II . LA SEÑAL

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En el cielo las cosas estaban confusas, había una alerta de último momento entre los altos mandos y se había convocado una reunión urgente en 10 minutos.

Aziraphale estaba tratando de sobrellevar su trabajo de la mejor manera, pero por mucho que o lo negara, era bastante infeliz, el bien que quería hacer para la humanidad se había convertido en pocas acciones contundentes, no porque el no quisiera lograrlo, sino por el evidente entorpecimiento de sus labores por parte de los otros ángeles que no confiaban en él. Todos los poderes de Ángel Supremo no se habían entregado porque la ceremonia se había pospuesto una y otra vez. Cuando hablaba con Metatrón siempre había una disculpa, y a este nivel el había entendido que debía ser paciente, aunque una parte de él estaba muy molesto, en extremo disgustado. Se le podía ver en su escritorio con la quijada apretada y mirando a un punto fijo mientras leía algo, y en consecuencia se había vuelto una persona un poco desagradable para sus subalternos que no lo respetaban. Aziraphale tenía un humor endemoniado cuando se sentía frustrado, y ahora lo estaba, aunque seguía siendo suave. La consecuencia era su usual actitud pasivo agresiva de la cual era tan característico.

Cuando iba a descansar, en las pocas horas que se podía permitir, se recriminaba y se sentía triste. Extrañaba a Crowley, se moría por verlo, pero su demonio había desaparecido. Meses buscándolo, trato de hacer un milagro para aparecer a su lado, y no funcionó. Su ex amigo no quería ser encontrado.

Aziraphale quería hacer el bien, se sentía feliz que el cielo le hubiera buscado para solicitarle ayuda, una parte de su ego de ángel se sintió tan complacido, y una parte de él se alegro cuando le dijeron que podía curar a Crowley de su maldición, lo que no imaginó era que él no quería ser perdonado. Había regresado del cielo algo extraño, y nunca pudieron hablar de lo que había pasado ahí. Luego se sintió un tonto cuando en silencio se dio cuenta que Crowley nunca aceptaría esa oferta, y que él fue un iluso al suponer que él estaría feliz.

Lo que nunca esperó fue que a raíz de su despedida, se deshiciera en sentimientos, le declarara su amor y lo besara.

Su beso, su último beso, su mirada de decepción, sus lágrimas evidentes detrás de sus lentes, las lágrimas del mismo Aziraphale al sentir la angustia de ese beso no esperado. Un beso robado, un acto desesperado pero contradictoriamente esperado por él. Si solo lo hubiera hecho antes. El Ángel no había tenido el valor de hacerlo, sentía vergüenza de estar enamorado de él, su único amigo, el hombre que había demostrado que haría cualquier cosa por él.

Era difícil para él aceptar todo esto en voz alta.

Su rutina se había hecho de lo más monótona posible, y tenía orden de Dios, según lo comunicado por Metatrón de no bajar a la tierra por ningún motivo a menos que estuviera acompañado, y como era de esperar había incumplido la norma y había bajado a buscarlo. Encontró que su librería había desaparecido para luego encontrarla flotando en la inmensidad de la eternidad. En Soho en la esquina donde estaba la casa había un muro alto que tapaba todo, como si estuvieran en construcción, pero en el terreno solo había un agujero. Visito su tienda que flotaba y pudo sentir el olor del demonio, pero él no estaba ahí, supuso que se había quedado ahí en un tiempo. Todas sus cosas estaban en el lugar indicado, había te y servicio de agua. Las tazas estaban limpias y los libros tal como los había dejado. Busco en un espacio secreto y encontró su antiguo diario donde hablaba de sus experiencias, los dibujos y cartas que le escribió y recibió de su único amigo, una foto de los años 40 donde sostenían un arma. No solo se encontró con eso sino con todas las cosas que amaba, la nevera tenia alimentos frescos, estaban todos sus artilugios de magia, su ropa estaba en el closet, la cama tendida, su desorden usual por todas partes. Se sentía amor en su librería, y también tristeza.

Se sentó en su silla en silencio mientras veía como la luz del sol entraba por los ventanales, sintió una incomodidad en la espalda por un objeto. Eran los lentes de su amigo, uno de las tantas réplicas que tenía. Miro esas gafas y en silencio lloró con gana mientras llevaba las mismas a su corazón.

El juicio finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora