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Los días de Leonard normalmente iniciaban mucho antes que los de Flynn. Una de sus tantas labores era hacer de despertador, por más absurdo que sonara. Su reloj estaba adelantado por un par de minutos fríamente calculados, pues se tomaba muy en serio su trabajo, sin importar lo risible que fuera.

En sus ensayos como despertador, calculó el tiempo que le tomaba trasladarse desde su habitación a la de Flynn, que estaba en el ala opuesta de la casa. A pesar de que el joven tenía una de esas alarmas que vibraban debajo de la almohada, su sueño era tan pesado que ni el más fuerte temblor podía despertarlo. Todo lo contrario a él, cuyo sueño era más ligero que una pluma.

Luego de cumplir con su primera tarea del día y su rutina de aseo personal, solía sentarse a leer el periódico mientras tomaba una taza de café preparada por Flynn. Quién era tan quisquilloso, que rara vez comía o bebía algo hecho por alguien más.

Leonard leía dos periódicos, el local y The Times of London, siempre le gustaba estar bien informado. Algunas tardes llevaba la ropa a la lavandería, y visitaba a su viejo amigo Latrell, quien era el sastre que hacía todos sus trajes a la medida. Incluso estando en Londres, los pedía por encargo.

Últimamente, tenía más tiempo libre, podía salir sin la preocupación de dejar a Flynn solo, todo eso gracias a una joven que ahora era parte indispensable de la casa.

Sin embargo, hoy no era uno de esos días, la rutina de Leonard se vio completamente alterada cuando al levantarse no encontró a Flynn en su cama. Pensó que sería uno de esos días en los que al joven muchacho se le alteraba el ciclo del sueño y se despertaba más temprano. Imaginó que saldría del baño en cualquier momento con el manojo de risos húmedos y la sonrisa más inocente que había visto. O que lo encontraría en la cocina preparando su dichoso café. Pero no fue así. Flynn no estaba.

—¡No está! —Se le pusieron los nervios de punta y comenzó a buscarlo por toda la casa. El lugar era enorme, con demasiadas habitaciones y un sinnúmero de rincones.

En la habitación de William no había nadie, la pequeña Robin tampoco estaba, ni siquiera el gato que merodeaba por todos lado se encontraba.

—¿Dónde?, ¿dónde?

El hombre que se tomaba su tiempo para cada cosa, que siempre estaba bien cambiado y arreglado, acababa de desaparecer. Ahora solo quedaba un hombre que conducía desesperado por la ciudad. Aseado a medias, con la camisa sin fajar, el pelo hecho un lío y como si fuera poco, sin su dosis diaria de café.

Pensó en los lugares que al chico podrían interesar; en ese momento no se le ocurrió ninguno. Su mente estaba en blanco. Tan en blanco que no se fijó en el hidrante que estaba a unos metros de él, y en la maniobra para evitarlo casi chocó a un perro. Detuvo el auto de golpe, se detuvo a respirar, curiosamente estaba teniendo un día de perros.

Sin embargo, el destino es tan irónico que justo donde había aparcado el coche fue frente a un lugar llamado "Caflería". El lugar del que Flynn tanto hablaba.

A través de los cristales alcanzó a ver a William, quien conversaba en una mesa con Lara. No se lo pensó dos veces antes de correr al lugar. Quedó paralizado a medio camino al ver que todos lo observaban.

—¿Leonard?, ¿qué haces aquí?

—William, que bueno verte —suspiró aun sosteniendo la puerta—. Es sobre Flynn.

—¿Qué sucedió?

—No lo encuentro, lo busqué por todas partes. En cada rincón de la casa, y nada.

—¿Cómo que no está? —preguntó esta vez Lara.

—No se preocupen, lo vi esta mañana.

—¿En la mañana?, pero si no estaba en cama cuando lo fui a despertar.

—Sí, se levantó temprano y salió con Robin. Creo que iban a comprar pintura.

—Pintura... —Leonard llevó su mano al pecho aliviado— Está bien. No debí alterarme tanto. ¡Ah!, y... perdón por importunar su mañana —se disculpó con los presentes antes de volver a casa.

—Wao —murmuró Saori desde el mostrador—. Nunca había visto a ese hombre así.

—Hoy hasta se ha venido con las pantuflas —Theo se unió a la conversación.

—Siempre está trajeado, bien vestido. Seguro le pagan una millonada, cualquier lo confundiría con el señor de la casa.

—De hecho no le pagamos.

—¡¿Qué?! —La chica no podía creérselo—. ¿Ese pobre hombre trabaja día y noche cuidando a un adolescente con mal genio y no le pagan? ¿Si viste lo preocupado que estaba porque no lo encontró en la mañana? Los ricos son así... unos abusadores —murmuró la última parte.

—No es eso —William respondió entre risas—. Dudo que a Leonard le falte el dinero.

—¿A qué te refieres?

—En realidad, cuidar de Flynn en sus vacaciones es solo la escusa que dio a su familia para evitar cumplir con sus obligaciones. Es su forma de retiro.

—Qué loco. ¿Entonces ese hombre es rico?

—Más que yo, su fortuna es casi comparable a la de mi abuelo, que actualmente es incalculable.

—No puedo creerlo, entonces él...

—Leonard es un viejo amigo de la familia, estudió con nuestros padres y el abuelo le tiene mucho cariño. Es todo.

Cuando Leonard regresó a casa, escuchó risas que provenían de un lugar alto. Tras subir unas cuantas escaleras de más, y abrir una puerta que antes pasó por alto, finalmente lo encontró.

Había convertido el ático en un estudio. En lugar de cajas amontonando polvo, se hallaban botes de pintura, lienzos y pinceles por todos lados. Fue entonces cuando presenció algo que tenía tiempo sin ver. Flynn reía.

No era una simple sonrisa, como la que le mostraba a ratos, esta vez reía a carcajadas. Alzaba a la pequeña niña y daban vueltas riendo. Con la cara llena de manchas, la ropa empapada de pintura y sin preocupaciones. Fue lo más hermoso que había visto en años.



Notas muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora