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El sol se asomó lentamente por la línea horizontal, tras surgir entre el enjambre de nubes grises. Llevando luz a los simples mortales y a los artistas. Sí, hay diferencias entre ambas figuras. Llega un punto en el que la vida fluye y se les escapa, pero un artista nunca muere, y de hacerlo, dicho nombre no le compete. Incluso si la esencia abandona su cuerpo, su nombre persiste en la eternidad, ajeno a la finitud que abraza a los simples mortales.

Hablando de artistas, conozco la historia de uno muy particular. Aunque portaba la certeza de que su destino se tejía en los hilos del arte, desconocía cuál de las innumerables sendas abrazaría. Ese era su dilema en cuestión.

Esa mañana del lunes, se levantó inspirado, tenía ganas de hacer algo nuevo. No pensó en iniciar un cuadro. No. La pintura ya no le interesaba, bueno, en realidad no se le daba bien. En cambio, jugar con hilos de lana y agujas era lo suyo.

Llevaba rato moviendo las agujas con una perfecta coordinación. Era como ver sus manos danzar a un ritmo muy lento, y si le mirabas de cerca, podrías jurar que en cualquier momento comenzaría a sonar música. La pieza que tejía se alargaba cada vez más; sin embargo, ni la mente más abstracta lograría verle forma.

Leonard ya estaba acostumbrado a las mañas de Flynn. Cada mañana se levantaba con una rara idea. Practicaba algo diferente todos los días y terminaba desistiendo de ella al caer la noche. O después de una hora, como acababa de suceder con el tejido.

Ya me cansé, saldré de nuevo —dejó la pieza de lana sobre el sofá en que estaba sentando. A penas puso un gorro sobre su cabeza y calzado a sus pies, cuando salió corriendo de su habitación. Estaba listo para un paseo.

—¡Cuidado con el...! —Leonard intentó advertir, pero olvidó algo importante. ¿Qué sería? Cierto, que no lo escucharía.

—¡Ahg! —se quejó saltando sobre un pie—, esto no estaba aquí.

Llegó muy temprano esta mañana, su abuelo lo envió para que no se aburriera.

—¿Es una broma? Ese viejo solo busca torturarme —movió sus manos con furia—. No lo quiero, deshazte de él.

Se refería al piano de cola, de un hermoso acabado blanco pulido, que ahora adornaba su sala.

Esa tarde egresó a ese mágico lugar, y al igual que la primera vez que fue, aparentemente no había nadie. Entró en silencio y caminó sobre el piso de madera hasta el lugar lleno de estantes de libros. Buscaba con la mirada un libro que le interesara, cuando encontró con algo más curioso.

Permaneció estático, prestando atención hasta al más mínimo detalle. Observó sus largas pestañas que adornaban sus ojos cerrados, vio su entrecejo curvarse y la expresión de su rostro que denotaba concentración. Admiró sus labios moverse como una leve danza, llena de pasión.

Lara estaba cantando.

Flynn no la escuchaba, pero sentía lo que transmitía.

Totalmente hipnotizado por la expresión en su rostro, vio cómo ella sonreía entre veces, al tiempo en que inconscientemente lo hacía él. Le pareció maravilloso, aunque sus oídos no la escucharan, podría jurar que su corazón danzaba al ritmo de la canción.

Ella giró y él se escondió detrás del estante. Para luego dejarla sola.

—¿Quién anda ahí? —preguntó aparentemente a la nada. Miró a todos lados desconcertada, pero no vio nada fuera de lugar. Salió de allí y vio a Flynn quien aparentaba estar rato leyendo— ¡Ah!, solo eras tú —se sentó en la misma mesa que él—. ¿Puedes leer mis labios, cierto?

Él la observó dudando sobre qué responder. Finalmente, asintió con la cabeza.

—¿Qué canción cantaba? —preguntó y él se sonrojó al ser descubierto. Rápidamente, sacó su liberta de sus bolsillos y escribió:

—Eres cruel.

—¿Por qué?

—Sabes que no puedo escucharte.

—A veces no parece que es así.

—Tengo buena vista, es todo.

—Aún no tengo respuesta a tu pregunta, pero puedo decirte que cosas me gustan.

—Bien.

—Me gusta cantar, aunque no lo haga muy bien.

—Lo haces bien.

—No puedes oírme —Él sonrió—, ahora tú eres el cruel.

—¿Quién dice que debo escucharte para saber qué cantas con el corazón?

—Hay otra cosa, hace mucho que no lo hago, pero antes... —bajó su mirada, se notó algo melancólica—. Antes tocaba el piano.

A Flynn le tomó por sorpresa dicha afirmación.

—¿Por qué ya no?

—Dejé de hacerlo desde que mi maestro murió por mi culpa.

No supo qué decirle al respecto, no era el más indicado para dar consuelo sobre una pérdida, pues aún no perdonaba a sus padres por haberlo dejado tan solo.

—¿No has pensado en retomarlo?

—Sí, pero no tengo piano —bromeó.

—Puedes ir a mi casa a practicar.

Lara no esperaba la invitación. De alguna forma no pudo rechazarla.

—¿En serio? —sus ojos brillaron—. ¿También lo practicas?

—No, ya no.

Ahora el melancólico era él. Ella se percató del cambio en su rostro.

—Perdón si toqué un tema sensible.

—Creo que es momento de que me retire. Puedes venir mañana si quieres. Te estaré esperando.

Se puso de pie con la idea de regresar a su casa; no obstante, al abrir la puerta, paró en seco. Llovía con mucha fuerza. Se lo pensó un poco, aunque eso no hizo diferencia en la decisión que ya había tomado. Salió corriendo bajo la lluvia.

—¡¿Estás loco?! Te vas a resfriar.

Ya era tarde. Estaba empapado completamente y corría con una sonrisa en el rostro. En cuestión de minutos estaba frente a su puerta. Cuando entró, dejó un rastro de agua por donde pasaba. Buscó a Leonard desesperadamente y suspiró con alivio cuando lo vio en la cocina.

—Leonard... —murmuró con la voz agitada.

—¡Dios mío!, ¿qué sucedió?

—No... no tires el piano.



Notas muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora