En el corazón del reino de Luminara, donde los ecos del pasado resonaban en los muros de piedra, se erguía el majestuoso Castillo de la Luna Plateada. Las torres, una vez testigos de risas y celebraciones, ahora se alzaban en silencio, como guardianes mudos de secretos oscuros.
La princesa Isabella, heredera de un linaje antiguo, vagaba por los pasillos con un vestido que arrastraba siglos de historia. Su presencia, aunque noble, llevaba consigo un peso invisible, un aura de tristeza que eclipsaba la grandeza del castillo. La joven princesa, con sus cabellos oscuros que caían como cortinas enmarcando un rostro pálido, caminaba con la gracia de quien carga no solo una corona, sino también el peso de la pérdida.
Las estancias reales, una vez iluminadas por la risa de la reina madre, yacían ahora en penumbra. La cama con dosel, antes adornada con colchas brillantes, ahora se encontraba cubierta por un manto de nostalgia. Las cortinas, descoloridas por el tiempo, apenas dejaban pasar la luz del sol, creando sombras que danzaban en las paredes como espíritus melancólicos.
Isabella encontró refugio en la biblioteca, donde los libros, reliquias literarias legadas por su madre, aguardaban pacientemente en estantes polvorientos. Sus dedos trazaban los lomos gastados, recordando las noches en las que su madre le leía cuentos de héroes y leyendas. Cada página era un portal hacia el pasado, un intento desesperado de aferrarse a la conexión perdida.
En la penumbra de su cuarto, la princesa se hundía en la lectura, tratando de escapar de la realidad opresiva que la rodeaba. Pero incluso las palabras de su madre no podían disipar la sombra que se cernía sobre ella. El castillo, una vez lleno de vida, resonaba ahora con el eco silencioso de la tristeza que envolvía a la princesa Isabella.
El crepúsculo se deslizaba sobre el castillo, tejiendo sombras más profundas en sus rincones olvidados. A medida que el sol se retiraba, las antorchas parpadeantes en los pasillos comenzaban a destilar una luz tenue, lanzando destellos efímeros sobre las tapicerías descoloridas que adornaban las paredes. En la penumbra, la princesa Isabella continuaba su solitaria búsqueda en los pasadizos literarios de la biblioteca.
Las páginas de los libros se deslizaban entre sus dedos, llevándola a mundos lejanos y tiempos olvidados. Sin embargo, cada historia parecía desvanecerse en comparación con la narrativa dolorosa que se desenvolvía en su propia vida. Cada palabra, cada suspiro, resonaba como un eco triste en la vastedad del castillo.
La presencia de la princesa, tan palpable como la quietud de la noche, no pasaba desapercibida para los sirvientes y cortesanos. Susurros circulaban entre las sombras, rumores de una princesa que, a pesar de su linaje, estaba perdida en la melancolía. Los sirvientes, una vez diligentes, se movían con la cautela de aquellos que temen perturbar la delicada paz de su señora.
En la mesa del gran comedor, los festines se volvieron banquetes solitarios para Isabella. La risa que solía resonar en aquellos salones había sido reemplazada por el tintineo solitario de la vajilla. La princesa, en su aislamiento, apenas notaba el paso del tiempo, excepto por la persistente tristeza que marcaba los días y las noches.
Los jardines, una vez vibrantes con los colores de las flores y el bullicio de la corte, ahora languidecían en un silencio sepulcral. Las estatuas de antiguos reyes miraban con ojos pétreos, testigos mudos de la decadencia que se extendía por el reino. Incluso el sonido del agua que fluía en la fuente parecía murmurar un lamento que resonaba en los confines del Castillo de Llanto.
La única luz en la vida de Isabella, aparte de la fugaz iluminación de las páginas de los libros, era la vela que ardía en el retrato de su madre. La pintura, una semblanza de la reina que ya no estaba, capturaba una sonrisa cálida y unos ojos que parecían contener secretos. La princesa, en sus momentos más oscuros, buscaba consuelo en la mirada congelada de la mujer que le dio la vida.
El eco silencioso de la tristeza que envolvía a la princesa Isabella resonaba en cada piedra del castillo. Pero, en la quietud de la noche, algo más comenzaba a gestarse en las sombras. Algo que cambiaría el destino de la princesa y del reino entero. ¿Qué secretos y desafíos aguardan en la oscura senda que se avecina para la princesa Isabella y el Castillo de la Luna Plateada?
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Telón de Risas, Cortina de Lagrimas
Historical FictionEn el corazón del antiguo reino de Luminara, la princesa Isabella deambula por los fríos y sombríos pasillos del Castillo de la Luna Plateada, rodeada de los ecos de una historia que se niega a morir. Como última descendiente de una estirpe real mar...