2. Hojaldres y crema

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El pelirrojo esperó dos días de cortesía porque no quería invadir a Lis presentándose en su pastelería. Desde que la muchacha salió por la puerta de Sortilegios Weasley, sin sonrisa en la cara pero con un brillo en los ojos, George no había podido dejar de pensar en ella. George tenía una cosa clara y es que la tenía que volver a ver y, sobre todo, tenía claro que si alguien podía hacerle gracia a esa chica era el dueño de una tienda de artículos de broma, ¿cómo no iba a ser él? Era aún muy temprano y las tiendas no habían abierto cara al público, pero en la calle se olía un dulce aroma a pastel y croissants. George sabía que Lis ya estaba entre los fogones.

Se paró con cautela delante de la puerta azul. Las luces estaban apagadas. El escaparate era pequeño y mostraba diferentes piezas de bollería que hacían que se le hiciera la boca agua a todo aquel que lo miraba. Desde pequeños pastelitos de tiramisú, bizcochos de pistacho y hojaldres con crema. En el interior de la tienda en el lado izquierdo se encontraba una pequeña barra, donde había más de una vez a Jane servir cafés y cobrar a los clientes. También, junto a la máquina de café, había un horno vertical para mantener los productos calientes y listos para la venta. Al lado derecho, se encontraban tres pequeñas mesas para aquellos afortunados que podían degustar en calma un buen café y un buen trozo de pastel. Las paredes eran blancas y destacaban con el azul royal de la puerta y los marcos de los ventanales. En el fondo, cerca de la barra, había una pequeña puerta con una ventana de ojo de buey por donde se asomaba la luz.

George dudó si picar o no. Quizá era demasiado imprudente y ella se asustaría. Ella. La chica con los ojos color avellana más hermosos que jamás lo habían mirado... Lo hizo. Dió tres ligeros golpes al cristal de la puerta, del que colgaba un pequeño rótulo de cerrado. No obtuvo respuesta. El pelirrojo pensó en irse, pero no podía. Más bien, no quería. Quería verla aunque tampoco había inventado ningún pretexto para ello. Decidió esperar diez minutos, por si había movimiento en el interior de la tienda. Comenzaba el fresco y decidió dar una vuelta por la calle, con el fin de no congelarse y hacer tiempo. Comenzó a caminar y unos metros más adelante encontró un pequeño callejón. Normalmente, su yo racional le hubiera impedido plantearse meterse en un callejón. No obstante, el olor a dulce era tan fuerte, que no tuvo más remedio que seguirlo. Escuchó una ligera música. El aroma y la música provenían de una puerta doble al lado de dos cubos de basura, de la que salía luz. Las puertas tenían dos ventanas ligeramente elevadas. George no tuvo problema en asomar la cabeza y ver el interior.

Lis estaba amasando una gran bola de masa en la isla de la cocina, mientras varios hornos funcionaban al mismo tiempo. Había una gran nevera, un par de hornos, la isla y una alacena con los productos a la vista. En un lateral, varias procesadoras movían masas de diferentes colores. Lis llevaba una camiseta blanca de mangas largas remangadas y unos pantalones negros ceñidos, que le resaltaba las curvas de mujer. Los pantalones estaban cubiertos por un delantal blanco con líneas negras. Tenía algo de harina en la cara y su pelo castaño recogido en un moño, aunque se le caía algún mechón que otro por la cara. Amasaba concentrada, mientras tarareaba la canción que sonaba en la radio, que estaba a un lado de la cocina. No era una cocina muy grande, pero suficiente para hacer magia con las tartas. Lis paró de amasar y comprobó uno de los hornos. Sacó con cuidado una gran tarta que parecía Red Velvet y la dejó enfriar a un lado de la isla. Con una placa metálica y con rapidez, Lis troceó la masa, la sirvió en una bandeja y la metió en el horno. Como si de un baile se tratase, acercó la tarta rojiza y empezó a preparar una manga pastelera. Habría pasado cinco minutos y George seguía embaucado mirándola. Es tan bella, pensaba para sí. Quería hablar con ella. Necesitaba hacerlo. Picó el vidrio, que resonó fuerte y Lis pegó un bote asustada, marchándose de crema el pelo. Miró horrorizada a la puerta y le vió. Un alto y sonriente pelirrojo le saludaba con la mano. Miró el reloj y vio que eran las seis y media de la mañana. ¿Qué hacía ahí? Dejó la manga pastelera en la isleta, dió dos giros a la llave de la puerta y entreabrió.

Cinnamon Cake (George Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora