Capitulo Tres

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La vida en el Castillo de la Luna Plateada transcurría en una sucesión interminable de deberes y rituales. Isabella, aunque acompañada por su padre, se encontraba sumida en la oscuridad de su propio pesar, atrapada entre las responsabilidades de su papel como princesa y la tristeza que la consumía.

Los salones del castillo resonaban con las conversaciones ceremoniosas de los cortesanos, pero en las estancias de Isabella, cada palabra pronunciada en la corte parecía distante y ajena. La princesa, vestida con la pompa real que exigían las ocasiones, caminaba por los pasillos con una mirada perdida en el horizonte invisible.

El rey, observando la lucha silenciosa de su hija, buscó maneras de aliviar la carga que pesaba sobre ella. -Isabella, los deberes reales pueden ser abrumadores, pero recuerda que no estás sola. Estoy aquí para apoyarte en cada paso que demos-.

Isabella asintió, aunque su expresión apenas mostraba rastro de consuelo. -Padre, me siento como una marioneta atrapada en un escenario, actuando un papel que no elegí. Cada día es una lucha que parece no tener fin-.

El rey, con ojos preocupados, se acercó a su hija. -La presión puede ser aplastante, pero recuerda que también eres una persona, no solo una princesa. Necesitas espacio para respirar y buscar momentos de tranquilidad-.

La princesa, sin embargo, parecía hundirse más en la desesperación. -La pérdida de madre pesa sobre mí como una sombra interminable. Cada deber, cada palabra pronunciada en la corte, se siente como una carga imposible de sostener-.

El rey, consciente de la lucha interna de Isabella, buscó maneras de equilibrar las demandas de la corte con el bienestar emocional de su hija. La corte, ajena a la tormenta que se libraba en el corazón de la princesa, continuaba con sus rituales y ceremonias.

En un intento por traer algo de alegría a la vida de Isabella, El rey decidió organizar una velada especial en el salón real. Invitó al arlequín del rey, un personaje excéntrico conocido por sus bromas y chistes inusuales, para entretener a la corte y, especialmente, para levantar el ánimo de la princesa.

El arlequín, vestido con harapos de colores y con un rostro pintado con una sonrisa perpetua, irrumpió en el salón con un alboroto estruendoso. Sus chistes, sin embargo, resonaban en las paredes del castillo de manera que generaba incomodidad entre los presentes.

Isabella, sentada en su trono, observaba la actuación del arlequín con una mezcla de incredulidad y desinterés. Cada chiste pronunciado por el bufón se colaba en sus pensamientos, profundizando la brecha entre la realidad que ella vivía y el mundo que se desarrollaba a su alrededor.

El arlequín, ajeno a la tensión que generaba, continuó con sus payasadas inusuales, desafiando los límites de lo que era considerado apropiado en la corte. Las risas forzadas de los cortesanos resonaban en el salón, creando un eco extraño que parecía chocar con la melancolía que rodeaba a Isabella.

El rey, notando la incomodidad de su hija, se acercó discretamente. -Isabella, sé que esta velada puede parecer inapropiada, pero pensé que un poco de distracción podría aliviar tu carga-.

La princesa asintió, pero sus ojos seguían reflejando una fatiga profunda. El arlequín, en un intento de animarla, se acercó a Isabella y le dirigió una broma que rayaba en lo inmoral. La corte se sumió en un silencio incómodo mientras el rostro de la princesa mostraba una expresión de desaprobación.

La broma del arlequín, cargada de insinuaciones inapropiadas, resonó en el salón como un eco incómodo. Los cortesanos, que habían estado disfrutando de la actuación, se miraron entre ellos con sorpresa y consternación. Isabella, por su parte, sintió el peso de la vergüenza tintando sus mejillas.

El rey, frunciendo el ceño, se acercó al arlequín. -Eso es suficiente, bufón. La alegría no debe ser a expensas de la dignidad de mi hija.-

El arlequín, con una sonrisa burlona, se inclinó ante el rey. -Oh, mi buen rey, solo intentaba arrojar un poco de luz en este sombrío rincón. ¿No es acaso la risa el mejor antídoto para la tristeza?-

El rey apretó los dientes, notando la insolencia en la voz del arlequín. -Hay límites, bufón, y tú has cruzado la línea. Recuerda que estás aquí para entretener, no para ofender.-

El arlequín, con gestos exagerados, se volvió hacia Isabella. -Mi dulce princesa, no pretendía causar ofensa. Mis chistes son solo sombras de la realidad, destellos de humor en un mundo tan oscuro.-

Isabella, aún sintiéndose incómoda, miró al arlequín con una mezcla de desconfianza y curiosidad. -Tu humor es más oscuro de lo que parece, arlequín. No todos pueden apreciar la sombra que arrojas.-

El bufón rió, un sonido agudo y discordante que resonó en el salón. -La vida, mi querida princesa, es un juego de luces y sombras. A veces, es necesario enfrentar la oscuridad con una risa audaz.-

El rey, aunque contrariado, decidió darle al arlequín una última oportunidad. -Guarda tus chistes inapropiados y asegúrate de que la diversión no cruce límites inaceptables. La felicidad no debe cosecharse a expensas de la dignidad.-

Con una reverencia burlona, el arlequín asintió. -Entendido, majestad. La diversión continuará, pero prometo ser más... selectivo en mis bromas.-

La velada, marcada por la intrusión incómoda del arlequín, prosiguió con un ambiente tenso. El rey, con la preocupación dibujada en su rostro, se retiró con Isabella de la sala, dejando atrás al bufón que continuaba con sus payasadas ante una corte que observaba con cautela.

En las estancias privadas, Isabella se sumió en sus pensamientos. La presión de sus deberes como princesa se intensificaba con la presencia del arlequín, cuyas sombras de humor amenazaban con oscurecer aún más su ya turbulento mundo.

Telón de Risas, Cortina de LagrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora