Dulce como la miel

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El sol, la playa y el mismo trabajo de ambas, pero en un lugar diferente. Abigail se tuvo que traer a Simba, ya que él le imploró casi llorando que no lo dejara con Sergio, quién quedaría a cargo momentáneamente, porque él lo odia y le haría la vida a cuadros.

—No te voy a llevar Simba, necesito que te quedes con Madox, alguien tiene que cuidarlo, no confío en nadie más.

—Abi estaré bien, llévatelo —interviene su hermano— de verdad está sufriendo. Aparte él también es parte de la familia, si prácticamente parecemos hermanos los tres.

—Bueno a mamá se le pasó de cocción este niño —lo dice por su tono de piel oscura.

—Por favor Abigail —se arrodilla el joven a sus pies— Ohana es familia, y la familia nunca se abandona —le pone ojos de cachorrito.

—No me vengas con Lilo y Stich —suspira agotada— Empaca tus cosas y paso por ti a primera hora, que serán las 6 de la mañana.

—Es muy... —la pelinegra lo mira mal— es una hora espectacular, la pasaremos muy bien juntos ya verás.

—Simba, una cosa es el trabajo y otra la relación personal, sabés que yo se separar muy bien ambas.

Pasa a buscarlo temprano por su casa, abre baúl del auto, cargando las valijas y bolsos. Simba se sube con lentes de sol, y se coloca un cuello para viajar, todo el camino por cuatro horas, Abigail maneja tranquila hasta que él despierta. A medida que está mucho más espabilado y sus energías aumentan, comienza a ser él mismo.

—¿Podemos parar? Tengo ganas de hacer del uno y quiero despedir a un amigo —Abi lo mira sin entender—. Me cago Abigail.

Paran en la primera gasolinera que encuentran en la ruta, y él se baja dando zancadas al baño, y vuelve con un evidente cara de alivio.

—Listo, vamos —ella le pasa una bolsa de galletas y un vaso de jugo, como a cualquier niño de su edad, sí, de sus 22 años— ¿Ya mero llegamos?

—No.

—¿Ya merito?

—No.