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“Capitán Cutie's Fan#512”
- Capítulo 10 -


— Vamos Miguel, hágame caso — con voz arrastrada en pereza, el joven colombiano estaba recostado junto a Miguel, comiéndose algo que a Miguel le había parecido una gordita, pero que Camilo con voz ofendida y expresión de presumido, defendió como arepa colombiana, porque tampoco iba a dejar que su amigo lo confundiera con una arepa venezolana, que eran muy diferentes y a Camilo no le hacía gracia discutir el tema. Ambos estaban en una de las áreas verdes permitidas para el esparcimiento en las instalaciones de la universidad y Miguel, quién estaba muy concentrado en sus hojaldres de jamón y queso crema que Cass había preparado para él, se negaba a ver los ojos suplicantes del rizado — No sea aguafiestas, le prometo que llegará antes de las seis —.

Dando un sorbo a la Pepsi que había comprado antes de comer, miró a Camilo finalmente y con un gesto de hartazgo algo divertido por ver la insistencia de su amigo, negó con la cabeza — No te cansas ¿verdad? — el contrario negó, con orgullo en su rostro — Bien, te acompaño, pero llegamos antes de las seis — y siguió tomando de su lata de refresco mientras Camilo celebraba su victoria tomando café de su termo. Y si, Pepsi, porque Miguel ya probó la Coca gringa y no le gustó, ya tomaría de nuevo Coca-Cola en México cuando volviera, y sí, café, porque mientras Rivera si que disfrutaba los ricos cafés de Cass, era un joven de dieciocho años, por supuesto que prefería atiborrarse de azúcares refinadas e ingredientes que no sabía pronunciar, mientras que Camilo era como un señor entrado en sus treinta con una adicción casi preocupante a la cafeína.

— Si esas hamburguesas no son las mejores de San Fransokyo le doy derecho a demandarme, Miguel — Miguel rió terminando su comida y su refresco — Siempre voy con mis primas y hermanos, pero es la primera vez que tengo un bro con el que ir — hizo una pausa — Aparte de mi hermano, pero él no cuenta, tiene seis años, ni siquiera puedo decir groserías frente a él —.

— Esa es la peor parte de los hermanos menores, tampoco puedo decir groserías frente a mi hermana — replicó Rivera — las groserías son la parte más divertida del idioma, no saben de lo que se pierde — mientras recogían sus cosas para volver a clases luego de que su horario de comida terminara, Miguel vio a sus pies caer una hoja de uno de los tantos árboles al rededor de ellos, tal cuál como en las películas, caía con sutileza, estaba seca y colorada, entonces se dió el tiempo de sacar de su mochila su libreta y la puso en una de las páginas del final, esperando conservarla al menos unos días, en un recuerdo quizás demasiado cursi.

— Las hojas de otoño se conservan mejor con glicerina, si solo la guarda en un libro, tendrá una hoja completamente frágil y deshecha para el fin de semana — Miguel volteó a ver su compañero, quién lo veía con las manos metidas en sus bolsillos, Miguel vió la hoja en su libreta unos segundos y luego alzó los hombros.

— Planeaba solo ya sabes, tomarle un par de fotos y subirlas, no pensaba que fuese a durar mucho — vió entonces a Camilo alzar los hombros, como una forma de decirle, "cómo quieras" — ¿No son las hojas verdes las que se guardan en papel? — Camilo asintió.

— Hojas y flores frescas prensadas en papel, son bonitas, de hecho tengo varias — guardó la libreta en su mochila y ambos empezaron a caminar hasta el salón de su siguiente clase de la mañana, en el transcurso, mientras Camilo hablaba de su pequeña colección de flores secas, Miguel no dejaba de fascinarse por las excentricidades que representaba Camilo, siempre con algo nuevo bajo la manga o un dato inesperado que decir sobre la cosa más absurda posible.

— Camilo, ¿Cómo sabes tanta mamada? — soltó sin titubear, haciendo al muchacho reírse a carcajadas por lo inesperado de su comentario.

— Me educaron en casa con mis primas y mi hermana, y como solo jugaba con ellas, se me pegó cada maña — explicó mientras recogía su melena en un moño — mi prima estudia botánica, así que sé algunas cosas sobre plantas, también porque tiene la casa llena de plantas y tuve que aprender a cuidarlas cuando se fue de la ciudad a la universidad — Miguel rió, recordando como fue su vida cuando Marco se fué del pueblo a la capital para estudiar.

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