Cap 9

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—Cada uno tiene su propia ala—me explicó Nino mientras bajábamos las escaleras—. La de Remo es a la única a la que no debes ir a menos que sea un caso de vida o muerte.

—¿Va a matarme?—bufé, pero inmediatamente me arrepentí cuando me di cuenta que mi esposo lo había escuchado—. Lo siento. Me guardaré mis comentarios.

No estaba aterrada de que me hiciera algo, pero por si acaso me alejé un par de pasos de él, sintiendo la necesidad de protegerme.

—No me molestan tus comentarios—dijo con una suavidad que me sorprendió mientras me miraba a los ojos. Fríos.—. Ya sabes que no actúo en base a la ira, y tampoco me sentiré atacado si expresas tu opinión o me enfrentas. No tienes que ser sumisa.

Un hombre como Nino no necesitaba de la sumisión. Al menos no conmigo, con quien tenía una clara ventaja en caso de necesitar someterme, y eso era lo más aterrador.

Sin embargo, por alguna retorcida razón también me generaba con cosquilleo gustoso el saber que mi esposo era grande, que podía someterme. «Joder, tantos años en Nueva York me arruinaron la cabeza»

—A menos que desees ser sumisa—replicó como si leyera mis pensamientos, lo que me alarmó.

—No—carraspeé—. ¿Qué hay de las alas de tus otros hermanos?

—Savio no es recomendable, y Adamo... podría ser pero es un adolescente y no es el espacio más agradable del mundo.

Solté una risita.

—Si, te creo—me acerqué de nuevo, y me sobresalté cuando su mano rodeó mi muñeca

—No voy a hacerte daño—repitió tranquilamente, y que no pudiera sentir frustración o enojo por mis reacciones contradictorias de alguna forma me alivió muchísimo

—Lo sé, es solo...—respiré profundo— avísame cuando quieras tocarme. Por favor no me tomes desprevenida.

No me gustaba no saber lo que iba a pasar. Desde ese día, rodeada de oscuridad siendo tocada sin saber donde sería o si lo siguiente que harían sería clavarme un cuchillo, odio que me tomen desprevenida.

—¿Qué pasó?—preguntó, presionando su pulgar contra mi pulso—. ¿Tienes miedo, Alessandra?

—No—expliqué, sabiendo que al no poder sentir, muy probablemente también se le dificultaba distinguir ciertas emociones más allá de la más conocida para un hombre como él. «El miedo»—. Es... no me gusta ser sorprendida, me asusta y me genera ansiedad el no saber que pasará.

Asintió, comprendiendo.

—Puedo mostrarte la biblioteca, ¿te gusta leer?—preguntó y asentí agradeciendo el cambio de tema

—Es mi pasatiempo favorito—admití—. Después de lo que...—me arrepentí al darme cuenta que estaba volviendo al tema desagradable—. Después de no poder bailar los libros y la pintura fueron mi salvación.

—¿Por qué dejaste de bailar?—preguntó—. ¿Y que bailabas?

—Ballet—respondí mientras pasábamos frente a la sala de estar, que tenía muchísimo espacio—. Y me arruiné la rodilla—dije distraídamente

La sala estaba apenas amueblada. No creía que este fuera el lugar dónde estos hombres pasaran tiempo, así que supuse que su lugar estaría en algún otro lado de la planta baja.

No pregunté, así que seguimos nuestro camino y de vez en cuando me permití detallar a mi esposo. Su expresión relajada que suponía que se debía a su falta de emociones; tenía una camiseta de mangas largas que cubría los tatuajes y casi no resistí el preguntarle la razón de ocultar un arte tan hermoso bajo capas de tela.

Twisted Cage [Nino Falcone]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora