CAPÍTULO 6 *

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—...y no quiero que me pase esto.

Mi psicólogo me mira y se queda en silencio, supongo que asimilando lo que le acabo de contar y buscando algo para animarme. Alan es el tema de conversación en este momento, le he contado todo lo que sé de él y lo vivido juntos. También le he dicho que me estoy empezando a asustar porque cada día que pasa necesito estar más a su lado y eso no debe de ser bueno.

—Tienes que entender que la filofobia es una fobia como muchas otras. Hay gente que le tiene miedo a las arañas, a los sitios cerrados y, gente como tú, al amor. No temas, se puede tratar.

Tras escuchar sus palabras, se me llenan los ojos de lágrimas y parpadeo varias veces para que se queden dónde están. Noto como mi pecho se encoge y me empiezo a agobiar.

—Ese chico te ha pedido que quedes otra vez con él, ¿no?

Asiento con la cabeza.
—¿Tú quieres? 

—...

—Alexandra. ¿Tú quieres? —repite. 

—Creo que sí. —contesto después de varios segundos —No estoy segura. Estoy muy bien con él y sé que esto podría llegar a más, sé que en cualquier momento no voy a ser capaz de estar sin él. Así que no puedo... 

—¿Por qué no puedes? 

—Me va a hacer daño, en el momento en el que me enamore me va a hacer sentir mal. No me apetece querer a nadie más.

—Explícame eso.

—Cuando era pequeña mi mejor amiga me abandonó en mi peor situación. Mi madre ya no está y a mi padre le doy igual.

—No puedes dejar que el pasado condicione tu futuro.

Y no consigo retenerlas más tiempo. Cuando comienzo a ver borroso a causa de las lágrimas, las dejo libres. Sin importarme nada más subo las piernas al diván y entierro la cabeza en las rodillas. El psicólogo me da un golpecito en el hombro para que vea que me tiende un pañuelo de papel. Lo cojo y él vuelve a hablar:

—Hazlo y no te preocupes por lo que pueda suceder, ve con él y pásalo bien, olvídate de todo. Vive intensamente cada día que estés con Alan. Ya llegará la ocasión para ponerte a pensar.


Estoy en el parque, sola, aburrida y pasando frío. Observando a las personas de mi alrededor mientras cuento las piedritas que tengo en la mano para pasar el rato. Alan me dijo que llegaría cerca de las diez para ir a cenar, son las once y no está. Debería de irme, porque las veces que nos vimos siempre estaba a la hora. Pero algo me dice que me quede y, no tengo ganas de volver a casa. Puede que ya no quiera estar conmigo y prefiera hacer otra cosa. Por una parte, pensar eso me duele, pero por la otra me alivia.

Una pareja cruza el parque de la mano, dos chicos van corriendo y un perro se está escapando de su dueña. Un niño llora porque no se quiere ir a casa, una chica se para a atar su zapato y una señora le pregunta la hora.

Poco tiempo más tarde, veo a Alan caminar hacia mí.

— No estaba seguro de si seguías esperando, pero vine por si acaso. —dice jadeando cuando llega al banco en el que estoy sentada.

No le contesto, ni siquiera le miro, bajo la vista a mis manos entrelazadas. No sé si me encuentro mal porque llegó tarde, o porque está aquí.

—El caso es —reconoce —que me he vuelto a portar como un idiota.

Sin dejarme replicar, continúa.

—En el poco tiempo que llevamos conociéndonos te he fallado varias veces y lo siento. Nada de esto volverá a pasar si me prometes que no te alejarás de mí.

A veces te quiero. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora