El sol, tímido, despertaba sobre el horizonte, derramando su luz dorada sobre los jardines del castillo. Isabella, no obstante, permanecía en la penumbra de su alcoba, contemplando el amanecer a través de las cortinas entreabiertas. La tristeza que la envolvía parecía intensificarse con los rayos matutinos.
La princesa luchaba por encontrar la fuerza para levantarse de su lecho. Cada día era una batalla contra la sombra que la aprisionaba. La pérdida de su madre y las expectativas que pesaban sobre sus hombros la sumían en una melancolía profunda. Se preguntaba si algún día podría escapar de la oscuridad que la envolvía.
En la sala contigua, los sirvientes del castillo se movían con eficiencia, preparando el desayuno y realizando sus tareas diarias. Entre ellos estaba Eliza, una doncella de confianza que había servido a la familia real desde la infancia de Isabella. Observaba con preocupación desde la puerta entreabierta.
Eliza, acercándose con delicadeza, rompió el silencio. -Princesa Isabella, el desayuno está listo. Será beneficioso para su ánimo comenzar el día con una buena comida.-
Isabella asintió débilmente, agradeciendo la preocupación de la doncella. Se levantó con esfuerzo, permitiendo que la luz del día filtrara en la habitación. El vestido que eligió reflejaba la tristeza que la envolvía, un tono de azul apagado que parecía absorber la luz.
Mientras descendía por las escaleras hacia el comedor, Isabella notó la mirada expectante de los cortesanos y sirvientes. La corte, siempre atenta a la princesa, murmuraba entre susurros. Algunos expresaban simpatía, otros especulaban sobre el estado de ánimo de la joven gobernante.
El arlequín, como una sombra que seguía a Isabella, se materializó en el pasillo. Sus ojos inescrutables se encontraron con los de la princesa, y una sonrisa burlona danzó en sus labios pintados.
-Princesa, ¿Cómo amanece el corazón en este nuevo día? ¿Quizás la luz del sol pueda disipar las sombras que lo envuelven?- preguntó el arlequín con una ligereza que contrastaba con la gravedad de la situación.
Isabella, aunque cansada de las enigmáticas palabras del bufón, optó por no responder. Su atención se desvió hacia la mesa, donde un desayuno cuidadosamente preparado aguardaba. La corte observaba con expectación, esperando la reacción de la princesa.
Durante la comida, Isabella se sumió en sus pensamientos, apenas tocando los alimentos frente a ella. Los cortesanos intentaban mantener conversaciones alegres, pero la melancolía de la princesa parecía empañar la atmósfera festiva que intentaban crear.
Eliza, consciente de la lucha interna de Isabella, se acercó discretamente. -Princesa, la tristeza no puede convertirse en su única compañera. ¿Permitiría que la ayudara a encontrar momentos de alegría en este día?-
Isabella asintió con gratitud, reconociendo la lealtad de la doncella. Juntas, exploraron los jardines del castillo, buscando la serenidad que la naturaleza podría ofrecer. Sin embargo, la sombra persistente del arlequín las acompañaba, como un recordatorio constante de las caprichosas complejidades que envolvían a la princesa.
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Telón de Risas, Cortina de Lagrimas
Ficción históricaEn el corazón del antiguo reino de Luminara, la princesa Isabella deambula por los fríos y sombríos pasillos del Castillo de la Luna Plateada, rodeada de los ecos de una historia que se niega a morir. Como última descendiente de una estirpe real mar...