VII

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Unos pasos agudos y rápidos se escucharon en todo el edificio. 

Los puntiagudos tacones de aguja brillaban con el ligero sol que entraba. La mujer miró su reloj para ver si había llegado a tiempo; una y seis de la tarde, era perfecto, de seguro lo conseguiría en casa. 

Tocó la puerta y no fue hasta el tercer toque que la figura esbelta del hombre apareció enfrente de ella.

 Estaba algo despeinado, pero aun así se veía muy sexy, traía un lindo suéter cuello tortuga, como casi siempre, unos pantalones que se veían cómodos y lindas unas pantuflas. 

Él la dejó entrar permitiéndole ver su decorado y perfectamente organizado departamento. Siempre había pensado que él tenía una obsesión con el orden, en ese momento lo confirmó.

— ¿Cómo sabías que estaría en casa? —preguntó con la sonrisa más hermosa que se podía brindar.

—En realidad, tú mismo me dijiste que viniera antes de las dos.

—Tienes razón. Ni siquiera lo recordaba. —dijo rascando su negro cabello.

—Alan, tenemos que hablar.

—Sí, supuse que querías hacerlo. Toma asiento. —indicó mientras se acercaba a la cocina. — ¿Té o café?

—Agua.

—Siempre llevando la contraria.

—Ya me conoces.

—Aquí tiene señorita. —le brindó un vaso con agua y se sentó enfrente de ella. —Bien Claire, ¿sobre qué quieres hablar? ¿Política? ¿Arte? ¿Cultura?

—Sobre Rebecca.

—Sabes que no puedo contarte nada sobre nuestras sesiones ¿recuerdas? Se llama código de confidencialidad psiquiatra-paciente. —argumentó con su característico tono gracioso.

—Hablo en serio, Alan. —dijo con los ojos en blanco.

—Bien, bien, ¿Qué te preocupa?

—Lo está haciendo otra vez, Alan. Se está alejando y no puedo hacer nada ¿Qué se supone que debería hacer? Trato de hablar con ella, de simpatizar, pero nunca quiere hacerlo. Me hace ver como la mala.

— ¿Has supervisado su toma de medicamentos? —preguntó mientras bebía té en una adorable taza de perritos.

—Siendo sincera, no.

— Debes hacerlo, Rebecca es tu hija y está pasando por un mal momento, algo que sobrepasa el luto, así que es tu deber supervisarla.

—Lo sé, pero a veces es tan difícil. Ella no quiere reconocerlo y eso dificulta todo.

—Oye, — su mano se posó sobre la de ella. —Todo estará bien, okey. Han superado esto varias veces. No te preocupes, solo trata hacer tu trabajo.

—Tú sí que eres un buen psicólogo. ¿Cómo te voy a pagar?

—Hay una forma. —dijo susurrando en su oído. —Deposita el cheque de mil dólares en mi cuenta bancaria.

***

Era la hora de salida. Los estudiantes salieron disparados, congestionando la calle en fracción de segundos.

 Algunos acompañados por su grupo de amigos, otros de sus parejas y los más raritos de sus padres. Rebecca iba sola.

 Normalmente hubiera estado de camino con Astrid, pero ella no fue a la escuela ese día. Sumergida en sus pensamientos pudo divisar a Thomas. Iba enfrente de ella y sus pasos eran apresurados. Corrió un poco para poder alcanzarlo.

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