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“Un Par De Estrellas”
- capítulo cuatro -

Recomendación del capítulo:
Que la Vida Vale - Natalia Lafourcade

Desde que se quedó a solas en la habitación con Hiro, el silencio tenía a Miguel demasiado incómodo

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Desde que se quedó a solas en la habitación con Hiro, el silencio tenía a Miguel demasiado incómodo. Él no era una persona demasiado sociable, le costaba hablar con personas de su edad, pero ya que iban a compartir habitación, esperaba al menos un par de preguntas para saber más sobre el otro.

No había que ser un genio para darse cuenta de la razón detrás de ese silencio incómodo, no parecía agradarle para nada al azabache, ni él, ni la idea de tenerlo en su habitación. Cass había sido tan dulce con él y lo había hecho sentir tan bienvenido, que estar en esa situación con Hiro lo dejaba sin saber qué hacer, eran como el día y la noche. Hiro podía ser buenmozo, pero eso no lo volvía agradable.

Algo más que lo hizo sentir incómodo fueron los objetos sobre el escritorio que le correspondería mientras estuviera viviendo allí, le transmitían una sensación tan pesada que no fue capaz ni siquiera de poner algo junto a ellos. Parecían inamovibles y no tenían pinta de que fuesen para él, era como si alguien hubiera salido apresurado y con intención de volver pronto.

Las fotos en la pared de la sala donde aparecía un tercer miembro en la familia, hicieron que se diera cuenta que estaba ocupando el espacio de alguien más en la casa. Las miradas odiosas de Hiro seguramente se debían a ello, le hacían preguntar dónde estaría ahora el muchacho de las fotografías y porqué su lado de la habitación parecía congelado en el tiempo.

   —Hiro, disculpa… No quisiera molestarte cuando toco guitarra, ¿Dónde podría practicar?— pregunta. Ya habían terminado de sacar todo y solo faltaba poner una última cosa en su lugar —Si hay un lugar en la casa donde no sea una molestia, sería asombroso—

   —Puedes hacerlo aquí, solo evita hacerlo mientras yo esté, pero no estoy nunca en casa por mi trabajo, así que no importa— el tono de Hiro era seco y distante, solo asintió, regresando a sus asuntos. Lo último que faltaba por poner en su lugar era su guitarra, la guitarra que fue de su papá Hector; guardada cuidadosamente en el estuche que no se atrevió a enviar por correo. Sacó un bonito pedestal y la puso allí, luciendo erguida, hermosa y brillante.

   —¡Qué linda guitarra, Miguel!— irrumpiendo en la habitación, Cass miraba con asombro su guitarra desde la puerta, eso hizo a Miguel inflarse de orgullo.

   —Sí, es una herencia familiar, fue de mi tatarabuelo— presumió con una sonrisa.

   —Tienes que tocarme una canción luego, ¡me muero por escucharte tocar!— dijo la mujer, que se acomodaba el cabello detrás de las orejas —¡Oh, cierto! Ya está listo el almuerzo, bajen al comedor, y si ya terminaste de desempacar, lleva las cajas al basurero. Hiro, ayúdalo—

Miguel estaba agradecido de haberse tomado el tiempo de abrir y doblar todas las cajas al terminar de vaciárlas, así sería mucho más fácil llevarlas a tirar. Aunque no eran demasiadas, no es como si hubiese mudado su habitación entera desde Santa Cecilia.

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