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El sol desplegaba magia por encima de las páginas de aquel libro. Si de por sí, una historia era un acto milagroso, ese precioso efecto visual le causaba a Clara la sensación de encontrarse ella misma en la materialización de lo imposible.

Si pudiera contar los suspiros que llevaba, anhelando todas esas tramas que acampaban en su vida, aquellos se hubieran equiparado a los copos de nieve que se alcanzaban a ver desde la ventana del autobús.

Un tamborileo entre el piano de sus audífonos y el motor bajo su atormentado cuerpo, le hizo despertar de golpe de aquel hechizo. Su parada estaba cerca, así que necesitaba espabilarse para asegurar que no olvidaba nada antes de descender del dragón de hierro.

Abrió su mochila que llevaba al frente y nombró mentalmente los elementos necesarios: El termo, su libro, la placa con su nombre, billetera, celular, llaves y una libreta.

La libreta era poco usada, pero cuántas cosas se cargan en la vida que parecen estar destinadas a no tener la más mínima utilidad.

Cerró con ímpetu la mochila intentando darse un poco de calor al hacer este rápido movimiento y justo cuando se levantó, recordó de golpe lo que le hacía falta.

—El cargador —dijo dándose una palmada en la frente.

—¡No estorbes para bajar! —espetó una anciana antes de moverla con la punta de su bastón.

—Lo siento, lo siento. Yo también bajo en el Villa —aclaró la chica buscando ganarse su simpatía, pero aquella simplemente le dirigió una mueca de desprecio antes de ajustar su bufanda rosa chillón.

Clara se limitó a suspirar, creando un hilo de vaho que le recordó por un momento la escena que estaba leyendo.

La princesa, en unos divinos fiordos, atrapada por esa horrible bestia. Sí, demasiado predecible, demasiado sencillo para el ávido lector que presumía la resolución de tramas complejas. Quizá la protagonista de esta historia no enmendaría una guerra, ni protegería la opulencia y orgullo de su tierra; pero haría algo más valioso, a definición de la chica: enamorarse.

En su opinión, las personas tenían en baja estima al amor y, aun así, era a lo que más le temían. Una fobia común, casi general.

Los frenos crujieron anunciando la siguiente parada. La anciana, Clara, y otras cuantas personas descendieron para encontrarse con una fuerte pared de aire helado. Las mejillas de todos se sonrojaron al tiempo que cada quién tomaba su rumbo.

Clara admiró por un momento cómo la bufanda de la anciana se perdía en la lejanía. Los copos de nieve difuminaban el amargo momento que acababa de vivir. Cualquiera podría afirmar que aquella interacción no era para tanto, pero a la chica le gustaba ser amable. Quizá podría decirse que era como una adicción, porque cuando el clima social anunciaba ventisca, como aquel día, su ánimo se iba un poco para abajo en el resto de horas.

De cualquier forma, sabía que ese no era el día preciso para dejarse llevar por sus emociones. El hotel en donde trabajaba, "The Little Villa", iniciaba su época más complicada en todo el año: Navidad.

Turistas, locales con ganas de relajarse, uno que otro curioso para el buffet diario y aquellos que compraban recorridos completos en el pueblo; todos eran luces dentro del enorme árbol navideño que representaba el Villa (como lo llamaban quienes conocían a ese pequeño hotel de años). Quién podría resistirse a esas hermosas estructuras de cedro, tan hogareñas y perfectas. Quién podría dejar de lado esas bellas decoraciones doradas que ambientaban el lobby y el amable personal entre los que estaba, precisamente, Clara.

En cuanto cruzó la puerta principal, otra gran pared la recibió, pero ahora era una cálida, con un leve aroma a canela y azúcar.

Llegar al Villa en esa época del año se sentía como un abrazo. Uno familiar, casi maternal, que provocaba un bienestar difícil de igualar.

A Holly Jolly Love Story ❄✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora