Naturalmente, los días de Flynn iniciaban mucho antes de que comenzara su búsqueda por un nuevo talento cada día.
El despertador sonaba a las seis treinta cada mañana, su continuo retumbar y el titileo de una pequeña luz, era calmado por Leonard, quien lo escuchaba desde su habitación. Este se levantaba de su cama, metía sus pies en sus pantuflas y caminaba semidormido hacia el cuarto de Flynn.
Algunas veces lo observaba dormir plácidamente antes de aproximarse a su cama y moverla suavemente hasta que se despertara. Otras veces, cuando llegaba a su cuarto y veía la cama vacía, se pegaba un buen susto. Hacía todo su recorrido de como mínimo treinta pasos para trasladarse de su cuarto al de Flynn, tropezando con muebles y hasta casi pisando al gato negro que se echaba en cualquier parte. Todo eso para toparse con que él ya se había metido al baño.
A Flynn le gustaba relajarse en la bañera, que el agua fría le terminara de despertar. Luego de vestirse iba a la cocina y preparaba su desayuno, algo nutritivo que involucrara huevos, vegetales y frutas. Cualquier fruta menos la naranja. Flynn odiaba las naranjas.
Por último, tomaba una taza de café mientras pensaba en qué cosa emplear su talento.
Eso, claro, sucedía la mayoría del tiempo, a excepción ese día. Eran las ocho de la mañana y el desanimado muchacho se encontraba metido bajo sus sábanas sin ganas de moverse. Lamentándose por su estúpida acción de correr bajo la lluvia.
Odiaba eso.
Odiaba sentirse enfermo.
Odiaba que su nariz moqueara tanto.
Odiaba estornudar.
Y sobre todo...
—¡Achís! —su propio estornudo lo sacó de sus pensamientos.
Odiaba odiar tanto.
Todo esto ocurría a la par en que dos jóvenes entrometidos molestaban a su amiga.
—¿Por qué Lara está tan linda hoy?
—Siempre se ve linda, no como tú que deberías arreglarte más, Sao.
—¿Abuela, soy fea? —preguntó a la anciana que los acompañaba a curiosear.
—No lo eres. Y no soy tu abuela.
—¿De verdad va a ir sola a la casa de un chico que apenas conoce? ¿No crees que deberíamos detenerla, abuela?
—Tampoco soy tu abuela, muchacho. Lara es libre de hacer lo que quiera, además él parece un buen chico.
—Es lindo —suspiró Saori—. Su cabello rizado es tan bonito y sus ojos azules son como dos gotas de agua.
—El agua es incolora, tonta.
—¿Cuándo coloreabas de niño, de qué color pintabas el agua?
—Azul.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¡¿Por qué pintabas el agua de azul?! —gritó ella.
—¡Porque es la idea que nos han metido del agua! —contrarrestó él—. Es como decir que el miércoles, el sol y la letra "i" son amarillos.
—Sus ojos son bonitos, punto.
—Lo admito, tiene un buen todo de azul.
—Como el agua...
—¡El agua no es azul!
Era una discusión perdida, cuando a Saori se le metía algo en la cabeza; por más estúpido que sonara para Theo, era imposible sacárselo. Era un acto infantil muy común entre esos dos que, de por sí, ya eran mayores de edad.
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Notas muertas
Novela JuvenilNo existe en la tierra un amor más intenso que el de un artista. Y si ambos lo son, dicho amor pende de un hilo entre lo ideal y lo prohibido. Una carta sin remitente unió el destino de dos músicos. El tiempo les enseñó lo peligroso de amar como...