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La oscuridad de la noche no tardó en asomarse, cubriendo el firmamento bajo el manto de estrellas. En la casa donde las risas danzaban en ausencia de voces, ahora a falta de visitas, y mientras la pequeña niña dormía, el silencio volvió a ser el mismo. Se adueñó del lugar sin reproches, como un susurro del viento que te asalta sin permiso.

Sin embargo, tan rápido como llegó, fue interrumpido.

—Hace tiempo la casa no se veía tan iluminada —murmuró Leonard a punto de apagar las luces.

—¿Por qué lo dices? —Una voz reconocida lo abordó de repente.

—¡Oh!, señor William, es usted —suspiró llevándose una mano al pecho—. Me ha pegado un buen susto.

—No me llames señor. Creí que ya habías dejado ese juego con Flynn.

—Perdón, es la costumbre —dijo entre risas—. Flynn era más gracioso de niño.

—¿Por qué dices que esta casa está más iluminada?

—A él no le suele gustar tanta claridad. Normalmente, las cortinas permanecen cerradas, unas pocas luces solo encienden de noche y por poco tiempo. Flynn lo prefería así. Pero ahora, es lo contrario.

—¿Qué lo cambió?

—Desde que la señorita Lara comenzó a visitar esta casa, hay más luz. No solo me refiero a la que brindan los pocos rayos del sol y las lámparas.

—Entiendo.

—Además, desde siempre ha sido fan de la lluvia, a veces corre la cortina y se sienta a observarla caer por horas.

—Flynn siempre ha sido un niño tranquilo.

—Así es. Algunas veces lo pierdo en esta enorme casa. No hace ruido, y temo llamarle porque no sé si me responderá. Entonces comienzo a buscarlo en cada rincón, hasta que lo encuentro leyendo en los lugares más inusuales.

—¿Él no lo ha vuelto a intentar, verdad? —preguntó lleno de preocupación, cambiando el tono nostálgico de la conversación.

—No, y no creo que lo vuelva a hacer.

—¿Ella lo sabe? ¿Lo recuerda?

—Aparentemente no, pero debe saber que algún día lo harán. Aunque Flynn haya bloqueado algunos recuerdos para protegerse a sí mismo,  los efectos de un trauma no siempre son permanentes.

—Podría ser un problema si hace recordar a Flynn.

—Evitar no resuelve nada, algún día tendrá que enfrentarlo todo.

—Iré a hablar con él. Buenas noches, Leonard.

—Buenas noches.

En una lúgubre habitación se encontraba alguien pensando. Sentado sobre el suelo frío, abrazando sus piernas mientras admiraba la noche frente a su ventana. 

Una cosa no le dejaban conciliar el sueño. Había algo en sus manos. Dos pequeñas cosas. Esos objetos que le permitirían disminuir un poco el silencio si así lo quisiera, y a la vez, lo atormentaban.

Él los odiaba.

No.

Les temía.

Temía que se convirtieran en gusanos que, al igual que el silencio, se comieran sus oídos. Que se volvieran sanguijuelas y quedaran adheridas a él de manera perpetua. Temía la dependencia que podrían generar, el arraigo de un gusto por el vacío sonoro que tanto temía abandonar. Miedo a tomarle gusto a la falta de silencio y abandonar a ese tan preciado amigo.

Notas muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora