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Tras leer unas cuantas páginas antes de aquella interrupción, perdió la noción del tiempo, percatándose de la noche, apenas puso un pie fuera del lugar. La lluvia se había calmado, pero el frío continuaba azotando su cuerpo. El paraguas permanecía abierto sobre su cabeza, porque —según Leonard—, si dejaba que el sereno cayera sobre su cabeza, se iba a resfriar.

Se trasladó de prisa por la iluminada calle, evitando los pequeños charcos de agua producidos por la lluvia. Al llegar a casa, lo primero en recibirlo fue la cara malgeniada de Leonard.

—¿Qué son estas horas de llegar? —gesticuló con las manos.

—Me distraje leyendo, encontré un lugar curioso —terminó de entrar dejando el paraguas en el bastonero. Retiró su abrigo y subió a su habitación.

Luego de cambiarse de ropa por una más cómoda para dormir, se dejó caer sobre la cama. Con los brazos cruzados detrás de la cabeza, observó el techo por largo rato hasta lograr quedarse dormido.

A pesar de que ahora gozaba de un profundo silencio, no le era tan fácil dormir más de tres horas corridas. Hace tiempo que no lograba tener un buen sueño, hasta esa noche.

Al día siguiente regresó a ese lugar, haciendo de sus visitas cada vez más frecuentes. Sus días se basaban en tratar de descubrir su nuevo talento cada mañana, y salir a leer cada tarde. Regresaba en las noches, listo para dormir.

Una de esas tardes se llevó cierta sorpresa, la Caflería estaba repleta de gente, lo que era bueno para el negocio, pero no para él. Pasó desapercibido hasta ubicarse en la única mesa libre. Una chica de pelo corto y rasgos asiáticos se acercó a él, le preguntó qué deseaba ordenar. Flynn señaló un café en el menú y se dedicó a observar a la gente mientras esperaba.

Imaginó que debía haber un bullicio total por la forma en que las personas movían la boca sin parar. También mostraban sus dientes y sonreían. Daban sorbos de a poco, como si no quisieran que el café en sus tazas se les acabase.

Su café llegó con un regalo adicional, una nota que decía:

Desde acá sé lo que te estás preguntando: "¿por qué hay tanta gente de la nada?", así son los domingos, así que acostúmbrate.

Al terminar de leerla, miró al mostrador y vio sonreír a la joven morena. Sacó un bolígrafo de su bolsillo y escribió en la parte de atrás, luego se puso de pie y la entregó.

"No me molesta el ruido, estoy cansado de los días silenciosos".

Entonces ella ahorró el trabajo de estar parándose a los dos y se sentó en la misma mesa que él. Con un par de hojas más en las manos, siguieron la conversación. Unas cuantas personas los miraban raro entre veces.

—Te he descubierto, Flynn.

—No sabía que me ocultaba, Lara Alves.

—Ves, no recuerdo haberte dicho mi apellido —le lanzó una mirada juzgona en lo que él terminaba de leer. A lo que Flynn respondió con una sonrisa mientras escribía.

—¿Segura? Yo diría que sí.

—Por alguna razón, tu letra se me hace conocida. Voy a descubrir por qué.

—No sé de qué me hablas.

—¿Para qué molestarse en enviar una carta de una sola palabra?

—Es una bonita palabra, tan simple, que puede alegrarle el día a cualquiera.

—Eres extraño.

Notas muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora