario—. Yo también estaré ahí, así que nos estaremos viendo en el salón.

—Oh vaya, entonces no debí contarte lo de la salsa... nueva compañera.

Ambos volvieron a reír y el corazón de Clara se puso a cantar.

Ambos volvieron a reír y el corazón de Clara se puso a cantar

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